Por Juan Antonio Rosado

 La construcción de la identidad puede ser consciente, deliberada, manufacturada a partir de un guión impuesto o autoimpuesto. El yo se forma a partir del otro. No existe jamás de forma aislada: se nutre de modelos (las figuras paterna y materna en primer lugar); rechaza, repite, imita o aplica comportamientos, esquemas. El poder transformante de la circunstancia es decisivo, como lo son las vivencias internas con el cúmulo de deseos (carencias) que conllevan. Si el hombre común repite esquemas, el artista no está exento de lo anterior e incluso si se inventa, tiene que repetirse.

Carlos Castilla del Pino analiza al “personaje” en el ámbito de lo real a partir de la construcción de la identidad, es decir, de “la imagen que ofrecemos y que los demás obtienen a través de nuestros concretos actos de conducta, en forma de actuaciones” que se realizan en diferentes contextos y que desempeñan papeles diferentes. El sujeto tiene una imagen de sí mismo y los demás también se forman una imagen de él. El sujeto puede sobreactuar cuando intenta exaltar ante los demás la imagen que él tiene de sí mismo. Un caso muy claro es, por ejemplo, el de Salvador Dalí. Sin saber pintura, muchos sólo lo identifican por los bigotes. Pero hay ciertos personajes que en un momento dado tienen que actuar con inhibición y así retraen toda su imagen para no decir nada ni actuar.

El carisma, por ejemplo, se construye sobre la apariencia. Lo esencial es que se sacraliza un elemento profano; se le deifica o convierte en una especie de dios. Pese a lo anterior, un personaje mitificado o sacralizado por las masas o por la publicidad puede ser luego desmitificado o desacralizado. Quien antes fue carismático puede sufrir de críticas o ridiculizaciones severas por parte de la posteridad. Esto ocurre a menudo con los políticos. Hoy existe, como sostienen Salvador Giner y Manuel Pérez Yruela, el “carisma institucional”, creado a través de la mediación que las estrategias de comunicación interponen entre el personaje y sus seguidores: “Ya han pasado los tiempos de la producción artesanal del carisma, en que intelectuales, profesionales, políticos, artistas, santones y sacerdotes atraían personalmente adeptos” por sus cualidades personales. Si el logo y la imagen corporativa en general dominan cada vez más al planeta, al grado de que ya son las grandes corporaciones prácticamente las dueñas de todo, ¿qué ocurre con el intelectual, con el artista, con el escritor?