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La reedición del libro de Krauze ayuda a reabrir el debate de la democracia no sólo como ciudadanía sino como régimen político.

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A 32 años de Por una democracia sin adjetivos

 

Krauze, a 32 años de Por una democracia sin adjetivos.

Señoras y señores: después de la

democracia, ahora… con ustedes… la reeeeeepública

 

  1. El quijotismo intelectual

Enrique Krauze pertenece a la segunda generación intelectual posrevolucionaria ajena a cualquier vinculación-dependencia con el sistema político priista. Nacido en 1947 (Cárdenas fuera de foco y el PRI como modo de vida) y forjado en las calles del 68 estudiantil, comienza a publicar en 1972, salta al debate en octubre de 1982 con su ensayo El timón y la tormenta y asume su espacio de influencia en 1984 con Por una democracia sin adjetivos. Sin haber terminado aún su tarea de reflexionar, ha comenzado una propuesta de reorganización de sus escritos en la colección Ensayista liberal de la editorial Debate/Penguin-Random House.

La lectura conjunta de sus textos reagrupados —Personas e ideas, dos tomos de Caras de la historia y Por una democracia sin adjetivos 1982-1996— reúne una de las propuestas intelectuales políticas y críticas más extensa, coherente y consistente desde Octavio Paz. Desdeñado por las comunidades intelectuales mafiosas y por los espacios académicos parcializados, de todos modos los textos de Krauze exhiben la crítica y la propuesta al sistema político/régimen de gobierno/Estado priistas y lo hace desde el modelo teórico de la progresividad de los hechos históricos y no de las rupturas revolucionarias.

Ingeniero de profesión e historiador por elección, Krauze reúne dos de las más importantes perspectivas del análisis político: el enfoque estructuralista y la reflexión del pasado. El oficio de historiador lo ejerce con la intención de impedir lo que pudiera ser la maldición de Tocqueville, una de las fuentes teóricas fundamentales de su pensamiento político: evitar la ruptura de los procesos, cuando “lo pasado no alumbra y el espíritu marcha entre tinieblas”.

Forjado en la conciencia en las marchas estudiantiles del 68 —a los 21 años, la edad de la ruptura de la inocencia—, Krauze escoge la temporalidad de su pensamiento historiador con la Revolución Mexicana: su tesis explora a los intelectuales que construyeron caudillismos morales, la generación de los Siete Sabios. Su estudio histórico de la Revolución lo hace desde el enfoque crítico, lo bueno y sus razones y las interpretaciones. Sus ensayos políticos fundamentales de 1982 y 1984 y sus libros sobre la historia nacional del poder 1810-1997 —Siglo de caudillos, Biografía del poder y La presidencia imperial— lo proyectan como el más importante historiador político desde una crítica sistémica, aunque, repito, en medio del mezquino ambiente intelectual y académico del país.

Las propuestas históricas de Krauze han sido desdeñadas por la intelectualidad y la academia por el enfoque no-priista de la política y del poder y por su intención de revelar —es decir: develar— el proceso de construcción del poder político mexicano no sólo en función de los procesos históricos de la sociedad, sino sobre todo de la evolución de las élites. Y el sistema político priista se ha cuidado de dar entrada a su espacio de dominación cultural a los enfoques de élites porque entonces la historia nacional tendría otra lectura. De ahí la marginación de Krauze de la historiografía oficial del sistema que domina el pensamiento intelectual institucional y las políticas educativas asumidas a la manera de Althusser: aparatos de dominación ideológica del Estado (priista).

De ahí la importancia de los cuatro libros de historia del poder político mexicano de Krauze, los tres de historia 1810-1996 y ahora la concentración de ensayos políticos del tiempo histórico 1982-1996 en la edición de Debate de Por una democracia sin adjetivos. La lectura de los ensayos de Krauze, de Paz y de Revueltas debería abrir un nuevo debate sobre la coyuntura política mexicana y ayudaría a fijar algunos caminos de modernización primero cultural, luego ideológica y finalmente histórica.

Desdeñado por el priismo político, por el intelectualismo de grupos culturales y en medio de la ausencia de historiografía no sistémica, Krauze aparece con una lucha quijotesca por ocupar un espacio por fortuna cada vez más creciente en un México hoy —de acuerdo con las últimas tendencias de voto— con apenas el 20% de las tendencias electorales a favor del PRI. Ahí es donde se encuentra el paso cultural que debe dar el país para salirse del marco sistémico de creación intelectual. Y después de 2018, los ensayos de Krauze encontrarán su mejor lugar en el espacio.

  1. “Los manteles olían a pólvora”

Para explicar su desconcierto ante una política deslavada, Octavio Paz escribió un poema como canción mexicana: su abuelo le hablaba de Juárez y Porfirio, los zuavos y los plateados “y el mantel olía a pólvora”, su padre le hablaba de Zapata y Villa, Soto y Gama y los Flores Magón, “y el mantel olía a pólvora”, y Paz se preguntaba: “yo me quedo callado: ¿de quién podría hablar”. Bueno, a Paz le tocó reflexionar el 68 en el que participó como protesta Krauze: de El laberinto de la soledad de 1950 a Posdata de 1970, Paz se encontró que los manteles no olían a pólvora sino a tinta: el ensayo Conferencia de Austin, 1969 (revista La Crisis publica el texto integro, consúltese en indicadorpolitico.mx) que asumió sus cartas a la cancillería en 1968 y que prefiguró el ensayo Posdata fue el gran alegato de los intelectuales por la democracia.

Quince años después de La conferencia de Austin Krauze lanzó al debate una nueva forma de ensayar la realidad política con El timón y la tormenta. Y en 1985 se incorporaría Gabriel Zaid con su ensayo Escenarios sobre el fin del PRI que cerró el ciclo de la crítica al poder. Los tres —Paz, Zaid y Krauze— configuraron una nueva etapa del pensamiento político mexicano, hasta 1969 dominado por la carga histórica del proceso histórico oficial. Si bien la historia de México había sido una hazaña del pueblo y sus líderes —autonomismo, imperio de Iturbide, Independencia, Reforma, Revolución, modernización—, el pensamiento histórico oficial se había apoderado de la interpretación de la realidad. Paz, Zaid y Krauze se encargaron de serenar los ánimos y de establecer nuevos senderos del pensamiento político mexicano.

Los tres asumieron un espacio reducido; el propio Krauze ha configurado un pensamiento liberal no mercantilista. Sin embargo, esa caracterización le ha cerrado un poco los espacios: el enfoque liberal se ha confundido con el conservadurismo. La responsabilidad de esta apreciación la tuvo Carlos Monsiváis en 1972, cuando su primera propuesta como director de relevo de La Cultura en México de la revista Siempre, luego de la renuncia de Fernando Benítez, publicó cuatro ensayos para ubicar en el debate ideológico político el liberalismo como contrapunto del progresismo de izquierda. Por cierto, Krauze y Héctor Aguilar Camín firmaron un texto en ese suplemento que nada tenía que ver con el liberalismo y que fue más bien un adelanto de la tesis de doctorado de Krauze sobre los Siete Sabios. Krauze se incorporó en enero de 1977 a la revista Vuelta —luego de la renuncia de Paz a la dirección de Plural de Excélsior por el manotazo autoritario de Echeverría— y ahí publicó sus ensayos liberales. Y en esas vueltas que da la vida, Monsiváis se incorporó como escritor a Letras Libres que fundó Krauze como trinchera del liberalismo, una vez desaparecido el espacio socialista con el derrumbe de la Unión Soviética en 1989-1992.

La lucha del liberalismo por encontrar su lugar en el espacio intelectual no ha sido fácil por el autoritarismo gubernamental que dominó el pensamiento revolucionario oficial. En 1992 el presidente Carlos Salinas de Gortari cerró el ciclo del pensamiento de la Revolución Mexicana en el PRI y abrió el ciclo del “liberalismo social” que venía del pensamiento juarista liberal que se fundó (Walter Scholes) en el capitalismo, la inversión privada y el mercantilismo. Ahora sólo falta la investigación histórica del liberalismo como una de las fuentes del pensamiento liberal juarista y revolucionario mexicanos.

Krauze ha sido coherente con su propia caracterización de su pensamiento y se asume como ensayista liberal, aunque con un liberalismo critico, democrático, plural, definido como pensamiento abierto a las ideas, no estrictamente un liberalismo tradicionalista. Los manteles ya olían a ideas.

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  1. Democracia como civitas

El año de 1984 fue clave para la vida política mexicana; había pasado la borrachera petrolera, la cruda quiso liquidar la cuenta con un manotazo autoritario —expropiación de la banca privada—, la sucesión presidencial de 1982 se había resuelto con la consolidación de un tránsito de la élite gobernante de los políticos a los tecnócratas con Miguel de la Madrid como el puente histórico y los economistas llegaron a resolver la crisis desde las matemáticas y olvidándose de la política. La forma de lograr apoyos a decisiones drásticas ha pasado por las concesiones políticas: Echeverría con la incorporación de los jóvenes al poder y la autocrítica —limitada hasta Excelsior 1976—, De la Madrid con la distensión electoral y más tarde Ernesto Zedillo con el Acuerdo Político Nacional.

Así, la política fue instrumento colateral de la economía. En 1983 y 1984 De la Madrid ordenó “soltar” los controles en elecciones municipales y el PAN avanzó conquistando alcaldías en el norte, en 1984 la embajada de EE. UU. promovió reuniones del PAN, empresarios y liderazgos conservadores del clero católico para construir una alianza rumbo a la alternancia vía la incorporación al PAN de los empresarios activistas que activó la expropiación bancaria. Aunque en el seno del gabinete de De la Madrid ocurrió una tensión dinámica entre las fuerzas del viejo régimen (Manuel Bartlett Díaz en Gobernación) y las de la modernización económica no estatista (Carlos Salinas de Gortari).

El caso fue que las elecciones municipales prendieron una luz al otro lado del túnel. Y la revista Vuelta se convirtió en el espacio del debate racional sobre las opciones del sistema político. En febrero de 1984 Krauze publicó el ensayo Hacia una democracia sin adjetivos desde el punto de vista de la historia, de las experiencias sobre todo inglesas y con referentes de la transición española posfranquista y en el contexto de su ensayo anterior de 1982 El timón y la tormenta. La tesis central fue muy sencilla de expresar: “la ausencia de democracia fue una de las causas del actual desastre económico”. Gabriel Zaid había sido más directo: Echeverría dijo en 1973 que la economía se iba a manejar desde Los Pinos: “así fue, así nos fue”.

La fundamentación histórica de Krauze fue Madero: la democracia como salida de las crisis. Aunque el asunto era más complejo y de mayor profundidad. Estudioso de la democracia inglesa, Krauze utilizó muchos párrafos de su ensayo de 1984 para fundamentar la democracia. A diferencia de otras propuestas y exigencias de democracia como mecanismo procedimental y sólo de respeto al voto, el trasfondo de la propuesta de Krauze provenía, en contexto histórico, del conflicto de mediados del siglo XVII en Inglaterra, cuando decapitaron a un rey e instalaron una breve república: la democracia como la construcción de una ciudadanía. De ahí el contexto de De civitas, de Thomas Hobbes: democracia como ciudadanía.

El control autoritario del sistema político priista —presidente de la república, partido del Estado, Estado de bienestar, ideología oficial como cultura y pactos secretos con sectores aliados— centralizaba las decisiones en el titular del Ejecutivo federal pero impedía el desarrollo de otras fuerzas productivas y sociales. La organización corporativa del PRI-Estado le daba al presidente el dominio totalizador, en tesis de José Revueltas: el Estado priista como Estado ideológico total y totalizador, no totalitario, cuyo secreto estaba en el control vía el partido de las relaciones sociales. Democracia rigurosamente controlada.

La propuesta de Krauze fue la de modernizar el sistema político a partir de las reglas de la democracia procedimental pero a través de la construcción de una ciudadanía que hasta entonces había entorpecido, limitado y controlado el PRI. Sólo eso, pero a partir de la certeza de que la democracia iba a reorganizar el sistema político quitándole al presidente y al PRI el control de las relaciones sociales.

  1. Por un Krauze sin adjetivos

Las reacciones al ensayo de Krauze fueron mezquinas aunque limitadas; las primeras enfatizaron el enojo contra un historiador que se atrevía a romper con la rutina de la historia oficial que había moldeado el pensamiento político mexicano. El ensayo tenía posibilidades y limitaciones, algunos senderos tomados por el camino largo, pero en los hechos centró el debate sobre la realidad política nacional: al pedir democracia se asentaba la tesis de que México no era un país democrático, desautorizando el argumento histórico del discurso oficial de que México sí era una democracia.

Las reacciones al ensayo de Krauze fueron variadas pero ajustadas al momento político. Sin embargo, los acontecimientos posteriores le dieron la razón a Krauze: la crisis moral del sistema por el fraude en Chihuahua en 1986, la falta de credibilidad de las elecciones presidenciales de 1988, la reforma del sistema electoral 1990-1996 que le otorgó autonomía a las instituciones electorales, el avance opositor vía las elecciones, el alzamiento guerrillero zapatista en el caótico 1994, la pérdida de la mayoría absoluta del PRI desde las elecciones presidenciales desde 1988 y en en el Congreso desde 1997 y la alternancia partidista en la presidencia de la república en el 2000.

El ensayo de Krauze enfatizó la vinculación democracia-ciudadanía. Partió de un hecho real pero oculto: el sistema político priista era un mecanismo autoritario disfrazado de democracia; cierto: el gobierno manipulaba las elecciones pero la oposición descuidó el frente electoral por ineficaz. La fundamentación histórica e ideológica no fue revelada por Krauze sino paradójicamente por la nueva clase tecnocrática: el sistema/régimen/Estado era la encarnación de los ideales de la Revolución Mexicana, aunque desde 1947 Daniel Cosío Villegas había declarado que esos ideales se habían agotado. La Revolución, entonces, quedó en coartada. El ensayo de Krauze no puso en duda esa tesis histórica de la existencia del sistema porque el argumento de la democracia tenía su peso propio. En 1980 el grupo De la Madrid-Salinas dio por terminado el ciclo de la Revolución en el Plan Global de Desarrollo y Salinas como presidente sacó en 1992 a la Revolución Mexicana del PRI.

La respuesta del gobierno delamadridista a Krauze la dio el politólogo Manuel Camacho Solís, entonces subsecretario del gabinete presidencial: la democracia supone “la entrega del poder”. La frialdad apasionada de Camacho ofreció la respuesta en interpretación a contrapelo: la democracia liquidaría a la élite en el poder, luego entonces los votos contaban en la medida en que se controlaban. Camacho afirmo que “vaciar la democracia de contenido político era vaciarla de contenido”, aunque la democracia de Krauze estaba en el escenario de la ciudadanía, y qué mejor contenido de la democracia que la relación voto-ciudadanía, a diferencia del modelo priista que asumía que cada voto era un acarreado sin contenido político.

La izquierda se ahogó en sus agitaciones: la democracia era la dictadura del proletariado (Pablo Gómez), “la revolución de la democracia era la más grande e irrealizable utopía de Mexico” (Eduardo Valle El Búho). Y era la izquierda ya legalizada como una decisión de distensión política que asumió Jesús Reyes Heroles en la reforma política de López Portillo, la izquierda que en el sistema electoral acumulaba sólo 4% de los votos, la izquierda que se metió en las entrañas del sistema laboral y que con su legalización se conformó con la democracia procedimental del conteo de los votos, la izquierda que construyó la guerrilla en los años setenta y que combatió con argumentos la guerrilla zapatista de los años noventa.

El ensayo de Krauze tuvo la mejor respuesta en la real politik: de 1982 al 2000, las elecciones como democracia procedimental de primer piso marcó la declinación del PRI por la vía del respeto al voto: de una media de 90% en las elecciones de 1929-1976, la votación presidencial por el PRI fue decreciente: 68% en 1982, 50% en 1988, 48% en 1994, 36% en 2000 y 22% en 2006. En todo caso, la democracia se quedó atrapada en el pantano del conteo de los votos y se olvidó de la construcción de la ciudadanía.

5.- De la distopía priista a la utopía de la república

La aparición de Por una democracia sin adjetivos en edición de Debate/Random House con una reorganización del índice permite recuperar la memoria histórica de la lucha de México por la democracia desde Madero. El reacomodo de otros textos con índice actualizado de la edición de 1986 en Joaquín Mortiz se lee como un itinerario del desarrollo político de México. La nueva edición recoge la crisis de 1994, la experiencia zapatista y deja para tomos posteriores la alternancia, el fracaso panista y los desafíos rumbo a 2018.

Aunque lo dejó entrever en su ensayo de 1984, la propuesta de una democracia sin adjetivos de Krauze establecía el itinerario del desarrollo político. Y si bien Krauze mencionó la experiencia de España en la transición de la dictadura de Franco a la democracia construida por Adolfo Suárez —y definida más por don Juan de Borbón que por el Juan Carlos que construyó Franco como príncipe a título de rey—, en los años ochenta aún no cuajaba en México el debate sobre las transiciones a la democracia. Se partía del hecho de que México no era una dictadura típica sino un sistema autoritario con oposición reconocida y procesos electorales formales. La tercera ola de transiciones estudiada por Huntington establecía el punto de partida en dictaduras sin ningún derecho democrático.

Sin embargo, el modelo teórico de las transiciones a la democracia de Leonardo Morlino era circular: consolidación de un régimen, deterioro autoritario, crisis de gobernabilidad, transición hacia un nuevo régimen, instauración de un nuevo sistema democrático, consolidación, crisis y de nueva cuenta recomenzar. En México se asumió en la academia más el modelo de Robert Dahl de la calidad de la democracia, es decir: variables de libertad, movilidad, información y participación.

Haya sido como haya sido, el caso fue que la democracia se fue instalando en México, que el ensayo de Krauze contribuyó a abrir el debate de la democracia como ciudadanía y que la propia crisis interna del sistema/régimen/Estado priistas apresuró las reformas: a la democracia por la vía de las concesiones que permitieran la sobrevivencia del sistema priista y sus élites gobernantes.

Sin embargo, la democracia se redujo al sistema procedimental de elecciones y el conteo de los votos. Esta deficiencia permitió la alternancia partidista en la Presidencia de la República con el ascenso del PAN pero al mismo tiempo validó el regreso del PRI en las elecciones presidenciales de 2012. Rumbo a las elecciones presidenciales de 2018 la reedición del libro de Krauze ayuda a reabrir el debate de la democracia no sólo como ciudadanía sino como régimen político: la república, es decir, una estructura de instituciones que impidan que la democracia sólo sirva para elegir gobernantes.

El camino de México hacia una república de instituciones, reglas y leyes tenía que pasar por la democracia procedimental, abandonando los territorios pantanosos de la democracia priista sólo acreditaba a políticas sociales y hoy asistencialistas (artículo 3º constitucional) sin respetar la nueva configuración política esperpéntica de la sociedad: si bien las estructuras de la república siguen siendo priistas, el PRI apenas acredita en las encuestas al 2018 el 20% de los votos.

De sistema político de la Revolución Mexicana pasamos al México de democracia electoral aún imperfecta. Y todo quedará amarrado cuando la meta decisiva sea la construcción de una república de instituciones, leyes y ciudadanía.

carlosramirezh@hotmail.com

indicadorpolitico.mx

@carlosramirezh