Hillary sabe cómo derrotar el Estado Islámico
Por Bernardo González Solano
En septiembre siempre hay más vigilancia policiaca en la ciudad de Nueva York para tratar de evitar un acto terrorista de alcances incalculables porque en dicho mes se celebra la reunión anual de la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas (ONU), a la que concurren más de un centenar de mandatarios de todo el mundo. No es una precaución menor. En las 77 hectáreas que ocupan los edificios de la organización mundial nunca ha habido –que se sepa– un atentado terrorista; las consecuencias serían desastrosas. No puede decirse lo mismo del resto de la Big Apple. Desde el 11 de septiembre de 2001, la urbe estadounidense vive obsesionada con la seguridad. El choque de los dos aviones en las Torres Gemelas, edificios emblemáticos de la capital económica de la Unión Americana, cimbró para siempre no solo a Estados Unidos sino a todo el mundo. Hace pocos días se cumplieron quince años de tan infausto acontecimiento.
El acto terrorista –que cambió el curso de la historia a principios del siglo XXI– obligó que la metrópoli creara su propia unidad antiterrorista permanente de repuesta rápida, que cuenta actualmente con más de 500 agentes. Una unidad de alcance internacional que estudia atentados antiterroristas en todo el planeta para evitarlos en territorio estadounidense y cuyo celo vigilante ha provocado choques en materia de derechos civiles. Al respecto, el jefe del grupo, James R. Waters, en 2015 declaró: “Somos el departamento de policía mejor preparado del país, si no del mundo”.
De tal suerte, los 36,000 agentes neoyorquinos están en alerta total desde principios de mes, con apoyo de 1,000 policías estatales y de la Guardia Nacional, pertrechados con armamento moderno en los lugares más transitados de la ciudad. Por lo mismo, Nueva York experimenta en estos días “la máxima seguridad y presencia policial jamás reunida”, según el gobernador del Estado, Andrew Como. Aparte de la alerta terrorista, la 71a. Asamblea General de la ONU motiva que 14,000 dignatarios del mundo diplomático lleguen a la Gran Manzana. El propio Como, al referirse a la detonación de un artefacto explosivo el sábado 17, hacia las ocho y media de la noche en el popular barrio de Chelsea neoyorquino, aseguró que la cuestión fue de “mucha suerte que no hubiera víctimas mortales y no dudó de calificar de terrorista el ataque: “Una bomba que estalla en Nueva York es obviamente un acto de terrorismo. Así lo vamos a considerar y como tal lo vamos a perseguir”.
Las autoridades de la ciudad no aseguraron que la explosión esté relacionada con el hallazgo –poco más tarde y a cuatro manzanas de la detonación– de otra bomba, que no llegó a estallar. Era una olla a presión con cables pegados a un teléfono celular dentro de un cubo de basura. Muy parecido al artefacto que emplearon los hermanos Dzhokhar y Tamerlan Tsarnaev en el atentado terrorista del maratón de Boston en 2013.
Once horas antes de la explosión en Chelsea, una bomba casera había estallado en la costa de Nueva Jersey, estado vecino de Nueva York. El artefacto se colocó en un cubo de basura a la vera del recorrido de una carrera benéfica para el cuerpo de Marines. No hubo heridos. El alcalde de Nueva York, Bill de Blasio dijo sobre el particular: “No tenemos pruebas específicas de que haya una conexión, pero lo seguiremos investigando, no descartamos ninguna opción”.
En el curso de estos actos de pesadilla, el lunes 19 los neoyorquinos madrugaron con un mensaje en sus teléfonos celulares: “Alerta de emergencia: Ahmad Khan Rahami, varón de 28 años de edad. Vean la foto en los medios. Llamen al 911 si lo ven”. Esta es la primera ocasión que ocurría algo semejante. Hasta ahora, el servicio de alertas, conectado a la red de telefonía móvil, se limitaba a avisar del mal clima o de menores desaparecido mediante la alerta ámbar. El lunes 19, millones de personas fueron invitadas a cazar al presunto terrorista mientras subían al Metro o tomaban café. La historia cambia. Poco después del amanecer, la policía ya había recibido una docena de llamadas por paquetes sospechosos; antes del mediodía, el sospechoso, Rahami, ya estaba detenido.
La ficha dice: Ahmad Khan Rahami, estadounidense, nacido en Afganistán hace 28 años. Fue capturado durante un tiroteo bajo la lluvia con agentes federales y locales en Linden, Nueva Jersey. El propietario de un bar había informado de que Rahami estaba durmiendo en el portal de una tienda. Llegó un policía a despertarlo y el sospechoso lo sorprendió con un arma que disparó en su contra, por fortuna llevaba chaleco contra balas, pero aún así lo hirió. Corrió y en la huída hirió a otro agente. Rahami no estaba registrado en ninguna lista policial de actividades antiterroristas, lo cual le habría mantenido en el radar de la policía y le habría impedido, si lo intentaba, salir del país. Al tratar de escapar fue herido, aunque no de muerte.
Después de la detención del afgano nacionalizado estadounidense, el presidente Barack Obama dijo que el terrorismo no va minar la forma de vida americana. “Todos tenemos un papel que jugar como ciudadanos, asegurándonos de que no sucumbimos al miedo”. Asimismo, el mandatario manifestó que no hay conexión entre lo ocurrido en Nueva York y Nueva Jersey y el hombre que apuñaló a nueve personas en un centro comercial de Minnesota, un ataque reivindicado por el grupo yihadista DAESH.
Este hombre, vestido con el uniforme de una empresa de seguridad privada, abatido después de que atacó con un cuchillo a varias personas mientras invocaba a Alá y preguntar, por lo menos a una de sus víctimas si era musulmana antes de apuñalarla, en un centro comercial de Saint Cloud, Minnesota, fue identificado por su padre como Dahir A. Adán, de 22 años y nacido en África, aunque había vivido en Estados Unidos durante 15 años. El Estado Islámico se apresuró, el mismo domingo 18, a reclamar el ataque y señalar al agresor abatido como uno de sus “soldados”, que actuó, según la red yihadista Amaq, en represalia a la campaña de bombardeos de EU contra el Estado Islámico en Siria e Irak. El atacante fue muerto por los disparos de un oficial de policía fuera de servicio e identificado como Jason Falconer, pues también trató de quitarle la vida.
Claro está que los candidatos a la presidencia de EUA, Hillary Clinton y Donald Trump no podían permanecer al margen de los acontecimientos. Ambos reaccionaron ante los medios. Un ataque terrorista es un factor que puede influir a la hora de mover a la masa electoral en una u otra dirección, capaz de cambiar el resultado el 8 de noviembre próximo. Más ahora que las encuestas anuncian empate técnico.
La abanderada demócrata declaró que “la amenaza es real, pero también nuestra resolución” y defendió el endurecimiento del “sistema de visas”. Y no desaprovechó la oportunidad para criticar a su rival republicano: “Sabemos que mucha de la retórica que le hemos escuchado a Donald Trump ha sido usada por los terroristas, en particular el ISIS, porque quieren hacer de esto una guerra contra el Islam”. Asimismo, Hillary anunció que posee un plan para derrotarlos. Esto incluye emplear más recursos de inteligencia “para ayudar a identificar y frustrar los ataques antes de que puedan ser llevados a cabo y para localizar a lobos solitarios”.
A su vez, Trump aseguró en Fox News que este tipo de incidentes van a ser más habituales: “Creo que esto es algo que quizás va a ocurrir más y más en todo nuestro país …Hemos sido débiles. Nuestro país ha sido débil”. Además, el portavoz del candidato racista, Jason Miller, acusó a la Casa Blanca de “quitar importancia” a la amenaza del ISIS. Agregó: “disminuir la amenaza que la administración Obama ha permitido materializarse durante su mandato nos pone a todos en riesgo y es otro recordatorio de que necesitamos un nuevo liderazgo en la lucha contra el terrorismo radical islámico”.
Sin duda, el 11-S de 2001 fue el parteaguas en la vida de la sociedad estadounidense. No es fácil que el Tío Sam viva tranquilo en ninguna de sus grandes ciudades. Lo saben sus habitantes y lo sabe todo mundo. Sobre todo porque el Estado Islámico (DAESH, ISIS o como quiera llamarse), no es solo fundamentalmente islámico. Es también algo más propio de una secta como esas que acaban provocando un asesinato o suicidio en masa que la historia ha ilustrado: un culto al Apocalipsis, al milenarismo, y al final de los tiempos. O, por lo menos, es lo que dice William McCants, director del Programa de Relaciones de EEUU con el Mundo Islámico de Brookings Institution, uno de los centros de estudios más influyentes del mundo. De hecho, este centro de Investigación, fundado en 1916, sirve para cuestiones de propaganda y divulgación de ideas, generalmente de carácter político de los demócratas. La mitad de sus investigadores trabajaron en el pasado para el Consejo de Seguridad Nacional o la Casa Blanca.
En su libro El Apocalipsis del ISIS (Editorial Deusto), McCants explica cómo un grupo es apocalíptico hasta unos niveles nunca soñados por Al Qaeda porque, donde los seguidores de Osama Bin Laden veían corrupción y herejía, los de Abu Bakr al-Baghdadi ven desintegración de Estados, guerras civiles interminables y un enfrentamiento secular entre el islam suní y el chií. A más crisis más radicalismo, en una espiral sin fin que no acabará ni aunque el Estado Islámico pierda todo su territorio.
En tanto Nueva York, vive con miedo al terrorismo islámico o de cualquier tipo. VALE.