¡Cuidado, Colombia!

Por Marco Antonio Aguilar Cortés

Lo ideal es que la democracia sea la decisión de todo el pueblo, a favor de todo el pueblo. Ojalá y esto se diera siempre.

Lo real es que, equivocadamente, se acepte que la democracia se da cuando la decisión la toma la mayoría del pueblo, aunque esa disposición dañe al pueblo.

Considero más democrática la determinación que auxilie el desarrollo del pueblo, aunque éste no la haya tomado.

Y… ¿quién califica si la resolución auxilia o no ese desarrollo de la mayoría? La respuesta obvia es: esa mayoría, preparada y oportuna.

Apliquemos las anteriores afirmaciones a un caso concreto: al acuerdo de paz entre el gobierno colombiano y las FARC.

Ese gobierno con facultades constitucionales firmó un convenio que, ipso facto, fue visto con simpatía por todo el mundo, en su efecto y literalidad; para, después, no aceptarse por una mayoría mínima de ciudadanos colombianos, exclusivamente en lo que corresponde a las ventajas obtenidas por las FARC.

Pero ese evento electoral tuvo una abstención del 63% de votantes, y su mensaje genérico es de aceptación. Y del 37% participante, los del “no” fueron poco más del 50%.

Ese ejercicio de voto lo provocó y autorizó el presidente Juan Manuel Santos, emocionado por la inmediatez de un éxito que parecía aplaudido por todos.

Y con esa ingenuidad de buscar la aceptación mayoritaria del pueblo de Colombia, Santos fabricó su propia trampa, provocando que las mariposas amarillas que volaron con encanto en la hermosa ceremonia por la paz, dejando de momento su original motivo amoroso, desaparecieran estupefactas por temor a nueva guerra.

Desgraciadamente, en la vida del ser humano observamos que muchos de sus acuerdos de paz traen, en sus entrañas, la semilla de las futuras guerras.

Y bajo el papel firmado, como documento que anuncia el fin de sangrientas contiendas, siguen ardiendo los añejos rencores que forjan las confrontas mortíferas venideras.

Ojalá y ese acuerdo entre el gobierno colombiano y las FARC no sea de esa naturaleza, pues el Comité Noruego otorgó el Premio Nobel de la Paz al presidente Juan Manuel Santos para auxiliar el éxito de ese pacto; y Santos, con humildad inteligente, no sólo debe compartir ese premio con las víctimas de la guerra, sino con todos los que han hecho, o pueden hacer, posible la paz desarrolladora de ese país hermano, entre otros, Álvaro Uribe, Hugo Chávez, Raúl Castro, Rodrigo Londoño, el papa Francisco, y todo el pueblo unido de Colombia.

Si hubo capacidad para convencer a las FARC, después de 52 años, con mayor razón debe haberla para persuadir a esa parte de colombianos que, encabezada por Uribe, se oponen al olvido de los delitos de algunos rebeldes, sin decir nada del olvido de los delitos de algunos funcionarios públicos.

Sin mutuas concesiones, equilibradas y armónicas, la paz es quimera, y ese buen acuerdo corre el riesgo de ser la matriz de la próxima contienda. ¡Cuidado, Colombia!

aguilar