A contracorriente

Entonces para qué crear una Secretaría

Desde hace años, en todos los niveles y en todos los gobiernos que conforman el país, sabemos que el interés por la cultura decrece de manera alarmante. El actual presupuesto nos permite comprobar el temor. Hay un nuevo récord mundial: el dinero asignado a la cultura es mínimo. Un diputado, presidente de la Comisión de Cultura y Cinematografía, Santiago Taboada, dijo al precisar el punto: “Es de terror”. Dejan, siguió, sin posibilidades de impulsar las artes a cientos de municipios y estados de la república. La crítica es más precisa si vemos el entorno nacional, a un país que padece la violencia, que tiene problemas no sólo culturales sino de educación elemental, ahora le aprietan el cinturón de un modo brutal y atemorizante. ¿Para qué entonces Enrique Peña Nieto creó la Secretaría de Cultura y puso allí a especialistas en la materia como Rafael Tovar y de Teresa?

Lo mismo ocurre con las universidades públicas, las que con mayor fuerza contribuyen a difundir la cultura, pues está dentro de sus tareas clave, junto a la docencia y la investigación. En ellas hay un decidido y poco reconocido efecto positivo a favor de la cultura. La UNAM y la UAM, por ejemplo, son dos grandes fábricas de cultura que desarrollan, a pesar de los recortes, un trabajo estupendo.

Muchos pensamos que el gobierno (los gobiernos en general), en vista del deterioro del país, hará énfasis en la cultura. No ha sido así, allí está el ejemplo de Morelos, con Graco Ramírez al frente, mostrando su desprecio por la universidad pública y por las artes en general.

En cambio, a los legisladores les aumentaron el presupuesto para que con nuestros impuestos sigan diciendo estupideces y aumentando sus haciendas personales.

La nueva Secretaría de Cultura nace con muchas carencias que no serán fáciles de resolver. El problema es que ahora entrará en conflicto con décadas de poderosa difusión cultural llevada a cabo por el Estado. Desde Justo Sierra hasta años recientes pasando por José Vasconcelos y Jaime Torre Bodet, hasta estos tiempos. Mirar hacia el mundo de la política es ver un espectáculo lamentable: reina la ignorancia y prevalece el deplorable manejo del idioma. Ya no vemos a los mandatarios acudiendo a la ópera o a una gala de las mejores orquestas sinfónicas de México. Prefieren premiar a los deportistas que a duras penas obtienen medallitas segundonas, en el mejor de los casos.

Sabemos que en los países de la Europa altamente desarrollada la educación y la cultura tienen prioridad y por eso sus niveles de vida son muy altos y gozan de relativa tranquilidad. Hace un par de años estuve en Finlandia y Dinamarca invitado por sus respectivas universidades mayores y, al interrogarlos sobre el éxito que tienen, hubo una respuesta contundente y generalizada: educación y cultura. El resto viene solo.

En México ya hemos escuchado a los políticos. Hace unos días, para confirmar mis aseveraciones, López Obrador quiso pasar por hombre de letras y criticó a su famosa “mafia del poder” citando a George Orwell. De inmediato aparecieron las aclaraciones. La cita era errónea. Para qué seguir, el éxito en la política mexicana está en alardear de la incultura, de hacerse pasar por muy aguerridos y broncos, por sexistas y machos. Quedamos lejos de los tiempos, digamos, de un López Mateos, culto él y cultos sus más cercanos colaboradores. Baste señalar que en la SEP estaba Jaime Torre Bodet y en la Comisión Nacional del Libro de Texto Gratuito estaba Martín Luis Guzmán, el mejor novelista mexicano del siglo XX y lo que va del XXI.

No hay duda de que el gobierno pudo hacer recortes en otros lados menos graves y riesgosos para la nación. Pero se le hizo fácil quitarle recursos a la Secretaría de Cultura y en consecuencia todas aquellas instituciones que contribuyen a mejorar la nación, a darle grandeza y dignidad. No muy a la larga, veremos los resultados de estos recortes bestiales.

www.reneavilesfabila.com.mx