Inventario

Por Eusebio Ruvalcaba

Siempre me ha asombrado la unión de la música y la poesía. Como yo lo veo es un nuevo instrumento. O más que eso, un nuevo arte. Dos elementos que marchan cada uno por su lado. Cada uno con sus propias leyes, cada uno con sus propios códigos, y de pronto —¿al servicio de la música, al servicio de la poesía?—, bajo el impulso de la belleza, despliegan las alas y remontan el vuelo. Desde siempre —aunque esta expresión resulte embarazosa y exagerada en sí misma—, la poesía ha buscado uno de sus caminos expresivos a través de la música. Hay quien afirma, con justa razón, que la poesía en sí misma contiene la música. Por supuesto que sí. Por las propias leyes internas de la palabra, sea en su faceta escrita u oral. Pero hay más. Pues la modalidad del contenido obliga a dotar de música a esas palabras. Sea en su giro amoroso, bucólico, erótico, marcial o como se desee. Larga es la lucha que la música ha sostenido para adentrarse en el poema y enriquecer la belleza original. Hubo una época en que estaba prohibido incorporar el elemento musical al poema. La temida Inquisición tomaba cartas en el asunto. El mismo Dante, el mismo Petrarca, enfrentaron la adversidad de la censura oficial para que los poemas de uno y los sonetos del otro, sonaran a cantos sonoros.

En fin. Prosigamos con Inventario, el disco más reciente de Julieta Marón.

Compositora nacida en Guadalajara, pese a su juventud Julieta Marón posee a estas alturas una trayectoria lo suficientemente sólida para abrirse paso en el difícil ámbito de la música mexicana. Aunque ya conocía yo música de su autoría —su cuarteto, y su capricho Evocación—, este disco de Inventario constituye una muestra admirable del arte de componer de esta compositora. Que el día de mañana figurará en el catálogo de los melómanos es un hecho.

Cuánta idea tiene esta compositora del arte musical. Por ejemplo, en Tres vientos impera una textura de introspección y hondura. Es música de cámara que lleva a cuestas el prurito de la emoción. Transcurre en un ambiente de diáfana intimidad.

Los Sonetos de Sor Juana Inés de la Cruz acaso son lo más conmovedor del disco. Y es prueba palpable —auditiva, sería más apropiado decir— de que en la historia de la literatura a cada poema le corresponde una música determinada. Es como si Julieta Marón pusiera su talento musical a los pies de Sor Juana. Como si se hubiera imbuido de la poesía de Sor Juana y extraído la música misma de esos sonetos. Que le va muy bien a la palabra de Sor Juana la tesitura mezzo, es otro acierto. Cuando finalmente se escuchan no es de imaginarse otra dotación que no fuera ésa.

Pero el prodigio no termina ahí. Se repite, se recrea, en Muerte sin fin. Para quien esto firma, es de belleza insólita esta obra. Y sin desear poner en la mesa provocación alguna —odio a los que se lo pasan provocando—, me aventuraría a decir que esta música logra lo que muchos críticos literarios o bien ensayistas quisieran: aproximarse a la fuente misma de la palabra del señor Gorostiza. Pues enseguida de escucharla, corre uno a leer el poema.

Y mientras que Instantes y miradas es una pieza resuelta en dos movimientos eminentemente virtuosísticos por el desafío que significa componer para trío de clarinetes, Perdidos semeja una caja musical de infinitas posibilidades tímbricas.

Dotación: ensemble de música de cámara. Tres vientos para flauta. Cuatro lieder. Sonetos de Sor Juana Inés de la Cruz. Muerte sin fin. Instantes y miradas. Perdidos.