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Por algo mi hijo quedó hasta abajo de la fosa. Si lo hubieran dejado encima, jamás nos hubiéramos dado cuenta de los demás cuerpos sin identidad.
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Entrevista a María Hernández | Madre de Oliver Navarrete Hernández | Exclusiva Siempre!

Un abrazo dura un poco menos de lo que debería. Mientras dura nos impide escapar a la miseria del mundo. 

Un 9 de diciembre

La tragedia en México ha conseguido que pueblos desconocidos o jamás escuchados sean visibles en el mapa. En esta ocasión le tocó a Tetelcingo, un pequeño poblado ubicado al norte de Cuautla, Morelos. Allí se sembró la semilla de la muerte. María Hernández tardó un año y medio en saber dónde estaba el cuerpo de su hijo Oliver Navarrete Hernández, quien fue arrumbado junto con más de cien cadáveres en una fosa clandestina.

La Fiscalía General del Estado trató de esconder el caso. La inhumación de los cuerpos se realizó en condiciones ajenas a cualquier protocolo forense. Una máquina excavadora exhibió el horror: tras la exhumación del cuerpo de Oliver, el 9 de diciembre de 2014, los cadáveres que fueron desenterrados regresaron a la fosa como costales, aventados, encimados.

Una carpa amarilla trata de cubrir los cuerpos sin necropsia de los intensos rayos del sol. Originalmente fueron inhumados con prendas de vestir y pertenencias. En la fosa se encontraron cubrebocas, guantes y trajes de peritos. El alcalde de Cuautla, Tadeo Nava, reveló que ese predio no cuenta con los requisitos para operar como panteón. En ese terreno árido se levantan una veintena de tumbas improvisadas. Los muertos en este país nunca descansan en paz.

Ante las fuertes críticas y cuestionamientos, el fiscal Javier Pérez Durón aseguró que existen los procedimientos administrativos y la responsabilidad penal para saber por qué fue depositado Oliver en esa fosa común, cuando ya había sido reconocido por su madre el 3 de junio del 2013. 

Oliver

Oliver Navarrete Hernández

Morir sin llegar a la muerte

María Hernández nunca ha sido buena para las despedidas. Nada que hacer, nada que decir. El 24 de mayo de 2013, su hijo Oliver salió de la pollería —negocio familiar donde trabajaba— y por teléfono le avisó que iría a casa a recoger a uno de sus hijos. A las 8 de la noche, María recibió una llamada, “a su hijo lo levantaron”. Inmediatamente se dirigió al domicilio de su primogénito y no encontró a nadie. Acudió al regimiento y la mandaron a las oficinas de la Policía Federal de Cuautla. Ahí le dieron un número telefónico y un folio por si los secuestradores se comunicaban y exigían el rescate.

Interpuso la denuncia correspondiente en el ministerio público y es aquí donde comienza el sufrimiento de María. Las autoridades le recomendaron esperar 72 horas para comenzar la investigación, “no entiendo por qué tanto tiempo, si mi hijo no está desaparecido, ¡lo secuestraron!”.

La realidad era una inmensa bola de miedo a punto de pasar sobre María y su familia. María estuvo mañana y noche en la Fiscalía, y no había respuestas. Desesperada, María decidió emprender una búsqueda por terrenos baldíos, casas abandonadas, barrancas, por todos lados. Fueron tres días de angustia, desesperación, ira, coraje. Sólo quería saber dónde estaba su hijo.cartel oliver

El 3 de junio, a raíz de una llamada anónima, elementos de la Fiscalía se dirigieron a un barranco cerca de Los Papayos, en Ayala, y encontraron el cuerpo abandonado de Oliver. Se abrieron dos carpetas de investigación: una por desaparición, la otra, por el delito de homicidio. A pesar de que María reconoció el cuerpo de Oliver, solicitó que se aplicara la prueba de genética. El resultado fue positivo con un 99.9%.

Morir sin llegar a la muerte: así se encontraba María, a punto de caer. La absoluta debilidad, la falta de fuerza para abrir los ojos. María estaba ilusionada de volver a ver a Oliver, pero el instinto maternal le decía lo contrario. Antes de que apareciera el cuerpo le confesó a Josué y Alejandra: “a mi hijo ya le quitaron la vida”. Sus hijos respondieron: “no tengas esos pensamientos, pronto estará con nosotros”. Detrás del llanto hay silencio.

Funeral con música de banda

La ex subprocuradora de la zona oriente, Liliana Guevara Monroy, solicitó a la familia dejar el cuerpo de Oliver para “judicializar la carpeta” y capturar a los responsables del crimen. La investigación siguió su curso, el expediente se envió a Cuernavaca para evitar una fuga de información. Pero cada vez que María y su hermana Amalia acudían a la Fiscalía y preguntaban por el cuerpo de Oliver, siempre tenían como respuesta: “está en las cámaras frigoríficas del Servicio Médico Forense” de Cuautla.

El 14 de noviembre del 2014, un año y medio después de que se realizó la identificación genética de Oliver, y tras varios acercamientos de María y sus familiares con diversas autoridades, el fiscal de la zona oriente, José Manuel Serrano Salmerón, les informó que había sido enviado a una fosa común de un “panteón” de Tetelcingo, el 28 de marzo de 2014.

María luchó contra la burocracia local y logró que la Fiscalía del Estado exhumara el cuerpo de Oliver el 9 de diciembre de 2014. Los familiares estuvieron presentes, pese a la resistencia de las autoridades, y grabaron el momento en que personal de servicios periciales desenterró decenas de cuerpos con una máquina excavadora hasta encontrar al joven de 31 años.

Un día más tarde se realizó el funeral con música de banda como siempre quiso Oliver. Ahora descansa en una cripta familiar en la parroquia El Señor del Pueblo.

“Cuando estábamos rezando nos preguntamos: si con Oliver hubo este problema, ¿qué destino tendrían los demás cuerpos? ¿Estará todo en regla? Y empezamos a investigar, a solicitar información a las dependencias y exigir que se cumpliera con los protocolos de inhumación. En sus archivos no tenían información. Es cuando decidimos interponer la denuncia para esclarecer el caso”.

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Tras la exhumación del cuerpo de Oliver, los cadáveres que fueron desenterrados regresaron a la fosa como costales, aventados, encimados.
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Cinéfilo de corazón

Dicen que la fotografía es una forma estática de la inmortalidad, y la sonrisa de Oliver es el mejor ejemplo. En todas las fotos que muestra María, está presente el rostro alegre de Oliver. Para María, un hombre alegre es siempre amable, y así describe a Oliver, quien nació en la Ciudad de México, pero toda su vida la pasó en Cuautla, Morelos. Estudió informática en una universidad privada, y sólo le faltó un semestre para graduarse como analista programador.

A Oliver le gustaba mucho leer libros de superación personal como Paulo Coelho y Carlos Cuauhtémoc Sánchez, o cosas espirituales como El Loco, de Gibran Khalil Gibran. Oliver presionaba a María para ver quién terminaba primero un título: “en dónde vas, María… no, pues ya te voy a ganar”. El último libro que leyeron fue Cincuenta sombras de Grey. En la pollería, Oliver y María veían juntos series y películas como buenos amigos, no importaba si eran de terror, acción o comedia.

“Mi hijo era cinéfilo de corazón. Nos encantaba la de Milagros inesperados, donde sale Tom Hanks; la de Sissi, emperatriz. Le gustaba mucho el boxeo y su ídolo era Manny Pacquiao. Todos los sábados me decía: «María, hay box». El ritual era ir a su casa y poner la pantalla”.

Oliver era un hombre muy familiar, gozaba a sus dos pequeños y a su esposa.

María y Oliver jugaban para ver quién llegaba primero a la pollería.

“Desde las 6 de la mañana llegaba al negocio y me decía «siempre te gano». También vendía carnitas, le quedaban muy sabrosas. Entre semana era la pollería, y los fines de semana ofrecía carnitas en tianguis, eventos y fiestas. En mi familia nos enseñaron a ser trabajadores, y eso les inculqué a mis hijos, a ganarnos el dinero con el sudor y a pulso”.

María tiene 24 años de divorciada y desde entonces ha luchado por su familia. Dice que seguirá en el movimiento de los cuerpos que están en las fosas de Tetelcingo por el amor infinito que le tiene a Oliver, “él me da fuerzas para hacer todo esto. Basta de vivir en la zozobra. Por algo mi hijo quedó hasta abajo de la fosa.

Si lo hubieran dejado encima, jamás nos hubiéramos dado cuenta de los demás cuerpos sin identidad”.

Familiares y amigos de personas desaparecidas arriban a la exhumación, de una fosa común hallada en el poblado de Tetelcingo. Foto: Agencia EL UNIVERSAL/Guillermo Perea/JMA

Familiares y amigos de personas desaparecidas arriban a la exhumación, de una fosa común hallada en el poblado de Tetelcingo. Foto: Agencia EL UNIVERSAL/Guillermo Perea/JMA

“¡Pilas, María!”

Con la muerte de Oliver, la vida de María se hacía angosta, frágil como un cristal. Pero cerraba los ojos y escuchaba la voz de su hijo: “¡pilas, María!”

Ya pasaron tres años del secuestro y del asesinato, y el caso sigue impune. Según la necropsia, un balazo desfiguró el rostro de Oliver.

Un agente de la Fiscalía recomendó a María que “sólo los bonitos recuerdos deberían prevalecer”. A lo que María contestó: “los recuerdos están, las vivencias las tengo, porque son momentos que viví. Esos largos instantes los tengo presentes. La imagen que me mantiene activa es la que vi allá, en el Semefo, en qué condiciones estaba mi hijo y que no se podía defender”.

Pequeña muerte, llaman en Francia a la culminación del abrazo. Dos semanas antes del secuestro, los tres hijos de María le regalaron una gelatina para celebrar el Día de la Madre, porque no le gusta el pastel, ni los postres tan dulces. Todo el mundo se despidió de ella y se retiraron gustosos. Oliver subió despacio las escaleras y entró a la recámara de María: “quise ser el último en darte el abrazo para que te quedes con él”. Fue el último abrazo que le dio a su madre.