En la literatura mexicana de los ochenta
Por Gonzalo Valdés Medellín
Para entender las razones de la diversidad sexual en la actualidad es necesario hacer un recuento de lo acontecido a finales de los setenta y principios de los ochenta en México, al sobrevenir el destape de la homosexualidad que revolucionaría la temática y la misma literatura mexicana con la aparición en el cierre de la década de los setenta de El vampiro de la Colonia Roma de Luis Zapata. A lo largo y ancho de la primera mitad de los ochenta se detona un verdadero boom de la literatura homosexual con autores como Jorge Arturo Ojeda, Raúl Rodríguez Cetina, los jóvenes premiados Zapata y José Rafael Calva Pratt; las jóvenes promesas de José Joaquín Blanco, Kalar Sailendra (Arturo César Rojas, hasta ahora el único escritor que ha creado ciencia ficción gay con su novela Xeroddnny: donde el gran sueño se enraiza) y las voces poéticas de José Ramón Enríquez, Arturo Ramírez Juárez y Luis Arturo Ramos. En esos años se debate aún sobre la existencia o inexistencia de la llamada literatura gay (negada tal existencia nada menos que por sus representantes más populares e, incluso, “taquilleros”, por decirlo de algún modo: Zapata y Blanco, quienes son refutados por quien esto redacta), aunque paradójicamente, se imponen con dignidad la bandera de la Cultura Gay. Son los años que definen también la diversidad sexual dentro de la diversidad humana, tanto en forma como en fondo, tanto en lo ideológico y en lo político, como en lo espiritual y cultural. Se reivindica en la comunidad homosexual el lenguaje “del autoescarnio”: “somos putos y qué”, “loca sí, joto sí, puto también y maricón más”. La literatura homosexual, gringolizada —por decirlo de algún modo— bajo el rubro de literatura gay, comenzaba a cobrar auge. Pero no era el inicio, sino el destape de una oleada de narraciones de carácter homoerótico que ya habían perseguido décadas atrás infinidad de autores. En 1981, al publicarse el libro de Luis González de Alba El vino de los bravos el autor traza una cartografía sin concesiones humoristas —contrario al Zapata de El vampiro… donde el humor parecía ser la tónica con la que se defendía el discurso homosexual— de la libertad soterrada, sumida en el clandestinaje y en un ejercicio de la sexualidad sin freno como contraparte a la represión anti homosexual. El vino de los bravos daba otra versión de los hechos, visión de una sexualidad homoerótica sumida en la búsqueda del placer loco, pero al mismo tiempo, en una soledad devastadora. Dicha cartografía era también espejo de la realidad homosexual que se vivía en esos años al interior de la sociedad mexicana.
En 1985 Elena Poniatowska, en su libro ¡Ay vida, no me mereces!, al hablar de la idea de identidad entre los jóvenes a partir de 1968 y el surgimiento posterior del movimiento feminista, se refiere al movimiento de liberación homosexual, reparando en que ya existe un “movimiento homosexual, claro, llamado gay, a imitación de Estados Unidos, cuando agresivamente quizá debería llamarse puto”, este provocativo grito de insurrección comenzó a cobrar adeptos tanto entre los militantes y activistas, como entre los creadores homosexuales.
En el primer lustro de los ochenta son también cada vez más frecuentes las asunciones en primera persona de escritores e intelectuales que no temen a la represalia por asumirse como homosexuales ante la sociedad. Luego de que en 1979 José Antonio Alcaraz se asume públicamente como autor, actor y director de su obra emblemática ...y sin embargo se mueve(n), a él se unen dos de los dramaturgos más prestigiados del país: Sergio Magaña y Hugo Argüelles. En 1982 dos escritores heterosexuales publican novelas con temática gay: Elena Garro (Reencuentro de personajes) y Luis Spota (Mitad oscura), ambas magistrales y dignas de ser consideradas en el corpus de la literatura homosexual mexicana del siglo XX.
En 1982 se celebra también la Primera Semana de Cultura Gay en una vieja casona rehabilitada como espacio cultural ubicado por Salto del Agua en el Centro Histórico de la Ciudad de México, a la que acuden los adalides de ese momento: Alcaraz, Nancy Cárdenas, José Ramón Enríquez, entre otros. En 1984 en Guadalajara, Jalisco, de manera totalmente marginal se lleva a cabo el Año Internacional de Acción Gay convocado por el GOHL (Grupo Orgullo Homosexual y Lésbico) con sede en Guadalajara, capitaneado por el economista, catedrático de la Universidad de Guadalajara y activista homosexual Pedro Preciado Negrete, quien funda a su vez una de las primeras revistas de acción y cultura gay de que se tenga memoria: Crisálida. Pero los ochenta son también los años del divisionismo al interior del Movimiento de Liberación Homosexual mexicano; varios grupos que responden y operan bajo la guía de su ideólogo por antonomasia: Carlos Monsiváis que, paradójicamente, prosigue en el clóset, sin asumirse públicamente (y así seguirá hasta el fin de sus días, no obstante que la bandera del arcoiris, emblema mundial de la homosexualidad, haya cubierto su féretro en el Homenaje post mortem que le rindió el Estado mexicano en el Palacio de las Bellas Artes).
En 1986 la publicación de Elías Nandino: Una vida no/velada de Enrique Aguilar viene a representar un verdadero colapso, una ruptura, una transgresión y un avance considerable, ya que por primera vez en la historia de la literatura mexicana se dan a conocer las memorias, en vida, de un escritor asumido como homosexual: el poeta Elías Nandino, único sobreviviente del grupo Contemporáneos. Publicación destinada a la controversia …Una vida no/velada no obstante, es un estímulo para los creadores homosexuales y marca un hito en su género, ya que hasta entonces son las únicas memorias abiertamente homosexuales de un personaje gay de la cultura mexicana. Valga decir aquí, que las memorias de Salvador Novo, La estatua de sal, publicadas doce años después (1998), no pueden considerarse “parteaguas” en ningún sentido para la literatura de temática homosexual mexicana, pues se dan a conocer íntegramente ya muy andado el camino de la(s) lucha(s) del Movimiento de Liberación Homosexual en México, y no obstante, algunos pasajes se hayan publicado de manera clandestina en los ochenta. En el recorrido de la historia de la literatura de temática homosexual mexicana, La estatua de sal —“escrita en la época en la que Novo prodigó su mejor prosa”, a decir de Monsiváis, pero que rebosa superficialidad en relación a la condición humana del homosexual—, por desgracia históricamente viene a ser sólo la cereza en el pastel, una cereza muy esperada, anticipada, profetizada incluso, pero censurada por los propios herederos de Salvador Novo durante más de tres décadas, tiempo en que Elías Nandino se le anticipó a publicar tanto el libro de Enrique Aguilar, mientras escribía su autobiografía: Juntando mis pasos, “la autodefensa del poeta” —valora Gerardo Bustamante Bermúdez— ante la biografía de Aguilar no sólo “no autorizada”, sino “desconocida” por Nandino.
Los años ochenta, su primer lustro, en suma, serán fundamentales y en muchos aspectos fundacionales, para la asunción de la condición homosexual a través de la literatura y otras expresiones artísticas y en paralelo políticas. Nos explicarán todos los alcances, logros, debates y garantías individuales que hoy se gozan pese a la homofobia, la moralina y la intolerancia que siguen imperando en nuestro país. La libertad patente y manifiesta de la diversidad sexual hoy, no es una moda, es consecuencia lógica de nuestra historia cultural.
Fragmento del libro inédito Historia de la literatura homosexual en México, de Gonzalo Valdés Medellín, de próxima aparición.