Imaginemos un mundo donde sólo haya números y dinero, posibilidades para viajar y para recibir placeres efímeros. Si el arte, la representación artística existe desde la prehistoria es porque ha sido necesario para la humanidad; por lo tanto, no es inútil, pese a lo que digan los tecnócratas o los trasnochados puristas. El arte ha sido necesario para vivir mejor porque el ser humano es el único animal que no se conforma con los datos naturales y los transforma. No es sólo un modo de llenar vacíos, desahogarse o evadirse de la realidad, sino de superarse y cambiar la realidad por una mejor o, al menos, por una diferente. Toda manifestación artística enriquece y complejiza lo real. Al organizar los sonidos naturales, el ser humano los transforma en música; al organizar los movimientos corporales y trabajar en ellos, los vuelve danza; al combinar sabores, va más allá de la nutrición o instinto de supervivencia e inventa la gastronomía, que es un arte. Un perro puede conformarse con un pedazo de carne cruda, pero el ser humano inmerso en la cultura preferirá sazonarla, condimentarla, transformarla en otra cosa más allá de la supervivencia.
Ahora imaginemos un mundo sin arte, sin pintura, sin música, sin gastronomía, sin danza. Nietzsche dijo en una ocasión que el objetivo del arte es sacudir la imaginación con el poder de un espíritu que no reconoce la derrota incluso en un mundo que se destruye. Contemplemos hacia atrás las grandes civilizaciones, aquellas que nos produjeron: Egipto, Mesopotamia, China, India, Grecia, Roma, las culturas prehispánicas, Persia… De todo lo que sobrevive de ellas, que a veces es mucho, lo más relevante son sus creaciones artísticas y literarias. A partir de muchas de ellas podemos reconstruir gran cantidad de sus episodios históricos y comprenderlos de algún modo. Si deseamos entendernos a nosotros mismos, debemos entender a aquellos que nos antecedieron, y una de las mejores formas es mediante su producción artística.
Una sociedad sana no puede vivir ni perdurar sin arte ni literatura. No todo es industria ni medios masivos ni consumismo estéril. Justo Sierra, fundador de una Universidad, dijo que los estudios literarios nos ayudan a perfeccionar el instrumento por excelencia del pensamiento, que es el lenguaje. Lo mismo ocurre con las demás artes: cada una nos supera moral e intelectualmente. De ninguna manera considero que arte y literatura sean inútiles, ornamentales o evasivos. Incluso pueden ser peligrosos para ciertos regímenes por su capacidad crítica y cuestionadora de modelos; pueden ser también meros adornos y aun legitimar el poder. Lo fundamental es enseñar a la infancia que no son actividades inútiles, sino oficios como cualquier otro, que poseen complejidad y requieren entrega. En definitiva, el gusto se siembra con pasión: se contagia. Si se contagian las enfermedades, también los gustos, pero es necesaria la disposición o disponibilidad del otro; para ello, la educación es primordial: educar al niño en el relativismo cultural a fin de que aprenda a comprender diversas manifestaciones culturales, sin importar si son tailandesas, chinas, hindúes, inuit, purépechas, mayas o francesas.

