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No me consta que un alcalde puede mandar a policías federales y estatales.
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Entrevista con John Gibler | Periodista, autor de Una historia oral de la infamia

El 26 de septiembre de 2014, un grupo de estudiantes de la Escuela Normal Rural “Raúl Isidro Burgos” de Ayotzinapa, Guerrero, partió en cinco autobuses de diferentes líneas rumbo a la Ciudad de México para participar en la marcha conmemorativa de la matanza de Tlatelolco del 2 de octubre de 1968, y además recabar fondos para su institución educativa. Los estudiantes consideraban esta actividad como una más dentro de su curricula.

De acuerdo con testimonios de otros normalistas, se tenía la intención de tomar varios camiones para dirigirse a la capital, pero primero se reunirían en la central de autobuses de la entidad con el fin de partir en caravana. Uno de los estudiantes, conocido como el Cochiloco, ordenó que los camiones se desviaran hacia Iguala para botear y así conseguir los fondos necesarios.

Cuando los estudiantes llegaron al centro de Iguala, fueron cercados por policías municipales, estatales y hasta federales quienes abrieron fuego “al aire”, pero después todo se convirtió en un ataque deliberado en contra de los estudiantes.

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El fuego, de acuerdo con testimonios, duró entre tres y cuatro horas. La incertidumbre envolvió a los estudiantes. Uno de ellos, de nombre Aldo, fue herido de gravedad con un impacto de bala en la cabeza; se encontraba agonizante y a la espera de una ambulancia.

En esa noche trágica, los estudiantes fueron privados de la libertad en un ambiente de ilegalidad, subidos a patrullas policiacas y jamás se les volvió a ver. Diversos mensajes aparecieron en redes sociales, ante un clamor de justicia y de solidaridad.

Los responsables y señalados como autores intelectuales, María de los Ángeles Pineda y José Luis Abarca —este último alcalde de Iguala—fueron detenidos en Iztapalapa, Ciudad de México, semanas después de haberse dado a la fuga. Abarca fue recluido en el penal de máxima seguridad del Altiplano, en el Estado de México, y Pineda fue retenida como indiciada para realizar las investigaciones pertinentes.

La pareja que gobernó Iguala jamás declaró, y no se sabe bien a bien su versión. La Procuraduría General de la República (PGR) y la fiscalía de Guerrero asumieron la culpabilidad de los Abarca, pero nunca dieron una pista que ayudara a dar con los autores materiales ni con los desaparecidos.

Los padres de los normalistas desaparecidos han rechazado la versión oficial que apunta a que fueron quemados en el basurero del municipio de Cocula, ya que toda esa noche “estuvo lloviendo”.

La revista británica Science Mag recreó la supuesta incineración de los estudiantes en el basurero de Cocula y llegó a la conclusión de que es casi imposible que, en tan poco tiempo, se hayan calcinado los cuerpos.

Después de las indagatorias de la Comisión Nacional de Derechos Humanos y del Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes, la PGR expuso que los policías de Huitzuco sí participaron en los hechos. Además se iniciará una investigación con el FBI con previo consentimiento de los padres de familia. Asimismo, el FBI analiza los videos de seguridad de diversos edificios municipales de Iguala, para determinar la participación de cuerpos policiales en los hechos.

Estos datos fueron recabados por diversos organismos de derechos humanos nacionales e internacionales. Estudiantes sobrevivientes de Ayotzinapa narraron los hechos al periodista norteamericano John Gibler quien, a través de su libro Una historia oral de la infamia, expone los horrores que vivieron aquella noche en el centro de Iguala. Esto es un poco del horror.

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Los mitos

¿Cuáles son los principales mitos en torno a la tragedia de Ayotzinapa?

Esa noche del 26 y madrugada del 27 de septiembre hubo una “confusión”. Los policías municipales de Iguala “confundieron” a los estudiantes de Ayotzinapa con un grupo rival del narcotráfico y por eso los atacaron. Y ese mito es el punto esencial en la versión ya tan desacreditada de la PGR. Ese mito lo ha promovido el gobierno federal.

Otro mito es que a los estudiantes los “atacaron” porque fueron a boicotear un evento político en Iguala, del segundo informe de la presidenta del DIF local, María de los Ángeles Pineda, y ese evento se realizó sin ningún tipo de protesta ni boicot. Los estudiantes jamás llegaron a ese evento ni sabían que esa noche ocurriría aquel acto municipal.

Otro mito que circuló en varios columnistas de periódicos de la Ciudad de México y de Chilpancingo es que algunos de los normalistas eran integrantes del narcotráfico, de Los Rojos o eran insurgentes armados de algún tipo de guerrilla. Y esas versiones se publicaron en columnas sin citar ninguna fuente, entrevista o investigación, sólo eran rumores vilmente publicados en un momento en el que esas personas no podían defenderse, porque estaban en calidad de desaparición forzada.

Un mito que prevalece hasta el día de hoy es que los atacaron policías solamente de la ciudad de Iguala y que ellos los “entregaron” a un “grupo del narco”, porque ya se tiene muy documentado que esa noche participaron en los ataques policías municipales uniformados de tres diferentes alcaldías: Iguala, Cocula y Huitzuco. También participaron en los ataques elementos de protección civil, policías ministeriales del estado de Guerrero y también policías federales.

¿Qué ha ocurrido con los llamados autores intelectuales José Luis Abarca y su esposa María de los Ángeles Pineda?

Ellos en definitiva son presuntos autores intelectuales, porque no me consta que un alcalde puede mandar a policías federales y estatales, y en los hechos estaban participando policías estatales y federales. No creo que José Luis Abarca sea la única persona, la única autoridad ni el más alto funcionario involucrado en coordinar los hechos.

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Un mito que prevalece es que los atacaron policías de Iguala y que los “entregaron” a un “grupo del narco”.


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Investigar cadena de mando

¿Qué tan importante sería apuntar hacia el ex gobernador de Guerrero, Ángel Aguirre, quien se encontraba en funciones al momento de los ataques?

Hay que ver toda la estructura posible de la cadena de mando a nivel estatal, local y federal. La administración del ex gobernador Aguirre, por supuesto, pero también no queda clara la participación de oficiales del gobierno federal. Hay que investigar la cadena de mando que hay dentro de la administración estatal del momento, la local pero también la federal.

¿Por qué ninguna de las investigaciones ha llegado a conclusiones concretas y sólo se quedan en versiones con tintes políticos?

Esto es una parte de la propia investigación de los hechos, de quién está encubriendo. Yo creo que si a dos años no solamente no han llegado a ningún lado, pero han producido versiones burdas, falsas, chafas, que han sido rotundamente tumbadas, es porque alguien en un muy alto nivel político, al parecer, ha ordenado un operativo de encubrimiento.

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Aportar algo

De todos los casos que documentaste en Una historia oral de la infamia, ¿cuál fue el que más te impactó?

Todo es tan impactante, todo ha sido tan fuerte. Podría compartir un momento, uno de los sobrevivientes que vio muchas cosas, uno de los pocos que logró ver muy bien a los tres hombres armados, vestidos de civiles y enmascarados que regresan al lugar de periférico y Juan L. Álvarez como a las 11:30 o 12:00 am. En ese punto les vuelven a disparar cuando dan en el rostro a un joven estudiante y matan a dos, uno de ellos es el mejor amigo de este estudiante sobreviviente, y él cuenta cómo se escondía de la balacera debajo de un coche, las balas volaban por todos lados. En ese momento recibe una llamada por celular de la familia de su mejor amigo, Daniel Solís, cuando no sabía que en ese instante a Daniel lo habían matado. Él tiene que dar la terrible noticia a la familia.

¿Qué obstáculos enfrentaste para escribir la tragedia de los normalistas?

A todos quienes encaramos eso es algo fuerte, pero sobre todo era el querer aportar algo para participar de alguna forma como periodista, como escritor, buscando, pidiendo permiso, presentándome frente a los sobrevivientes, escuchándolos, buscando una forma y una estructura que permite compartir ese ejercicio de escuchar y dar una voz.