Pensamiento a fondo

Por Patricia Gutiérrez-Otero

Simposio

La Universidad Autónoma del Estado de Morelos (UAEM) organizó, del 29 de agosto al 2 de septiembre, un simposio dedicado a Iván Illich. ¿La razón coyuntural de este simposio? El 90 aniversario de este controversial pensador que vivió en Ocotepec buena parte de su vida y que, desde inicios de los años setenta, fundó en Cuernavaca el CIDOC (Centro Intercultural de Documentación); lugar del que surgieron fuertes quiebres epistémicos sobre certezas de la modernidad y de la “occidentalidad”. ¿La razón profunda? Seguir interrogándonos, a partir de sus aportaciones visionarias, sobre la realidad que vivimos.

De manera provocadora y provocativa, el tema general del Simposio fue “Lo político en tiempos apocalípticos”. Esta temática provocó cuestionamientos entre varios de los ponentes: ¿a qué se le llama tiempos apocalípticos? ¿Por qué usar un lenguaje de extracción religiosa? ¿Qué estamos viviendo actualmente para pensar que el mundo puede terminar de un segundo al otro? El nombre de Giorgio Agamben y su interpretación de lo apocalíptico fue citado varias veces. La noción de Illich que se entró en tiempos apocalípticos desde el surgimiento del cristianismo también fue ampliamente recordada.

Se extrañó la presencia de Jean-Pierre Dupuys quien no pudo asistir, así como la de Gustavo Esteva quien declinó participar en este evento; se tuvo la presencia vía Internet de David Cayley —con quien Illich tuvo una serie de entrevistas radiofónicas que dieron lugar a un libro de su última época: Los ríos al Norte del futuro; se agradeció el esfuerzo de Javier Sicilia por pregrabar su intervención sabiendo que ese día tendría que acudir a Gobernación en la CdMx; se apreció la presencia y la capacidad de convocatoria que Jean Robert tuvo para reunir antiguos amigos y aún presentes de Iván Illich: Étienne Verne, Barbara Duden, Daniel Cérézuelle, Carl Mitcham, Bill Arney… Se aplaudió el homenaje hecho a Valentina Borremans y su discreta presencia. Se echó de menos la presencia de amigos difuntos y tan entrañables de Illich como José María Sbert, Lee Hoinacki, Majid Rahnema. Se gozó la presencia de pensadores mexicanos y latinoamericanos que vibran con muchas de las propuestas de pensamiento que Illich percibió, plasmó, vivió: la feminista Sylvia Marcos; la filósofa Silvana Rabinovitch; el ecologista y descrecionista Miguel Valencia; el jurista Roberto Ochoa; su servidora; el internacionalista, Humberto Beck; el filósofo portorriqueño, Héctor Huyke… También fue un placer escuchar a gente que tiene una relación directa con comunidades y pueblos, y que, desde ahí, brindan esperanza: Verónica Villa, Ramón Vera, David Barkin. No olvido tampoco a jóvenes que estudian a Illich como la canadiense Mahité Breton y el alemán Martin Fortier. Imposible citar aquí a todos los ponentes; imposible dar cuenta, aunque lo tengo pendiente, de la dirección a la que apuntan y en la que divergen sus intervenciones: espero con impaciencia la publicación de las ponencias.

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Deja un grato sabor de boca la presencia activa del público, que cada tarde llenó el lugar y participó con comentarios o preguntas. Hubo personas que llegaron ahí desde otros Estados, como el activista Alejandro Fonseca. Mientras las certezas se sigan cuestionando, mientras la gente siga dialogando, mientras haya convivialidad (que se reflejó en el ofrecimiento gratuito de café, agua, té y palanquetas) quizás hay lugar para vivir el apocalípsis de manera activa y con esperanza. En todo caso, me quedo con el deseo de releer Los ríos al Norte del futuro y La pérdida de los sentidos, para seguir pensando y viviendo desde otro lar.

Además, opino que se respeten los Acuerdos de San Andrés y la Ley de Víctimas, que se investigue el caso de Ayotzinapa, que trabajemos por un Nuevo Constituyente, que Aristegui y su equipo recuperen su espacio, que se dialogue a fondo con los maestros, y que Graco sea destituido.