Por Ricardo Muñoz Munguía

A la muerte tendemos a llamarla: flaca, huesuda, calaca…; se le dibuja: esquelética, casi descarnada, cadavérica…; y la imaginamos: a caballo, con su vestimenta como de un monje con un rostro oscuro, quizá con patas de cabra…, en fin, muchos desfiguros, pero hasta dónde aterriza una figura física, eso, a la hora de la muerte, creo que es algo en lo que menos se piensa.

En el Diccionario de últimas palabras, de Werner Fuld, el autor se da a la tarea de dar una muy breve referencia biográfica de la personalidad de quien se trate y, también muy breve, en gran parte de los casos, hace un escenario de los últimos instantes de la vida y, por supuesto, las últimas palabras. En casi todos los casos, cada persona hace una referencia a su vida, a lo que posiblemente más le apasionó. El compositor Wolfgang Amadeus Mozart, quien en los momentos finales de su vida trabajaba en un Réquiem —encargado por un “señor flaco, vestido de gris”—, a pesar de sus dolencias y presentimientos de muerte, seguía con su labor pero, ante lo evidente de su estado, se le preguntó cómo se encontraba, y por respuesta y últimas palabras, dijo: “Tengo en la lengua el sabor de la muerte. Siento algo que no es de este mundo”, y es, de los contados casos que se agrupan en este libro, que hacen una mínima referencia a la muerte, porque en todos los demás, dependiendo de su circunstancia, hacen una mención más apegada a sentir paz, a mostrar alguna preocupación; en otros, la comunión con su Dios, con su gente, con su vida, con su nuevo rumbo.

Sin duda, la presencia física de la muerte no es más que un ser de muchas formas que sólo se tiene presente en la vida, y en la vida sana, por decir de algún modo el estar consciente de que no se acerca el fin.

La muerte es un ser que atemoriza y que provoca la imaginación para darle una presencia múltiple, y así habrá de conservarse y seguir obteniendo más formas. Sin embargo, la muerte, a la hora de la muerte, podría ser lo más emocionante; es el momento preciso de saciar la duda de qué forma tiene, que no debe ser otra cosa que la de caer en un sueño profundo a una posible paz.