Por Juan Antonio Rosado

Nunca he creído en los premios literarios, a pesar (o justo porque) los he ganado y he sido jurado en varios. Hay poca diferencia entre ellos y jugar a la lotería. El caso del Nobel es aún más polémico, ya que los argumentos de la Academia sueca para otorgarlo podrían aplicarse a muchos artistas conocidos y desconocidos. Cuando hay calidad estética, lo demás es subjetividad, cuestión de gustos. ¿Por qué no recibieron el Nobel Rubén Darío, Pérez Galdós, Virginia Woolf, Borges, Rulfo, Joyce y un sinnúmero de autores de ruptura, auténticos innovadores? Tratándose de subjetividad, es lo de menos. El reciente otorgamiento del premio al pacifista Bob Dylan ha despertado polémica. ¿Hay relación con las elecciones estadounidenses y con la propaganda anti-Donald Trump? Puede ser, pero sin analizar las razones de resentidos y envidiosos, para mí Bob Dylan siempre fue un poeta, un trovador en el sentido etimológico: halló una forma nueva de expresar poéticamente las cosas mediante el canto. El premio puede deberse a lo que sea, pero lo innegable es que en mucha poesía de este judío converso hay trabajo artístico, profundidad, intensidad, desautomatización del lenguaje, hallazgos lingüísticos…

Uno de los tontos argumentos de los resentidos propone con ironía que la auténtica literatura sólo aparece en los libros. ¡Nada más falso y absurdo! Aquí ya no interesan las etimologías. Si bien el vocablo “literatura” se refiere a lo escrito, es factible hablar de literatura oral. La palabra “poeta”, además, significa “creador”, “hacedor”. Ser poeta es poseer una visión diferente del mundo; es percibir las realidades de otro modo; es hallar lo que hay detrás de las cosas y decirlo con un lenguaje único que desautomatiza, refresca, recrea el lenguaje cotidiano y va siempre más allá de la función comunicativa, sin dejarla de lado. Más aún: hay poetas analfabetos y poetas que no han escrito ni un solo verso en papel. No es igual ser poeta que versificador.

A menudo he hallado mucha más poesía en letras de canciones de Víctor Jara, Arturo Meza, Moustaki, John Lennon, Violeta Parra, Charly García, Peter Sinfield, Jim Morrison y, por supuesto, Bob Dylan, que en muchos libros de poetas “oficiales” o “reconocidos”, a pesar de que otro resentido (un escritor mexicano de cuestionable calidad, aunque con muchos seguidores) pidió hace poco que Dylan renunciara a su premio, y a pesar de que la ignorancia haya comparado a este poeta con cantantes de quinta categoría, cuyas letras esquemáticas sólo reproducen lugares comunes. Es verdad: hay poesía popular. Las jarchas mozárabes, versos medievales pretrovadorescos, son curiosidades filológicas, pero desde el punto de vista artístico, no son gran poesía, como tampoco lo es la inmensa mayoría de canciones populares que repiten esquemas fáciles hasta la náusea. En ese sentido, Bob Dylan, Peter Sienfield, Jim Morrison, el Lennon de “Julia”, “Across the universe” o “Imagine”, hacen música popular, pero no siempre poesía popular, y de tal modo se salen de la norma, como también se salen muchas canciones de Gilles Vignault, Víctor Jara, Georges Moustaki, Silvio Rodríguez, Violeta Parra, Cat Stevens o Arturo Meza, el único cantante “popular” mexicano que merece mi respeto.

Recordemos que la poesía nació con la música, lo que no significa llamar “poeta” a cualquier versificador que compone canciones fáciles para que la industria disquera gane con las masas ávidas de seguir oyendo sensiblerías de escasa imaginación (“te quiero”, “te amo”, “no puedo vivir sin ti”…), clisés que en la cotidianidad se dicen porque el viento se los lleva, a diferencia de los extraordinarios versos del poema “Blowin’ in the wind”, de Bob Dylan, que insistentes permanecen y permanecerán en el viento.

¿Por qué Bob Dylan, quien tomó su pseudónimo de otro poeta, Dylan Thomas, es un poeta de verdad y no un versificador de canciones melosas? No responderé en tan breve espacio. Me basta traducir los siguientes versos de su cada vez más actual canción “A hard’s rain a-gonna fall”:

«Vi a un recién nacido rodeado de lobos salvajes.

Vi una solitaria autopista de diamantes.

Vi una rama negra que goteaba sangre.

Vi una habitación atestada de hombres con martillos sangrantes.

Vi una escalera blanca toda cubierta de agua.

Vi a diez mil oradores de lenguas quebradas.

Vi pistolas y espadas filosas en manos de niños.

Y es una dura, es una dura, es una dura, es una dura,

es una dura lluvia la que caerá…».