Su rostro me persigue
Antes de morir, el papá de Fernanda le suplicó que dejara a Daniel. Su vocecita áspera le pidió que huyera de los brazos de su novio.
—Prométeme que en tu vida no va a estar ese cabrón —ésas fueron las últimas palabras que escuchó de su héroe eterno, el más fuerte, el invencible. De la nada le aparecieron unos tumores cancerosos en el pecho. Su cuerpo no aguantó el dolor quemante que le provocaron las quimioterapias. De un momento a otro se lo tragaría la tierra. Fernanda tenía 22 años y se sentía la mujer más sola del mundo. Su madre y sus hermanos eran fantasmas en su vida. Sin embargo, el rostro moreno de Daniel estaba siempre en su mente. Sólo una vez esa cara fea le pareció irreconocible…
Fue una noche de abril cuando sus amigos de la universidad organizaron una fiesta esta para recordar “viejos tiempos”. Fernanda reía sin respiro, encontraba por fin momentos luminosos en su vida gris y antisocial. Se escuchaba de fondo música poderosa, algo de Metallica, quizá. Daniel se notaba incómodo, fuera de lugar. Se entretenía bebiendo cerveza y fumando sus Marlboro blancos. No dejaba de mirar con desagrado cómo los amigos de Fernanda divertían a su novia. Minutos más tarde, fue al baño a refrescar su boca pastosa, por un rato vio sus dientes amarillentos en el espejo. Sintió asco. Cuando regresó a la sala de la casa ya no vio a Fernanda. Preguntó ansioso dónde estaba pero nadie le hizo caso. Daniel empezó a recorrer rápidamente la estancia y el comedor. Salió al jardín pero su búsqueda parecía no tener fin. Subió corriendo las escaleras ante las miradas incómodas de varios universitarios. Daniel sintió un poco de sudor en su cuerpo al momento de abrir una de las tres habitaciones. De inmediato reconoció las piernas blancas de Fernanda, que se asomaban de aquella minifalda negra que tanto le gustaba. Se acercó a la cama donde la encontró profundamente dormida. La despertó alterado con unos golpecitos en las mejillas. Fernanda tardó en reconocer el rostro duro de Daniel. El cuarto estaba casi oscuro y olía suavemente a cigarro. Las manos maltratadas de Daniel tocaron rápidamente los muslos tibios de Fernanda. Ella en un movimiento se sentó y cerró sus piernas largas.
—Qué te pasa, Fer, estamos solos, tranquila, nadie nos va a ver —Daniel era despreciable sin siquiera proponérselo.
—Hoy no quiero, déjame dormir un rato, ahorita bajo…
Daniel empezó a insistir. La tomó de los cabellos y la besó con una sonrisa altanera. Empezaron a forcejear pero el cuerpo fuerte de Daniel no daba señales de debilidad. Los movimientos de Fernanda eran inútiles. Sus ojos verdes lo miraban suplicantes.
Daniel se disparó contra ella. Le propinó varias bofetadas. En un instante, Fernanda vio descuadrada la cara de Daniel. Sólo escuchó que le gritaba:
—Si bien que te gusta coger, no te hagas pendeja.
La energía de su furia era lo que dominaba.
Fernanda se perdió entre sus lágrimas. Su cuerpo empezó a quedarse insensible. Minutos más tarde, se alejó del pecho pegajoso de Daniel, mientras sentía un escalofrío en sus brazos. Tenía la extraña impresión de no saber en qué posición le habían quedado las piernas. Daniel le ordenó que se levantara y dejara de lloriquear, sonrió de un modo que a Fernanda le pareció siniestro. La impaciencia de Daniel no esperó. La jaló de los cabellos y la llevó hasta la entrada del cuarto. La arrastró rápidamente por las escaleras sin soltarla ante la incredulidad de los invitados. Llegaron sin problemas a la puerta principal y avanzaron unos cuantos metros por la calle.
Eran las dos de la mañana, la luna apenas se asomaba y ofrecía un brillo tenue. Al llegar al corredor de la calle 28 de Octubre, Daniel la estampó contra la pared. Casi en ese instante sonó el celular de Fernanda, pero él se lo arrebató y lo estrelló contra el piso. Nuevamente la tomó de su pelo liso y la obligó a que se hincara. Fernanda quiso defenderse pero la furia de Daniel iba en aumento. Automáticamente, Daniel le dio una patada en el estómago y continuaron decenas en todo su cuerpo. La rabia invadió a Fernanda, pero conforme los golpes iban subiendo de intensidad, sintió un miedo terrible. Cada vez que recibía otro golpe quería irse pero no sabía cómo. Fernanda se percató de que el tiempo se hacía lento, no podía respirar. Sentía una angustia nueva que le apretaba el estómago. Daniel era un toro, no se cansaba de lanzar puñetazos rápidos y feroces.
En segundos, el rostro atractivo de Fernanda se manchó de sangre, era de un rojo brillante. Daniel olvidó sus movimientos monótonos y comenzó a estrangular a su novia con la que llevaba 10 años. Se escuchó un ruido sordo. Cuando Daniel volteó, un señor que pasaba por la banqueta impidió que siguiera maltratando aquel cuerpo inmóvil. Fernanda vivió el momento más largo de su vida. Pensó que iba a morir. Sus amigos llegaron demasiado tarde. Daniel aprovechó la atención inmediata que recibió Fernanda para huir de la colonia San Sebastián, Toluca, en el Estado de México.

Foto: Karen Espinoza.
Jorge, el mejor amigo de Fernanda, la ayudó a que se incorporara poco a poco ante las miradas de desconcierto. Tomaron un taxi que milagrosamente apareció en el lugar. Fernanda no podía caminar, su cuerpo temblaba y su vista estaba fuera de foco. Su blusa gris ensangrentada alertó al chofer, que de inmediato aceleró su Pointer guinda-oro. Fernanda entró a la estancia de su casa pero no estaban ni su mamá ni sus hermanos. Se zafó los tacones negros y caminó a ciegas apoyándose en la pared hasta llegar a su cuarto. Casi desmaya por su esfuerzo animal, se derrumbó como muñeca de trapo sobre la alfombra desgastada. Lloró en silencio con los ojos fuertemente cerrados en una expresión de dolor.
Al poco tiempo, su hermano y su primo la encontraron con un mal aspecto. Su hermano soltó un grito desesperado:
—A ese güey lo voy a matar —y salió corriendo junto con su primo en busca de Daniel. Nunca lo encontraron.
Media hora después, Fernanda rindió su declaración ante la Agencia del Ministerio Público Central de Toluca. Todo fue incómodo para ella. Le preguntaron cosas inútiles: cómo te sientes, cuántas cervezas te tomaste, cada cuándo, era clara u oscura, tú lo provocaste o él te provocó. No quisieron ver que estaba golpeada y la mandaron a un cuarto para que la revisaran y detectaran los golpes que servirían de evidencia. El cuerpo semidesnudo de Fernanda era iluminado por la cámara fotográfica de un médico legista. Minutos más tarde, ingresó al Hospital General de Toluca Lic. Adolfo López Mateos, ubicado en la colonia Universidad. Permaneció una semana hospitalizada. Los golpes despiadados de su novio le dañaron las cervicales del cuello y le destrozaron el codo izquierdo. Le diagnosticaron fractura de codo politraumatizada. Fernanda duró dos meses con collarín y le realizaron una cirugía de reducción de fractura abierta. El codo estuvo cuatro meses enyesado. Finalmente, la orden de restricción procedió y Daniel no podía acercarse a Fernanda a 100 metros de distancia.
Fernanda había conocido a Daniel en la Universidad Autónoma del Estado de México. Tenían 17 años y decidieron estudiar turismo. Nunca pensaron en una relación amorosa. Fernanda no sentía una atracción física por Daniel. Sus gustos eran totalmente opuestos a los que ofrecía ese chico alto, moreno y muy delgado. Tenía un rostro fuerte y se vestía pandroso: pantalones más grandes que su talla, playeras desfajadas, sudaderas llamativas y tenis toscos. Nadie quería a Daniel por su personalidad oscura, pero Fernanda lo conoció y de pronto todo fue más allá.
Cuando murió su papá ahí estaba siempre la figura de Daniel. Se sintió protegida a su lado. Su madre y sus hermanos la ignoraban, había un trato indiferente. A pesar del rechazo inicial de convertirse en su novia, Fernanda necesitaba esa dulce sensación de sentirse querida. Tenía miedo a quedarse sola y Daniel se convirtió en su rutina. Le encantaba su sentido del humor. Nunca había creído reírse tanto en su vida con las ocurrencias de ese chico enojón.
Un año después todo cambió. Fernanda se enteró de que Daniel tenía problemas de drogas y alcoholismo. El amor repentino se transformó en un infierno. Daniel empezó a obsesionarse y la relación se pudrió. Sin darse cuenta, Fernanda era una prisionera: no podía hablar con nadie, tenía prohibido frecuentar a sus amigos, no podía salir sin su permiso. Se sentía obligada a marcarle al celular para avisarle que saldría a la tienda o preguntarle si estaba de acuerdo con el color de la ropa que se compraba.
Un día del amor y la amistad, Daniel telefoneó a Fernanda:
—Oye, necesito que te pintes el cabello de morado porque así me gustas más.
Ella lo hizo. Todo era Daniel. Todo para él.
Daniel se perdió entre las drogas y el alcohol, se volvió más violento y casi todo el tiempo no recordaba lo que hacía. El único camino de Fernanda era obedecerlo incondicionalmente para no molestarlo. Estaba enamorada y pensó que con el tiempo y su ayuda él dejaría las adicciones. Daniel se convirtió en un reto y en una obligación. En Daniel se negó Fernanda, pues no existía.
La primera golpiza llegó tras la llamada de unas amigas. Cada vez que sonaba el celular en presencia de Daniel se ponía nerviosa, le sudaban las manos. El celular era como una bomba de tiempo y no sabía cómo detenerla. Daniel le daba dos opciones: colgar o accionar el altavoz…
—Hola, Fer, dónde andas. ¿Vamos al cine, no? Lucía y Adriana quieren ver Belleza americana, cómo ves. —le dijo la güera Cecilia.
—Mmm, no sé, ahorita te marco, ¿no? —Fernanda respondió sin pensar ante la mirada vigilante de su hombre.
Daniel, con un tono agresivo, le preguntó a Fernanda:
—¿Por qué te buscan esas lesbianas?, se me hace que quieren contigo esas pendejas.
Acto seguido aplastó su celular con sus botas tipo militar. Daniel tenía un aire pesado y siniestro. Sin más, le soltó un derechazo seco a la altura de la mejilla izquierda. Fernanda no quiso demostrar debilidad y se lanzó contra el cuerpo enjuto de Daniel. Comenzó a insultarlo.
—¡Cómo te atreves, estúpido!
La furia de Daniel aumentó, le jaló los cabellos y la acercó a su cara.
Tenía el rostro tan cerca del suyo que Fernanda notó cómo su aliento le acariciaba la mejilla dañada.
—Es la última vez que te pones perra. Sabes que eres una puta y no sirves para nada, así que bájale a tus mamadas. ¡Otra de éstas y te voy a matar por zorra!, ¿entendiste?
Al momento de botarla, Fernanda se percató de que había llorado demasiado. Nadie la había golpeado y Daniel lo consiguió. Se sintió basura y se resistía a creer que era una puta. Sin embargo, Fernanda necesitaba a Daniel como al aire. En ese leve instante supo que después llegarían más golpizas. No le importó.
Al día siguiente, Daniel tocó la puerta de la casa de Fernanda y le llevó unas rosas rojas. Se notaba arrepentido y le prometió que jamás la tocaría. En total fueron ocho actos violentos, tres fueron unas “madrizas”. La última casi fue mortal.
La película que nunca vio Fernanda, empieza con una voz en o : “Me llamo Lester Burnham. Éste es mi barrio, ésta es mi calle, ésta es mi vida… En menos de un año estaré muerto”.
—¿En qué momento decides salir de esta situación violenta y lastimosa? — le pregunto a Fernanda.
—Cuando llegué a mi casa destrozada física y mentalmente. En ese instante pensé que no tenía necesidad de meterme en problemas. Ya no quería estar deprimida. Comencé a analizar la vida real y no la ideal. Daniel era la única persona que me apoyaba, pero ya no quería que manipulara mi vida, por eso lo demandé.
Muy lejos quedaron los conciertos de rock y los raves: momentos inolvidables que Fernanda pensó compartir plenamente con la persona indicada. Tal vez Daniel no era la persona que siempre buscó.
—¿Qué ha pasado con Daniel? ¿Te buscó en algún momento?
—Sus papás fueron a mi casa a pedirme que regresara con su hijo, que le retirara la demanda. Lloraban. Acepté quitarle la orden de restricción. Me comentaron que Daniel estaba muy mal en una casa de rehabilitación en Cancún, estuvo a punto de morir de una sobredosis y lo apoyé. Puedo decir que sí le salvé la vida. Estoy convencida de que soy la única persona que puede ayudarlo a salir de sus broncas. Aún no sé por qué se convirtió en una responsabilidad mía.
Fernanda sin querer entró a un laberinto enramado. Escapó de una pesadilla pero empezaba otra. Quizá con el mismo dolor y asombro.
Jorge, su amigo favorito y cómplice, la traicionó. Jorge estuvo atento minuto a minuto a la evolución física de Fernanda. La invitó a salir en varias ocasiones para que tratara de olvidar el infierno que había vivido con Daniel. Se portaba caballeroso y siempre se enfadaba cuando Fernanda le platicaba cosas de su ex. Le insistía que los que esperan siempre encuentran lo inesperado, que pronto llegaría un hombre que la quisiera de verdad.
Al regreso de una esta familiar, Jorge le declaró su amor. Ella con extrañeza le respondió que no.
—Estoy saliendo de un momento muy difícil, es imposible, lo siento.
Jorge se congeló, miró de reojo sus labios delgados. Seguía conduciendo sin decir nada, veía continuamente por el retrovisor a la mamá, a la abuela y a la sobrina de Fernanda, que se encontraban en la parte trasera del auto. Jorge, sin saber, frenó su Corsa color arena a la altura del Desierto de los Leones y rápidamente se bajó del coche. Poco a poco, el cuerpo de Fernanda empezó a temblar. Jorge abrió la puerta y la sacó a jalones. Sin perder tiempo, le lanzó un puñetazo en el estómago que en segundos la dobló. La mirada de Jorge era de terror, era horrible de ver. Comenzó a patearla como un loco, eran momentos en que Jorge no podía resistir el rechazo de Fernanda.
—Bueno, cabrona, si no te gusta cómo te trato, yo también te puedo tratar mal.
Esas palabras perforaron el oído de Fernanda. Las otras mujeres bajaron para tratar de detener la golpiza pero fue imposible. Jorge sentía como si hubiera hecho algo malo y por otro lado no. Fernanda recibía golpes tan fuertes que en realidad no le dolían, sólo escuchaba su sangre circulando por todo su cuerpo. Jorge, enloquecido, obligó a Fernanda a que subiera al auto y arrancó sin más. Dejó a la deriva a las otras mujeres en plena avenida.
En total fueron nueve horas de angustia. Mientras manejaba, la mano derecha de Jorge abofeteaba la cara estática de Fernanda, que no oponía resistencia. Un poco de sangre se asomaba por su nariz afilada. Estaba petrificada. No lo podía creer. El Corsa sólo se detenía para cargar gasolina. Fue prácticamente un secuestro exprés. Al amanecer, Jorge se estacionó en una calle solitaria y se quedó dormido, ya no podía manejar más. Fernanda aprovechó para escapar y tomó un taxi de regreso a su casa.
Nunca se tiene bastante y Fernanda no consigue estar en paz ni con ella ni con nadie. Casi un año estuvo con paranoia, encerrada en su pequeño cuarto. Continuamente sufre de insomnio y las pesadillas son parte de su sueño. No puede salir sola a la calle porque siente que la persiguen. Aquella universitaria de ojos verdes y mirada tierna, casi inocente, se volvió agresiva y desconfiada. La personalidad de Fernanda cambió para siempre.
Su vida cotidiana sigue casi intacta. Su familia es sólo una escenografía en casa y trabaja en una insufrible Afore. Cada vez que recuerda los golpes que le propinó Daniel, le tiemblan las manos y sus piernas se tornan azules, siente un frío intenso.
Fernanda recuerda todas las noches la voz moribunda de su papá. Se autodestruye por haber dudado de él. La noche insiste y toca sus pensamientos. Dicen que los muertos hablan más, pero al oído.
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>Fragmento del libro “Amar a madrazos” (Grijalbo, 2010). Agradecemos a la editorial todas las facilidades otorgadas para su publicación.