Después del plebiscito…

POR BERNARDO GONZALEZ SOLANO

 

En contra de lo que muchos suponíamos (no hay que pasarse de listos), no fue posible que Mauricio Babilonia, el personaje del Nobel colombiano Gabriel García Márquez en su celebérrima novela Cien años de soledad “soltara las mariposas amarillas” porque “la guerra terminó”. Una vez más, las encuestadoras –ese pingüe negocio que se equipara con otros rubros que dan pena–, se equivocaron en sus pronósticos de voto: desde muchos días antes aseguraban que el “sí” ganaría en el plebiscito convocado por un ensoberbecido presidente que estaba seguro de ganarlo. La pregunta era “simple”: “¿Apoya usted el acuerdo final para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera?”.

El cuestionamiento se refería, obviamente, al acuerdo firmado una semana antes por el gobierno de Colombia y las FARC, en un solemne acto desarrollado en Cartagena de Indias al que asistieron buen número de mandatarios de Iberoamérica, de España, de organismos internacionales, invitados por el propio presidente Juan Manuel Santos (que algunos exagerados califican como el mejor presidente que ha tenido ese país en varias décadas), que, a decir verdad, es el único que ha logrado concretar un acuerdo de paz en 290 páginas  con la fuerza guerrillera que ha combatido más de medio siglo con un balance horripilante, poco menos de 300,000 muertos. Los ilustres testigos del acto, sin duda consideraban que el acuerdo era lo mejor que le podía suceder a la patria de García Márquez, también estaba seguros de que el plebiscito inmediato lo ganaría Juan Manuel Santos. No fue así. El sucesor de Álvaro Uribe se sobrevaloró e hizo a un lado a la mayoría colombiana cuya democracia es una de las más antiguas de Sudamérica.

Desde que se dio a conocer el texto del acuerdo, saltaron las inconformidades. Quizás Santos olvidó que históricamente los acuerdos de paz no dejan satisfechos a todos.

Varios puntos del voluminoso documento causaron escozor en los descendientes de las víctimas del bando contrario a las FARC. Más de medio siglo de guerra causa muchas heridas, mucho dolor. Y no todos tienen la piel tan gruesa como para perdonar, cristiana o islámicamente, a los agresores. No sólo fueron asesinatos, secuestros, torturas, terrorismo. Fue todo eso y mucho más, por eso la sociedad colombiana acaba dividida casi a  la mitad. La diferencia de votos en el plebiscito apenas es de 60,000 papeletas.

Un poco menos de 35 millones de colombianos estaban convocados a las urnas. Para sorpresa de todo mundo, incluyendo al propio Álvaro Uribe que horas antes daba por perdida su lucha, con el 50.21%, el “no” ganó el referéndum celebrado el domingo 2 de octubre, en tanto el “sí” logró el 49.79%. Los contrarios al acuerdo –encabezados por el ex presidente Álvaro Uribe– cosecharon 6.431.371 votos, y los simpatizantes del mismo, 6.377,464. Lo que significa que la diferencia entre ambos bandos, que ahora supone la apertura de un panorama incierto y preocupante para la paz en Colombia, la marcan apenas 53,908 votos. Así debe ser la democracia aunque a algunos no les cuadre que unos pocos sean los que marquen la raya entre unos y otros. Aquí no se puede hablar de buenos y malos. Sin embargo, hay analistas cargados del lado gubernamental que no han dudado en calificar a Uribe y los votantes del “no” como representantes reaccionarios que a su lado Adolfo Hitler es un bebé de pecho. A ese grado llegan las cosas. En todo caso, vale la pena ver con cuidado las razones de ambos bandos, como si fueran una radiografía que ilustra como está dividida, ideológicamente, la sociedad colombiana, no muy diferente a otras sociedades de América Latina, por cierto.

A esto hay que agregar que en total, el domingo 2 de octubre apenas votaron 13.059,173 colombianos, es decir un 37.41% del censo, según la Registraduría Electoral del país. Lo que significa que el abstencionismo fue del 62.59%. Desde 1958, la participación se estableció entre 33% y 58.47%, récord jamás superado desde 1974. Claro, el voto en este caso no era obligatorio pero, si se trataba de algo tan importante como ratificar los acuerdos de paz de una guerra que dura más de medio siglo, lo conducente hubiera sido que los votantes sí acudieran a las urnas, pues se trataba, nada menos, que del fin de los combates y, obvio, del derramamiento de sangre que tanto ha herido a Colombia.

“La abstención ha ganado y el país ha perdido”, declaró a la agencia France-Presse, Kirsty Brimelow, abogada británica y directora del Bar Human Rights Committee, que tuvo injerencia en las negociaciones de La Habana. Brimelow agregó: “Esto se parece al Brexit”, refiriéndose al referéndum que tuvo lugar en la Gran Bretaña para decidir si salía de la Unión Europea, causa de la actual crisis política en Inglaterra y el organismo europeo.

Colombia

Lo malo del caso es que, a semejanza del Brexit, en Colombia tampoco habrá segunda vuelta. El presidente Juan Manuel Santos ha declarado, en varias ocasiones, no tener Plan B en caso de que fracasara el “sí” y, como las FARC, desechó toda posibilidad de renegociación. Además, antes del plebiscito manifestó que si el “no” triunfaba, los guerrilleros “regresarían a la selva”. Después de conocer los resultados del domingo, sin embargo anunció que el mismo lunes 3 convocaría a “todas las fuerzas políticas –y en particular a las que votaron por razones el “no”–, a fin de escucharlas, abrir espacios de diálogo y decidir el camino a seguir”.

La mayor parte de las encuestas aseguraban que el “sí” estaba a la cabeza, con el 55% al 66% de las intenciones de voto. Una vez más, la realidad se impuso: muchos colombianos temieron ante la posibilidad  de que a su país llegará un “Castro-chavismo” inspirado en los regímenes de Cuba y Venezuela –no por nada las negociaciones de paz se realizaron durante cuatro años en La Habana; bien se sabe cómo los hermanos Castro cobran sus “favores”–; un trabajador colombiano jubilado, José Gómez, de 70 años de edad, declaró a la AFP: “pienso que es absurdo recompensar a criminales narco-asesinos, que han hecho de estés país un desastre”.

En un breve mensaje a la nación, el presidente Santos dijo: “Convoqué al pueblo para que decidiera mantener o no lo que se acordó para poner fin al conflicto con las FARC, y la mayoría, aunque por estrecho margen, dijo que “no”, y la otra mitad del país dijo que “sí”, pero todos, sin excepción, quieren la paz”. Desde la presidencial Casa de Nariño, Santos fue enfático: “No me rendiré y seguiré buscando la paz hasta el último día de mi mandato, porque ese es el camino para dejarles un mejor país a nuestros hijos”.

A su vez, el expresidente Álvaro Uribe, cabeza de la oposición al acuerdo, afirmó querer “contribuir a un gran pacto nacional”. “Nos parece fundamental que en nombre de la paz, no se pongan en peligro los valores que la hacen posible”, recalcó el senador derechista.

Timoleón Jiménez o Timochenko, alias de Rodrigo Londoño, jefe de las FARC habló por la radio desde La Habana para “reafirmar la voluntad de paz” de las fuerzas guerrilleras, y lamentó “profundamente…que el poder destructivo de los que siembran odio y rencor haya influído en la opinión de la población colombiana (pero reiteró su) disposición de usar solamente la palabra como arma de construcción hacia el futuro”.

De una u otra forma, el hecho es que el pueblo mandó parar. Sobre todo porque hay algunas partes del acuerdo de paz que no convenció totalmente a los ciudadanos colombianos.

A continuación damos un resumen de las partes que no gustaron a los opositores:

Las FARC se convertirían en un movimiento legal y el Gobierno se comprometió a garantizar su seguridad para evitar que sus militantes fueran asesinados, como sucedió a manos de paramilitares y fuerzas estatales en las décadas de 1980 y 1990, después de otro fracasado proceso de paz. Asimismo, al grupo guerrillero se le asignarían 10 escaños en el Congreso de 268 miembros por dos periodos consecutivos, cada uno  de cuatro años, si no lograban los votos suficientes

Otro de los seis puntos del acuerdo es el fin del conflicto. Tras el alto el fuego bilateral y definitivo en vigor desde el 29 de agosto pasado, las FARC debían reagrupar los 5,765 combatientes armados que declararon tener en 27 sitios acordados para depositar las armas y reincorporarse a la vida civil. El proceso sería supervisado por la ONU en un lapso de 180 días a partir del 26 de septiembre, cuando se firmó el acuerdo en Cartagena de Indias.

Respecto a la justicia de las víctimas del conflicto que dejó 260,000 muertos, 45 mil desaparecidos y 6.9 millones de desplazados, se previó un sistema negociado que tenía previsto juzgar en tribunales especiales los crímenes cometidos por todos los actores del conflicto –guerrillas, paramilitares, agentes estatales–, tanto uniformados como civiles, pero no cobijaría a los responsables de matanzas, torturas y violaciones. Quienes confesaran crímenes horrendos ante un tribunal especial podrían evitar la cárcel y recibir penas alternativas. Si no lo hacían y eran declarados culpables, serían condenados de ocho a veinte años de prisión.

Otro punto en discusión es el relativo al narcotráfico, pues parece que los acuerdos extienden a los narcos las bondades que se dieron a los guerrilleros. Nada que ver las FARC originales con la alianza de la guerrilla y el crimen organizado.

En fin, el resultado del plebiscito es un reflejo de la profunda polarización del país. Por el momento, el futuro de Colombia es la incertidumbre. ¿Qué sucederá? Nadie lo sabe. VALE.