Debate Clinton-Trump
Por Mireille Roccatti
El proceso electoral en Estados Unidos será histórico por muchas razones. En principio, por la posibilidad de que por primera vez asuma la presidencia una mujer: Hillary Clinton, quien rompió un hito histórico al contender por la Presidencia y estar muy cerca de convertirse en la primera mujer con posibilidades reales de despachar —al igual que su esposo— en la Oficina Oval, la más influyente del mundo.
El proceso ha estado marcado por los tintes racistas y xenófobos del candidato republicano. Y en especial por los ataques a México y a los mexicanos. Así como por su retórica antinmigrante.
Ese discurso que hizo emerger los resabios derechistas y racistas de amplios sectores de la población estadounidense, aunado con otros, factores como la visita a México, ampliamente discutida y criticada y los hechos violentos en algunas ciudades norteamericanas, hicieron repuntar al candidato republicano en la mayoría de las encuestas que indican un empate técnico, aunque la ventaja por mínima que sea, es para la candidata demócrata, quien siempre ha mantenido consistentemente una ventaja de dos puntos.
El debate del pasado lunes según las percepciones de los medios de comunicación, las estimaciones de los sondeos de opinión, así como de las apuestas Las Vegas, son de una Hillary triunfadora indiscutible de la confrontación, aunado a que internamente los medios de comunicación y la intelectualidad estadounidense han expresado una clara postura de apoyo a Hillary y de repudio al racismo de Trump.
El tema principal, el corazón de la contienda que está induciendo el posicionamiento del elector norteamericano, sobre todo las últimas semanas, es el racismo, la política antinmigrante en general y antimexicana en especial. El debate mostró un candidato republicano, impreparado, ignorante de la geopolítica mundial, poco conocedor de la diplomacia, carente de metas y objetivos, sin claridad en sus planteamientos económicos, más voluntarista que poseedor de un programa. Pero peor aún, arrogante, prepotente, grosero incluso, al cual, Hillary lo exhibió como un hombre poco confiable para controlar los dispositivos nucleares, capaz de detonar una conflagración mundial por un berrinche o un mal entendido.
Otro hecho notable es que mientras Hillary elaboraba sus respuestas de manera metodológica, incluso podría decirse casi académicamente, el republicano estrangulaba con adjetivos al sustantivo y con frases cortas y machaconas, insistió e insistió en propuestas para el voto duro, que lo tiene disputando la Presidencia de los Estados Unidos.
Otro factor que hará distinto este proceso es el voto de los latinos que representa el 15 por ciento del electorado y que quizá por primera ocasión sea el que decida la contienda. Este voto de acuerdo con los sondeos estadísticos está apoyando mayoritariamente a Clinton. En la composición de esta primera minoría, los de origen mexicano son la principal fuerza y su inclinación parece haberse decidido a favor de Hillary, por la postura del inefable Trump y su propuesta de construcción de un muro en la frontera sur.
Y también las encuestas muestran que tiene los votos de afroamericanos, asiáticos y en general de todos aquellos americanos de segunda generación, hijos de migrantes que serían afectados por sus políticas de supremacía blanca. Sin desconocer que en todos estos núcleos, por masoquismo, difícil de comprender tiene sus seguidores.
El debate concluyó con una pregunta específica que Trump pretendió evadir, pero finalmente respondió, y que constituye una de las lecciones que tenemos que aprender de la democracia norteamericana: una vez concluido el proceso de renovación del titular del Ejecutivo, prevalece la aceptación de los resultados electorales y se olvidan las descalificaciones producto de las tórridas batallas de campaña y que congrega a la sociedad norteamericana alrededor de sus instituciones, fundada en un proceso electoral confiable y legitimado.