Por Alan Saint Martin

 

—Es usted un hombre afortunado —comentó Ross.
Se puso en pie y se abrochó el abrigo antes de salir.
En el aire se notaba aún frío.
—Y vaya pueblo este. Vaya pueblo, ciertamente.
John Connolly

 

 

Existe un pueblo en Maine donde muy pocas personas tienen acceso a él, las normas y reglamentos son muy rígidas, los habitantes procuran mantener distancia con las otras ciudades, inclusive la localidad causa cierta fascinación porque jóvenes que han sido partícipes en accidentes o en guerras, no han presentado muestras de heridas o traumas. Dichos habitantes son regidos por un Consejo y basan sus creencias fanáticas en una Iglesia de nombre la Congregación de Adán antes de Eva y Eva antes de Adán cuyos medios no son los más ortodoxos. Este pueblo se llama Prosperus y Charlie Parker se encuentra casualmente ahí por una investigación. Lo que no sabe es que su presencia será peligrosa para el pueblo y Charlie Parker tiene que morir.

John Connolly (Dublín, 1968) en El invierno del lobo (Tusquets, 2014) nos atrapa con otro caso del detective privado Charlie Parker, aquel personaje que ha aparecido en novelas como en Todo lo que muere (2004), Los hombres de la guadaña (2009), Cuervos (2012) o La ira de los ángeles (2014), quien vuelve a inmiscuirse en un caso donde todo apunta al suicidio de Jude, un indigente, quien viaja a Prosperus en busca de su hija e inexplicablemente muere al regresar a su casa pero que la realidad de dicha muerte es más siniestra y sobrenatural que lo que parece.

Con una clara influencia de la narrativa de Stephen King como en Cementerio de animales (1983), Maleficio (1984) o Desesperación (1994), así como de la magia ancestral de la naturaleza y todos sus ocupantes, Connolly construye con maestría la novela, donde hay una fusión entre la novela policiaca, donde el detective tiene que valerse particularmente del ingenio para resolver el caso, con toques de la novela negra, así como de los thrillers en donde uno como lector recibe balazos y giros de tuerca sorpresivos.

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Y es la presencia de un lobo quien será el causante que la historia tome otro giro porque han pasado muchos años sin rastro del animal. Ese ser que, a pesar de tener un sentido familiar o de manada, es capaz de mantenerse en solitario y dentro del pensamiento totemista viene a representar el espíritu de libertad, así como una guía para servir a otro.

Siguiendo esta idea, Charlie Parker sería la representación humana del lobo al acecho de su presa, que necesita cazar para sobrevivir; en este caso con la búsqueda del asesino y el misterio en torno a la iglesia de Prosperus: la necesidad de los habitantes por conseguir mujeres y encomendarlas a ella. De esta manera se observa una lectura en abismo; es decir, un pequeño elemento de la historia cuenta todo lo que está narrando porque tanto el lobo y Charlie vendrían siendo ellos mismos los némesis del pueblo.

La velocidad de los capítulos, el uso de voces narrativas (un narrador omnisciente y el propio Parker), así como la mezcla de la realidad y el pensamiento mágico característico de las culturas ancestrales norteamericanas hacen que El invierno del lobo sea una novela donde el suspenso, los escalofríos y la angustia estén al acecho de los lectores.

John Conolly, El invierno del lobo. Tusquets, México, 2015; 426 pp.