La batalla se centra en Florida, Pensilvania e Illinois
Por Alfredo Ríos Camarena
Para el resultado electoral respecto a la presidencia de Estados Unidos, son importantes las estrategias de los partidos y de los candidatos que compiten en éste acontecimiento de trascendencia mundial.
Por eso, al analizar la reciente confrontación verbal, tenemos que considerar el entorno social, los resultados de las mediciones que hacen las encuestas y el impacto, no sólo de los programas y proyectos, sino también de los escándalos personales que afectan a los contendientes.
Donald Trump llegó, no solamente con la derrota del primer debate, sino, con el enorme peso del desprestigio que le produjo el escándalo de los videos y grabaciones que, una vez más, demostraron su carácter de soberbia y de absurda discriminación al sexo femenino; no queda la menor duda, el pez por su boca muere y los gigantes con pies de barro se derrumban inevitablemente.
La percepción de muchos analistas es que Hillary Clinton no tuvo la fuerza y la decisión para pegarle más duramente al republicano, dicen que perdió la oportunidad; sin embargo, es muy probable que la actitud de la demócrata corresponda a un sentido de inteligencia y de estrategia para continuar con un avance firme hacia el futuro, sin arriesgar ni un ápice su ventaja indiscutible.
Los temas de fondo como el Obama-care y la posición de Estados Unidos frente a Isis, se discutieron, una vez más, demostrando Hillary Clinton mayor capacidad, experiencia y conocimiento. No obstante, Trump se mantuvo serenamente y siguió sosteniendo sus posiciones xenofóbicas y militaristas, sólo que ahora con mayor cuidado; su agresividad fue permanente; hizo creer al auditorio que los conductores del debate estaban en su contra, poniendo en duda la imparcialidad del evento; ratificó que no ha pagado impuestos porque así se lo permite la ley y hasta culpó a Hillary Clinton que, como senadora, no hizo ninguna modificación fiscal al respecto y que estas mismas elusiones fueron aprovechadas por sus donantes como George Soros y Warren Buffet.
Trump, cada día que pasa, pierde simpatizantes entre los auténticos republicanos: senadores, congresistas, gobernadores; su base popular sigue siendo los votantes blancos, de poca calificación intelectual y de gran enojo y angustia por el empobrecimiento que han sufrido en las últimas décadas.
La batalla electoral será en estados como Florida, Pensilvania o Illinois, donde se ha incrementado el desempleo y disminuido los salarios.
Resalta la contradicción entre Trump y su compañero de fórmula, Mike Pence, sobre los temas de Siria. El protagonismo histriónico y absurdo del candidato republicano rompe con todas las barreras de la inteligencia y de la ética.
Todo indica que Hillary Clinton será la próxima presidenta.
El tema de México seguirá siendo una polémica de enorme envergadura, tanto en lo comercial, lo financiero y lo migratorio; por eso, el país entero —no sólo el gobierno— estamos obligados a formular propuestas que defiendan los intereses de los mexicanos en Estados Unidos y de los indocumentados y de sus familias que, más allá del respeto que merece la soberanía norteamericana, constituyen un asunto bilateral; también de los intereses comerciales y financieros, cuyo principal reflejo es el cumplimiento del TLCAN.
Para la política nacional se acerca la última aduana, las elecciones de noviembre en Estados Unidos que, a partir de ahí y de su resultado, el banderazo de la contienda presidencial mexicana de 2018 será inevitable.