Entrevista con Felipe Montes/Autor de Barrio de catedral

Por Eve Gil

Felipe Montes es un escritor sencillamente inclasificable. Aunque ha publicado varios títulos importantes como El enrabiado o El evangelio del Niño Fidencio, su más reciente novela, Barrio de catedral es la más subversiva, particularmente en lo que a estética se refiere:

¿De dónde surge la idea de “narrar” la ciudad de Monterrey a través de este método que, en cierta manera, nos remonta a la poesía épica?

“Desde los trece años —responde Felipe— me propuse crear una obra literaria en la cual cupieran Monterrey y sus alrededores. Tiendo a creer que fue una manera de conciliar las artes y mi ciudad, puesto que consideraba que Monterrey no tenía el nivel de producción artística que hubiera deseado, aunque  de unos años para acá, en nuestra ciudad y su región”.

“He pasado —agrega— por etapas de ciencia ficción postapocalíptica, novela total, poema épico y, finalmente, poema sagrado. Con base en estas dos últimas formas es que me he dedicado a escribir Monterrey, que es la saga a la que pertenece Barrio de catedral. Los otros títulos son La casa natal, La guerra viva, El campo de dolor, Las calles y Las piedras”.

Pero Felipe no solo incorpora Monterrey a la dimensión de Comala o Macondo, incluso de ciudades futuristas como las de Phillip K. Dick o Ursula K. LeGuin; también re-significa la lengua castellana como una manera de diferenciar su escenario hasta en el aspecto lingüístico.

barrio

Las potencias del castellano

“Conforme componía mi obra —dice Felipe—, descubría un marcado desagrado por ciertos recursos literarios, tales como el metalenguaje, la metaficción y los símiles. Poco a poco descubrí que tales criterios apuntaban hacia la creación de una obra que construyera una realidad, y no que se refiriera a una realidad alternativa. Un paso importante ocurrió en mí después de tres días de explorar Espinazos en plenos festejos fidencistas, durante los cuales no dormí; cuando llegué a mi guarida, en la colonia María Luisa, deshidratado y asoleado, desvelado y fatigado, entré a la regadera y, cuando el chorro frío tocó mi cabeza, escuché, en mi oído derecho, una voz que era la mía, en un torrente verbal en castellano pero del cual no lograba yo aislar una palabra comprensible, y me dio el tono para El evangelio del Niño Fidencio y, posteriormente y con variaciones, para el resto de mi obra”.

“El uso de esas mayúsculas —continúa Felipe, vibrante de entusiasmo— es por buena ortografía. Verás: así como en La Biblia y otros libros sagrados se escriben con inicial mayúscula los nombres de los dioses, yo lo hago para referirme a los nuestros: La Oscuridad, El Abuelo Viento, La Abuela del Reino, entre otros, así como sus epítetos, por largos que sean, se escriben en mayúscula. Además, espero hacer a los lectores un recordatorio con respecto a los verdaderos dioses que nos han dado la vida”.

Y respecto a la convivencia entre neologismos y arcaísmos, señala el autor:

“Busco aprovechar las potencias que me gustan del castellano, y todo lo que pueda del quinigua, la lengua que se hablaba en estas tierras. Tal como Góngora, Lezama, Huidobro, Neruda, Ortiz de Montellano, Villaurrutia, García Lorca, Alberti y Vallejo, y aprovechando los caminos que han abierto para nosotros, uso un lenguaje que resplandece”.

Cualquiera que lea Barrio de catedral supondrá que existe una exhaustiva investigación historiográfica tras de ella, pero Felipe vuelve a darle prioridad a su portentosa imaginación; a su interpretación personal de lo que otros le relatan.

“Mis investigaciones —dice— se remontan a mi temprana infancia por dos motivos: el primero, mis abuelos y mis tíos maternos, así como mi madre, vivieron ahí durante décadas, en diferentes casas; el segundo, los constantes paseos y visitas que llevábamos a cabo. En total, incluyendo sólo las investigaciones basadas en entrevistas y lecturas, este trabajo me ha llevado doce años”.

 

Aislamiento profundo

Barrio de catedral salta inmisericorde entre la guerra y la paz; lo cotidiano y lo fantástico; la antigüedad y la posmodernidad… ¿Qué pretende el autor al jugar con estos contrastes?

“Un mural, un fresco, una suite —responde Felipe—, una rapsodia que integre todo lo que considero adecuado en una sola obra armónica, humana, vital, biológica y ecológica a la vez. Quiero expresar mis complejidades internas aprovechando el material que amo: mi ciudad y mi lengua”.

En cuanto a los ángeles y demonios que interactúan libremente con los seres humanos, nos dice Felipe con gran naturalidad:

“Son seres vivos, animales como nosotros. Muchos los han visto, han convivido con ellos, les temen o entablan interesantes amistades con ellos. Juegan papeles similares al resto de los seres vivos: nacen, comen, excretan, copulan, lloran, matan, mueren.

La historia nos inspira

¿A qué atribuye Felipe que los autores oriundos de Nuevo León hayan convertido Monterrey en epicentro de su literatura, sin importar género o estilo? La lista es larga:

“Nuestra ciudad es interesantísima y peculiar. Nuestros paisajes son majestuosos. Nuestra sensación de aislamiento es profunda. Nuestra escasa tradición artística nos ofrece grandes páginas en blanco. Nuestra baja autoestima comunitaria nos impulsa a autoafirmarnos. Nuestro gran ingenio encuentra un terreno fértil aquí. Nuestra historia nos inspira. Nuestras diferentes marcas mundiales nos dan buenos pretextos. Buscamos revolucionar nuestra identidad para dejar atrás el peso de la ciudad laboriosa y poco creativa, dedicada primordialmente al negocio, y con dolorosas culpas que impiden dedicarse al ocio”.

Actualmente, este sui géneris y muy imaginativo autor sigue trabajando en su proyecto épico, entre otras cosas, una nueva edición de El enrabiado, “mucho más maciza y acorde con mis actuales hábitos y manías estéticos”.

Felipe Montes nació en Monterrey en 1961 y la novela Barrio de catedral la publicó Tusquets, México, 2016.

evegil300x100