Félix Cardoso

Por Carlos Santibáñez Andonegui

El único medio para acercarse al erotismo es el estremecimiento. Sabor a Piel de Félix Cardoso, estremece. No ajeno al discurso teórico de la tradición occidental que opina y argumenta en materia de erotismo —Bataille a la cabeza— abre las puertas de la poesía de par en par en torno a esta veta. Alguna escena, que es ya referente hablando de erotismo —en la cual en medio de una orgía se produce un choque de cristales rotos con los cuerpos y lo que era diversión se transforma en horror— es quien parece haberle dictado desde el primer poema su: “Avanzan sombras… recogiendo de los cristales/ puñados de suspiros”. Pero confía en lo humano: confinar al sexo, al igual que la muerte, a servir de “combustible” para la transgresión, es ingenuo. Mejor que el sexo sea un misterio: “De pronto me convierto en usuario de una ruta ignorante de procesos”. Al erotismo, más que acomodarle en engranaje teórico, que es lo que han hecho con él pensadores de talla universal reciente, lo que hace Félix Cardoso es aquello que “no sirve para nada, o sirve para que le enseñemos nosotros para qué sirve. A este tenor, el cuerpo es menos objeto de reflexión teórica que lo ubique como instrumento para escenificar el armado de la “transgresión”, es verdadera magia sexual, invita a aprender, y una vez que cree saberse todo de él, es que apenas se está empezando a aprender, lo mejor de este mundo sucede en el abismo de piel a piel. Despertamos, porque normalmente, dormimos, hasta que un grito interno consigue revivir nuestro Shakespeare: “besarse con labio interior”.

Como en todo libro de aventuras, Sabor a Piel cautiva con el gusto de saber qué sigue. Erotismo es el placer de adivinar en cada caricia, la siguiente. El argumento es reencontrarnos: “Quiero…/ respirarte en fragmentos/ para que me dures todo marzo”. Queremos ser los amantes del momento: “Detenemos al tiempo/ en la habitación”, “que nuestros muslos…/ sigan contando/ sus secretos”. Entonces desconfiamos hasta de Octavio Paz y sus elevadores que en ocasiones van un poco lentos como aquel en que pretende subirnos cuando nos dice: “El amor es la metáfora final de la sexualidad”, y dudamos si será al revés. Si será más bien Shakespeare el que tenía razón cuando planteaba, como recrea en un título Perla Schwartz: “Bajo el peso del amor me hundo”. Porque tal vez el sexo es lo que menos requiera ser endiosado, y no lo necesita, sino más bien, es el amor quien debe ser salvado. No tanto la habitación doble, la de la llama doble de Octavio Paz, sino a lo mejor, una sencilla en la que no hay transgresión de lujo, sino transgresión contra la transgresión de ser transgredido por profesionales de la transgresión, satisfechos becarios con habitaciones dobles. Lo que hay es una vocación de inmenso, de suspiro como la ventanita de Heidi que invite a respirar: “donde el aire inunde con ternura nuestras almas”, donde no seamos “siervos de dioses ajenos”.

Erotismo

Félix Cardozo, autor de “Sabor a Piel”

Todo es caminar. La erección es un modo de ponerse en camino: “Camino ese largo suspiro/ donde te encuentro dormida;/ el que te hace sonreír/ y estremece tu piel de ojos cerrados”. Según el Ananga Ranga, el orgasmo en la mujer es cuando su aliento ha caducado en sollozos o suspiros, “te deslizas en la nada, con los ojos cerrados”. El orgasmo ante el cual se jacta el amante: “Nunca he fallado, ni cerrando los ojos”.

En el Roman de la Rose, el amante entra a un jardín de placer, de mano de la Dama Ociosa, y ahí participa en un baile guiado por la Alegría. El Amor es un personaje que anima todo, y así, al entrar al jardín, el amante se enamora de la Rosa, y para alcanzarla, recibe ayuda de cuatro personajes: Pensamiento Agradable, Dulzura en la Mirada, Verbo Dulce y Esperanza. ¿Qué sucede cuando el amante al fin toma la rosa? Despierta; también con la poesía se despierta al llamado de la nueva piel, a semejanza de la débil carne, que creía estar viviendo y en realidad soñaba, antes de despertar: amar es despertar, porque la débil carne nos convierte en basura.

Releyendo La historia del Ojo, ya con otros ojos: sí existe el interdicto previo al erotismo, la prohibición, una herencia que nos ha sido legada a través del lenguaje. Se pretende que algo esté prohibido en forma hereditaria, pero tal prohibición, fundada en una vivencia de la angustia, ha sido creada con la expectativa de que sea trasgredida. ¡Oh, la pareja de Félix cuando él le revela la rebela e informa: “Tu risa hace eco en las margaritas”! En un todo ordenado en torno al trabajo, eros y Tánatos pasan a ocupar el lugar de la prohibición. “Enterramos a los muertos, para que la memoria olvide”. (Lacán). “Absórbeme en tu fuego… escóndeme”. Somos habitantes del embeleso, “Sigue soltando el aire los recuerdos”. Nos habita el embeleso y sobre todo el de la otra persona: “Me embeleso en su cuerpo, y sin darme cuenta/ nada soy”. El sexo como “fiesta” no se opone al trabajo de construir la vida; si la naturaleza trabaja en todos y cada uno, no es por obligación sino por “fiesta”. Es más, en el sueño la naturaleza sigue trabajando, da flores: “En el paisaje de mi sueño/ eres flor”.

El peligro con Félix es no desear regresar sino dejarse llevar por puentes que te sostienen, que sí conducen, “creados con tus brazos, para llegar al punto que nos enloquece”, hacia la risa, de prenda en prenda… hasta voltear a ver que el verdadero título de la humanidad es y seguirá siendo: “Pinturas rupestres”.

Félix Cardoso, Sabor a piel (Ilustraciones: Alejandro Pérez Cruz, Fotografía del Autor: Eduardo Villegas Guevara). Cofradía de Coyotes, Serie Coyote Blanco, México.