Libro de Pablo Espinosa
Por Ignacio Solares
Recreo una historia que le leí o escuché a Juan Vicente Melo por allá en los años sesenta.
Un hombre de nuestra antigüedad, un hombre “primitivo” desprendiéndose de los brazos de su mujer, una mañana saliendo de su cueva y emprendiendo su cotidiano paseo antes de tomar la caña e irse a pescar, o tomar su lanza e irse a cazar (lo que rara vez conseguía, regresaba con las manos vacías, y a sus hijos los había alimentado su mujer con hierbas y frutos). Pero este hombre, esa mañana, muy temprano, gozaba de un primer sol, que sólo era de él. Como todo cuanto había a su alrededor. Tenía todo por descubrir y nombrar por primera vez. Se recostó en el declive de una piedra antiarqueológica, por llamarla así, miró largamente a su alrededor. Tomó un trozo de caña que casualmente estaba a su lado. Con un instrumento punzante, una pequeña arma que siempre llevaba consigo, le hizo al trozo de caña unos pequeños orificios. Sopló al interior de la caña, al tiempo que tapaba algunos de los orificios. Una nueva insospechada sensación de emoción y plenitud, plenitud religiosa, hoy podríamos decir, nació en él. Por supuesto, ya no pudo renunciar a su juguete mágico y lo utilizará siempre, mañana y noche, hasta el fin de sus días.
Aquel hombre había descubierto lo que siglos después sigue siendo la mayor manifestación de belleza y de posibilidades terapéuticas para todos los seres vivos.
Pero si prodigioso fue el descubrimiento del sonido armónico, no menos prodigioso es haberlo divulgado, desentrañado, darlo a conocer en todas sus épocas, en todas sus facetas y modalidades. Esta labor es la del crítico musical, quien, además de un exhaustivo conocimiento de su tema, debe poseer el don de la buena escritura.
Las dos cualidades las posee ampliamente Pablo Espinosa, quien ahora nos regala un libro que reúne algunos de sus formidables artículos, no por didácticos menos literarios, precedidos por un muy interesante prólogo de Alberto Blanco quien también sabe del tema.
La música, ese misterio es un recorrido por los registros más sorprendentes de la música: nos enseña, nos ilustra y nos divierte, a la vez que nos despierta el apetito por conocer o volver a escuchar aquello de lo que nos está hablando (o casi cantando, porque Pablo nos diría que, junto con nuestro hombre primitivo que toca la flauta, nos falta mencionar la voz humana vuelta melodía, labor que quizá correspondió a la mujer que esperaba en la cueva).
Pero no puedo dejar de mencionar que he sido el privilegiado que ha leído por primera vez estos artículos, ya que varios de ellos fueron escritos para la Revista de la Universidad de México. Pablo entró a la revista a cubrir la sección de música a principios de 2008 y desde entonces ha escrito ahí más de cien colaboraciones. Hay que señalar el hueco que ha cubierto y cuánto ha servido a nuestra publicación.
Gracias por todo ello, Pablo, y felicidades por adentrarnos en el misterio de tu gran pasión que has hecho tan contagiosa.