Trump
Por Mireille Roccatti
La campaña electoral en Estados Unidos, conforme se acerca al día del sufragio, comienza a definirse y parece que se decantará en favor de Hillary Clinton, la candidata demócrata, lo que hará historia en el todavía país más poderoso del mundo y por sus repercusiones y efectos en todo el planeta. Por primera vez, una mujer ocupará la oficina oval, sitio donde se definen y resuelven los problemas más intrincados y complejos que afectan a todas las naciones.
En esta ocasión, como nunca antes, los incidentes de la campaña electoral han sido marcados por las denominadas “campañas negras”; caracterizadas por los ataques sucios y llenos de estiércol y lodo, que desde hace ya tiempo sentaron sus reales en Estados Unidos. En esta ocasión, quien utilizó o privilegió esta táctica fue el candidato republicano, quien utilizándola con singular alegría logró, contra todo pronóstico, llegar hasta la antesala de la presidencia estadounidense.
Aunque también es cierto y debe reconocerse, los estrategas de la campaña demócrata, también echaron mano de esta nefasta práctica, y ambos contendientes, además de insultarse, han revivido y desenterrado dichos, sucesos, amistades, acciones, omisiones, algunas de su vida privada o de sus respectivos cónyuges para desprestigiarse mutuamente.
El que se ha llevado las palmas ha sido el republicano, quien sin mayores logros, en su búsqueda de “huesos en el armario” de Hillary, hubo de referirse a los de su marido Bill Clinton, el expresidente, quien tiene fallas de sobra, pero en el pecado llevó la penitencia. En primer lugar el ataque generó solidaridad contra la mujer agredida. En segundo término, la candidata es Hillary, no su marido y, por si fuera poco, si alguien debía evadir el tema de agresiones sexuales, infidelidades maritales o discriminaciones contra mujeres era Trump.
La cloaca que destapó lo alcanzó de lleno y hoy su imagen ante el electorado estadounidense es el de un hombre “lleno de excremento”, poco confiable, agresivo, ventajoso, abusivo y misógino, al que nadie confiaría en sus manos el futuro de su familia, ese gran valor de la sociedad estadounidense.
Hasta ahora, el republicano había llegado hasta donde está apelando a una veta oscura de los estadounidenses, que siempre ha estado ahí, aunque larvada; plena de racismo, ignorancia, de supremacía blanca y ultraderechista, que revivió los peores días del macartismo o más recientemente de la lucha de los derechos civiles de los años sesenta y la contraparte fascista de Barry Goldwater. Hoy todo parece perdido para Trump, lo perdió su “bocaza”, su soberbia, su ignorancia. Estiró la liga y la reventó.
En su desesperación este “Lame Duck”, como le llaman los norteamericanos a quien —candidato o funcionario— se encuentra de tal manera lastimado que parece herido de muerte política, pelea contra los más influyentes medios de prensa escrita, incluidos los icónicos WSJ o NYT y adicionalmente contra las cadenas televisivas y de radio, pierde terreno en redes sociales y poco a poco sus seguidores lo abandonan. Si lo anterior no bastara, su propio partido, el Republicano, se deslinda y se avoca a las elecciones de senadores y Cámara de Representantes.
Solo un milagro en el tercer debate, que aún no se verifica a la hora de escribir estas líneas, lo salvaría. Pero a este “pato cojo” no lo salva ni Dios.


