Por Alfredo Ríos Camarena
La elección del próximo presidente de Estados Unidos sin duda tendrá una gran repercusión en el futuro del mundo entero, por eso, no exageramos cuando consideramos que el debate que se acaba de dar, en la arena política norteamericana, es de importancia vital hacia el futuro.
El republicano Donald Trump volvió a refrendar sus ideas militaristas, xenofóbicas y racistas que lo han situado como líder indiscutible de una gran cantidad de ciudadanos norteamericanos, que se encuentran angustiados por el desempleo y la pobreza, a los que ha convencido, no con la razón, sino con la emoción, sembrando la semilla del odio y proclamando una actitud de supremacía racial, arraigada en la conciencia de muchos estadounidenses; discrimina a los afroamericanos, a los latinos, a las mujeres, se burla sarcásticamente de los débiles, de los diferentes en religión y en color.
Sus argumentos carecen de veracidad y de congruencia, sin embargo, penetran en ciertos niveles de la sociedad, que lo ven como el ideal norteamericano del triunfador en su vida personal, dirigiendo empresas, fotografiándose con mujeres espectacularmente bellas y con un lenguaje común y mediocre. No importa que se equivoque, él es un símbolo que les hace creer que todo en la vida es el dinero y que él va a hacer que la OTAN pague mayores cuotas para defensa de Europa, que Corea y Japón hagan lo propio y que México financie la locura del muro antimexicano. Su visión de la economía la resume al decir que es muy inteligente y, por eso, no paga impuestos, que quiebra intencionalmente empresas para obtener mayores utilidades, que no les paga a sus trabajadores cuando no le gusta el trabajo realizado; todo su entorno y su mundo está en la fuerza bruta y en la utilidad usurera.
En el debate no convenció a la sociedad norteamericana, demostró claramente su incapacidad para gobernar el país más importante del mundo, aun cuando habrá que reconocer que, con sus expresiones, consolidó a quienes ya son sus partidarios, que no son pocos, y que tiene una carga emocional de mayor ímpetu que los de su contrincante demócrata.
Hillary Clinton se manejó con serenidad e inteligencia con un discurso racional que tiene un fuerte tufo a los convencionalismos y protocolos de la vieja política del establishment; evidentemente fue mejor, pero le falta una conexión más emotiva con los electores; aseguró que con su proyecto económico crearía más de 9 millones de nuevos empleos, mientras que en el de Trump se perderían 3.5 millones; no fue rebatida, dejó clara su preparación para ser jefa de Estado y resaltó su trabajo político en el área internacional; propuso una agenda social y fiscal de corte reformista, influida por el proyecto de Bernie Sanders y por el pensamiento económico del que fuera colaborador de su esposo Bill Clinton, el premio nobel de economía Joseph Stiglitz.
No hay duda de que para cualquier espectador que no se encuentre en la confusión, ni en la vorágine de la elección norteamericana, Hillary fue la triunfadora. Pero aún sigue pendiente el resultado que se dé en las urnas, pues muchas veces hemos visto que la psicología de las masas se impacta con la emotividad.
No sabemos qué va a pasar, pero en México —más allá de nuestras diferencias de todo tipo— debemos estar preparados para enfrentar tiempo difíciles. Tenemos una historia, un proyecto y una larga experiencia frente a la adversidad.