Recibe el Nobel y busca la paz

POR BERNARDO GONZALEZ SOLANO

 

Desde la última semana de septiembre pasado, Colombia ha sido el centro de la atención mundial. Siempre lo ha estado, pero los recientes acontecimientos la han puesto, como nunca, en el escenario internacional. Para empezar, la firma de los acuerdos con las FARC, en La Habana, después de cuatro años de negociaciones; el apoyo internacional fue claro en la ceremonia suscrita en Cartagena de Indias. La siguiente semana el fuego de los festejos anticipados se apagó con el resultado negativo del referéndum, que dio el triunfo, apretado, a los partidarios del “no”, lo que desconcertó a la comunidad mundial y a la clase dirigente colombiana que estaba segura de ganarlo. Lo peor del caso es que no previeron un plan B en caso de la derrota. Sin calidad de estadistas, el bando oficial se precipitó.

Para enredar más el hilo, el comité noruego concedió, el viernes 7 de octubre, el Premio Nobel de la Paz 2016, al presidente Juan Manuel Santos Calderón (Bogotá, 1951), político, periodista, economista, general; por haber alcanzado un pacto con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, la guerrilla más longeva de Hispanoamérica y “terminar” así con el conflicto más antiguo del hemisferio occidental.  Pero, esa “paz” parece estar coja, pues Santos no la ha hecho con el expresidente Álvaro Uribe Vélez (Medellín, 1954). En tanto ambos personajes no lleguen a un entendimiento, los colombianos –y los extranjeros–, no pueden hablar del fin de la guerra civil que se ha alargado durante más de media centuria. Todos queremos aplaudir el final de esta guerra civil, es cierto, pero no hay que hacerlo apresuradamente como ha ocurrido en los últimos días. Como nunca es cierto aquello que dice: “del plato a la boca se cae la sopa”.

Santos y Timochenko –rodeados de la claque internacional– se desesperaron. Tienen razón para estarlo. Cincuenta años de derramar sangre es demasiado tiempo. Por lo mismo, no hay que dar pasos en falso, ni tampoco caer en el pesimismo de Uribe. El aplauso de la comunidad internacional resultó prematuro. Así, el comité noruego reconoció el momento delicado del proceso de paz, al que califica como “controvertido”, y la “incertidumbre” –como lo señalamos en esta columna hace una semana–, y el “verdadero peligro” por los que cruza Colombia en estos momentos, que podrían provocar el “resurgir de la guerra civil”, aunque las FARC hayan asegurado que continuará el cese el fuego.

Al conocer la noticia de su galardón, el presidente Santos habló desde el palacio de Nariño en la capital colombiana: “Gracias a Dios, la paz está cerca. La Paz es posible. Es la hora de la paz. Juntos, como nación, lograremos construirla. Los invito a todos a que unamos nuestras fuerzas, nuestras mentes y nuestros corazones en este gran propósito nacional para que, así, todos ganemos el más importante premio: la paz de Colombia”. E hizo un llamamiento a los contrarios del acuerdo: “El otro grupo recibirá esto como un estímulo del mundo entero de que tenemos que llegar a un acuerdo muy pronto”.

Las reacciones a la concesión del galardón a Santos fueron variadas. Sobre todo de los contrarios al acuerdo. Su contrariedad era manifiesta en los matices de las declaraciones. Uribe envió por Twitter una felicitación condicionada: “Felicito el Nobel para Santos, deseo que conduzca a cambiar acuerdos dañinos para la democracia”. El ex procurador Alejandro Ordóñez, una de las voces más duras del “uribismo”, habló de divisiones y atacó a los guerrilleros: la Academia de Noruega “no premia a Timochenko porque el terrorismo y los crímenes de lesa humanidad no pueden ser premiados”. Distintas opiniones daban por hecho en Colombia que un hipotético Premio Nobel debería ser compartido entre gobierno, guerrilla y víctimas. Hipótesis baladí, pues el único galardonado es Juan Manuel Santos Calderón. Por lo mismo, las víctimas, a quienes el presidente dedicó el premio fueron las principales protagonistas de las felicitaciones. Por ejemplo, Fabiana Perdomo, viuda del exdiputado  del Valle del Cauca, Juan Carlos Narváez, asesinado por las FARC durante su secuestro, y que es ferviente militante del “sí” dijo: “Recibimos como propio el Nobel. Se trata de un premio para todas las víctimas”.

Premio Nobel

Ingrid Betancourt, ex candidata presidencial, que estuvo seis años secuestrada por las FARC y que se convirtió en icono de las “víctimas” de los guerrilleros, declaró en París, donde reside desde que fue liberada, que la guerrilla merecía también un reconocimiento y destacó que el Nobel “ahoga las voces de quienes querían abortar el proceso de paz…Esto nos hace madurar como país y poder cumplir con la generación siguiente”…”Se trata de un renacer de la patria”. No obstante, su compañera de cautiverio, la actual senadora Clara Rojas –que durante su secuestro se embarazó de un guerrillero–, manifestó que el Premio Nobel es también una llamada de atención para las FARC, “para que se den cuenta de que deben escuchar otras voces”.

A semejanza de lo que sucedió durante la ceremonia de la firma del acuerdo entre el gobierno y las FARC, en Cartagena de Indias el 26 de septiembre, donde se dieron cita figuras políticas en las antípodas ideológicas como el autócrata venezolano, Nicolás Maduro, el secretario de Estado de EUA, John Kerry, el presidente de México Enrique Peña Nieto, y otros dirigentes internacionales como Ban Ki-Moon, de la ONU, el Nobel a Juan Manuel Santos recibió un respaldo unánime.

Sin embargo, al ser pública la noticia del Nobel de la Paz, el ambiente social en las calles colombianas, y sobre todo en las redes sociales (que tanto perjudican o tanto benefician, según sea el caso), puso en claro la división que vive el país: hay un ánimo virulento, con insultos, provocaciones y acusaciones entre ambos bandos, el santismo y el uribismo. Los análisis coinciden en que las negociaciones de paz se han volcado a una dura lucha entre los dos ismos, cuyas consecuencias se podrían alargar hasta las elecciones presidenciales de 2018. Así, el Nobel podría jugar un papel importante en este contexto: es claro que para Santos el galardón cayó como un balón de oxígeno en la semana más crítica de la recta final del proceso.

De tal suerte, repito, la incertidumbre en todo Colombia es absoluta. El choque de los sentimientos: del júbilo de los santistas al manifiesto descontento de los uribistas, nadie se hace ilusiones. Lo que sucede en las filas de las FARC refleja mucha ansiedad: reconocen que sintieron pánico tras el triunfo del “no” en el referéndum. En un comunicado suscrito por los dos bandos en La Habana, las cabezas de ambas delegaciones (Humberto de la Calle, por el gobierno, e Iván Márquez por la guerrilla), anunciaron que el cese bilateral seguiría vigente, sin especificar fecha, y que pidieron a la ONU que prolongaran su misión verificadora en territorio colombiano.

Por su parte, en las redes sociales, Timochenko dijo: “El único premio al que aspiramos es el de la #PazConJusticiaSocial para #Colombia sin paramilitarismo, sin retaliaciones (venganzas) ni mentiras”.

Lo cierto es que, más allá de un mensaje de tranquilidad al pueblo colombiano, que teme el estallido de las bombas y el tiroteo de los fusiles y las metralletas y pistolas, apenas se ha avanzado nada. La reunión de Santos y Uribe el lunes 3 después del plebiscito no produjo mayor acuerdo. La guerrilla debería reagruparse en las zonas transitorias vigiladas por la ONU que ya se acordaron, pero los dirigentes guerrilleros han dicho a varios medios que no se moverán mientras no se apruebe la Ley de Amnistía que está paralizada hasta que se alcance un gran acuerdo nacional con los representantes del “no”.

Mientras parte del país salió a las calles para festejar el primer Premio Nobel de la Paz –el segundo en su historia pues el primero fue el de Gabriel García Márquez con el de Literatura en 1982–, otros tantos insisten en que el acuerdo de paz con las FARC necesita reformas fundamentales para salir adelante.

Desconcierto y frustración pueden ser los sentimientos dominantes por el momento en Colombia. No hay que tomar en serio a los aprendices de brujo. Voces como las de Josep Piqué, ex ministro español de Asuntos Exteriores, son más interesantes, como la que manifestó en su artículo “La clave: compaginar paz y justicia”: “Pero es obvio que hay que hacer una lectura correcta de lo sucedido: Primero, que los referendos no suelen ser una buena herramienta en las democracias representativas. Veamos los resultados: nada menos que dos tercios de los colombianos no se han sentido involucrados y no han ido a votar. Y el resto, se ha dividido por la mitad. Mal asunto. Segundo, no puede haber vuelta atrás sin más. Es decir, resignarse a la guerra entre un Estado soberano y democrático y una organización armada que ha utilizado el narcotráfico y el terrorismo hasta límites insoportables”.

“Lo que hay que pedirle –continúa– a la clase política colombiana (de Santos a Uribe y Pastrana) es que encuentre la vía para rehacer los acuerdos, en conformidad con la voluntad democrática expresada por los colombianos, y no empiece de cero. Con generosidad y con patriotismo…Y así el Nobel de la Paz podrá ser compartido por todos. Es decidir, por todos los colombianos y por todos los que amamos ese maravilloso país”.

Lo que sigue debe hacerse sin mezquindad de ningún tipo. Sabotear el proceso de paz colombiano y al presidente Juan Manuel Santos Calderón, como más de uno trata de hacer –sin referencia directa al ex mandatario Álvaro Uribe Vélez, que todo mundo sabe está curtido en las artes de Maquiavelo–, demuestra ruindad de espíritu y poca claridad de ideas y nulo sentido político. De eso no se trata. VALE.

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