La Secretaría del Trabajo de la CDMX indicó que en la capital del país 85 mil niños realizan alguna actividad laboral y, de ellos, 42 mil no reciben retribución, ya que el dinero que ganan se lo entregan a un adulto. Además, los menores laboran en horarios extenuantes y en condiciones de inseguridad.

Los niños pueden permanecer afuera del Metro vendiendo dulces, sin acudir a la escuela y con alimentación deficiente, pero para la Procuraduría General de Justicia (PGJ) es complicado establecer algún tipo de explotación, indicó German Nava del Observatorio contra la Trata en la Ciudad de México para el diario Reforma.

Asimismo, personal de la Fiscalía para Niños, Niñas y Adolescentes manifestó que el principal problema para acusar a un padre o madre de explorar a sus hijos, es que los menores dicen que trabajan por su propia voluntad para ayudar a sus padres.

“Aquí en el Ministerio Público, los niños dicen que nadie los obliga, que ellos lo hacen porque ayudan a sus padres; es una cuestión de pobreza, de falta de oportunidad, no es un delito”, dice un agente.

De enero de 2015 a septiembre pasado, la Fiscalía para Niños de la Procuraduría capitalina, recibió ocho denuncias por explotación laboral infantil y sólo tres casos ejercitó acción penal contra un supuesto responsable.

Por su parte, Alicia Athié, consultora de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) e investigadora en temas de explotación de menores de edad, señaló que este tipo de explotación son la marginación social, extrema pobreza, familias carentes de condiciones para subsistir. “El trabajo infantil es siempre sinónimo de explotación, los niños y niñas están expuestos a accidentes, maltratos de otras personas, abusos, adquirir enfermedades, dejan o de plano ni siquiera van a la escuela”, señaló.

Una vida sin oportunidades

Las líneas 2 y 3 del Metro son el lugar de trabajo de Lupita y su hermana Lorena, de 10 y 8 años, en donde venden dulces y piden dinero. La mayor explica que sus padres también lo hacen, pero ellas tienen menos problemas con los operativos policiales.

Ramiro, de 13 años, dejó de estudiar para ayudar a su mamá. Trabaja más de 10 horas en La Merced como cargador y gana un promedio de 150 pesos. “Desde chavito estaba acostumbrado a trabajar, pero sí me gustaría seguir estudiando. No hay otra: hay que chambear para comer”.

Con 10 años, Esteban trabaja apartando lugares afuera de un banco por las mañanas.

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