Nuestra cercanía con la muerte
Por Mireille Roccatti
En los últimos días de este mes de octubre, conforme nos acercamos a la celebración del Día de Muertos, la Ciudad de México comienza a ser inundada de esqueletos, calaveras, catrinas de papier mache, flores de cempasúchil, propios de esta fiesta popular, que compiten desventajosamente con brujas, calabazas y juguetes animados que emiten grotescas risas anunciando la cercanía del Halloween. Lo que constituye una muestra de la transculturización que avasalla lenta pero inexorablemente nuestra cultura.
En realidad es una celebración milenaria con diversas manifestaciones culturales, y en el caso nuestro es producto de un sincretismo de nuestras culturas originarias al fundirse sus ritos y celebraciones en torno a la muerte con las prácticas de la cultura y religión hispánica. En nuestro país, es una tradición popular que fusiona los rituales prehispánicos de los pueblos originarios en que celebraban el término de los ciclos agrícolas, y las cosechas se utilizaban como ofrendas.
El origen más antiguo de la celebración hay que rastrearla hasta la antigüedad celta de 3000 a. C., en la cual igualmente, en ocasión de las cosechas al final del ciclo agrícola, los druidas —sacerdotes y dirigentes— organizaban una festividad conocida como Samhain que daba inicio a un nuevo año celta, ocasión que creían que se estrechaba la ligera línea que une este mundo con el otro, en el cual moran los espíritus de los muertos. Por ello preparaban ofrendas para agradar a los espíritus benévolos y máscaras para espantar a los malvados. Apagaban los fuegos viejos y en cada hogar se encendían nuevas hogueras.
La dominación romana, al conquistar las tierras que habitaban los celtas, asimiló esta festividad y la fundieron haciéndola coincidir con la que celebraban los romanos en honor de Pomona, diosa de los árboles frutales, para festejar la “fiesta de la cosecha”. Al correr el tiempo y aceptar la religión cristiana como oficial, la cultura romana incorporó diversas festividades paganas, entre otras la del solsticio de invierno o Navidad, y la hicieron coincidir con las festividades cristianas, lo mismo sucedió con la del Día de Todos los Santos en tiempo de los papas Gregorio III y IV (731-844) y que llegó a México con la dominación española.
En el caso del Halloween, vocablo que es una contracción de All Hallows Eve o Víspera de Todos los Santos, igualmente encuentra sus raíces en la tradición celtica, también se le conoce como noche de brujas o noche de difuntos. Las características principales de esta celebración pueden encontrarse en las tradiciones irlandesas que llegaron a Estados Unidos junto con la gran migración de 1840 motivada por la gran hambruna que sufrió ese año Irlanda.
La práctica más popular de esta festividad, además de las fiestas de disfraces, lo constituye el truco o trato (trick or treat), que constituye la petición de los niños de dulces o susto, cuando acuden a las casas de los vecinos a solicitar, a cambio de un acuerdo de no asustarlos o hacerles travesuras, rememorando la tradición de que a los espíritus había que complacerlos con una ofrenda cuando se presentaban en esta fecha, en la que vagaban libremente por los caminos con una vela insertada en un nabo, el cual ahora ha sido sustituido por una calabaza.
En casi todo el mundo occidental se celebra esta fecha. En México, pese a todo, se mantiene la celebración del Día de Muertos con sus particulares connotaciones, como la de los “muertos chiquitos”, esto es, la remembranza de los niños muertos que celebramos el día primero o de Todos los Santos, y el de los fieles difuntos o muertos grandes al día siguiente.
Continuamos preparando los altares de muertos en los cuales se coloca la comida y bebida que gustaban los difuntos y se adornan con calaveras y cempasúchil. Otra tradición mexicanísima que conservamos son las “calaveras”, versos octosílabos jocosos en que predominan alusiones a “la pelona” a “la flaca” o a “la huesuda” al referirse a la muerte. Los mexicanos sin duda mantendremos nuestra irónica y jactanciosa cercanía con la muerte.