Por Ricardo Muñoz Munguía

La memoria es el cuerpo de la experiencia y los conocimientos adquiridos, mas si por algún motivo la caja de los recuerdos se ve atrofiada, entonces ¿en qué lugar queda lo vivido?

Todo es vigente y nada perdurable. El olvido es más voraz que la muerte, aunque el lugar común recite que “todo se lo lleva uno a la tumba”, no, la tumba es posterior, la memoria también pierde su fuerza y fallece de muchos modos antes, se deslinda del cuerpo, arroja al fuego, en medidas porciones, los recuerdos, lo vivido, lo que realmente sucedió…, porque sucedió, ¿verdad?, entonces nos volvemos ajenos…, también a nosotros mismos. Mi madre, como persona mayor, no queda exenta del filo de esa daga, entonces tiene que acercarse inminentemente, sin voluntad alguna, a alimentar el fuego que borra la memoria pero, a la vez, como si ésta se defendiera, otros recuerdos se vuelven una danza y explotan en su expresión confusa. Es así que van y vienen anécdotas olvidadas, ¿olvidadas?, algo que había quedado en el sitio inexpugnable de los vivos.

¿Dónde queda lo olvidado? —quisiera decir que es algo flotando para que algún escritor lo atrape. ¿Es posible que vuelve a renacer o, mejor, a revivir? —conforme se acerca la muerte, pareciera que la memoria obliga a la mención de lo más valioso/importante de cada quien. ¿Cómo se entera uno que ha olvidado?, por supuesto, no se trata de un olvido consciente, sino del olvido que niega ya alguna persona, ya una circunstancia importante, ya alguna porción del mosaico de recuerdos valiosos…

La posibilidad del olvido no deslava alguna imagen, es el convencimiento de que algo no nos pertenece. Y si la memoria es la voz del alma, entonces el cuerpo se reduce a cenizas, al enigma que impera la muerte, último reducto de la fe de la posible memoria, u ¿olvido?