El antídoto es la memoria
Por Raúl Jiménez Vázquez
En el hermoso libro Espejos, del literato uruguayo Eduardo Galeano, se narra lo siguiente: “El imperio otomano se caía a pedazos y los armenios pagaron el pato. Mientras ocurría la primera guerra mundial, una carnicería programada por el gobierno acabó con la mitad de los armenios en Turquía…Veinte años después, Hitler estaba programando, con sus asesores, la invasión de Polonia. Midiendo los pros y los contras de la operación, Hitler advirtió que habría protestas, algún escándalo internacional, algún griterío, pero aseguró que ese ruido no duraría mucho. Y preguntando comprobó: —¿Quién se acuerda de los armenios?”.
El texto anterior refleja con absoluta nitidez que la apuesta en favor del olvido es uno de los nefastos recursos de los que a menudo echan mano los gobernantes a fin de brindar impunidad a los responsables, directos o por cadena de mando, de las transgresiones al valor supremo de la dignidad humana.
Para hacer frente a ese uso inmoral e ilícito del poder del Estado se han erigido dos impresionantes murallas: el derecho humano a la verdad y el derecho humano a la memoria histórica. La tensión entre ambas prerrogativas fundamentales y su vulneración sistemática ha sido una constante a lo largo del tiempo. La experiencia vivida por Raúl Álvarez Garín, Félix Hernández Gamundi, Ana Ignacia Rodríguez y otros líderes más del movimiento estudiantil del 68 es a todas luces ilustrativa. Tuvieron que transcurrir casi cuarenta años para que la falaz versión gubernamental sobre los sucesos de Tlatelolco fuese finalmente derrumbada a raíz de la conjunción de dos actos relevantes: I) la emisión de la sentencia definitiva en la que, sin ambages, se resolvió que la masacre del 2 de octubre fue constitutiva de un genocidio, II) su incorporación a la lista de las fechas de luto nacional prevista en la Ley sobre el Escudo, la Bandera y el Himno Nacionales.
No obstante ese inconmensurable triunfo, en los tiempos que corren se ha acentuado el afán oficial de ocultar la verdad y crear las condiciones propicias para que la infame loza del olvido caiga sobre las víctimas de las graves violaciones a los derechos humanos. La punta del iceberg es sin duda el caso de los 43 normalistas de Ayotzinapa. A la ignominiosa mentira de su supuesta ejecución en el basurero de Cocula se sumó el hecho por todos conocidos de que a sus atribulados padres se les solicitó públicamente que “le den vuelta a la hoja” y que “miren hacia adelante”.
Lo ocurrido en la mina Pasta de Conchos y los 63 cadáveres cuyo rescate ha sido sistemáticamente negado a sus deudos, así como el ataque despiadado al movimiento oaxaqueño de la APPO, son también dos importantes acontecimientos en los que se ha puesto de manifiesto esa reprobable línea gubernamental.
La impunidad es hija del olvido. Además de la movilización ciudadana, el antídoto para exterminar ese execrable binomio está prescrito en el poema “Memorial de Tlatelolco” de Rosario Castellanos: “Recuerdo, recordamos, hasta que la justicia se siente entre nosotros”.

