Crisis económica y política

Por Alfredo Ríos Camarena

La relación estructural entre economía y política la define con claridad en su último libro La gran brecha el premio nobel de economía Joseph Stiglitz; con este estudio académico podemos confirmar la crisis de los partidos políticos en el mundo, el deterioro de las instituciones políticas y su estrecha relación con la desigualdad y la pobreza.

En efecto, los partidos políticos y, en general, la democracia liberal, enfrentan graves debilidades y pérdida de credibilidad en el electorado; sus círculos directivos se cierran en pequeños grupúsculos ajenos a la militancia y sus ideologías se pierden al acercase al centro, dada la influencia de la globalización neoliberal, en los manejos de la administración pública.

La democracia perdió su eficacia y las elecciones se han convertido en simples protocolos, donde las decisiones fueron tomadas anteriormente por el establishment.

En el proceso de la democracia representativa se han agregado, desde hace muchos años, figuras de democracia semidirecta, tales como el referéndum y el plebiscito: el primero, tiene por objeto consolidar proyectos legislativos y normas generales; el segundo, atender propuestas de orden administrativo. Ambos requieren de la votación de los electores.

Este método del plebiscito está reflejando la protesta inesperada de los electores en temas que parecían estar resueltos en un sentido en que al final, sorprendentemente, han cambiado  el  pronóstico social; es el caso del brexit, donde el primer ministro Cameron se equivocó gravemente al convocar a un plebiscito, al que no estaba obligado, sobre la permanencia, o no, de la Gran Bretaña en la Comunidad Europea.

Los electores ingleses votaron por la salida y, con esto, ha provocado una crisis económica social, que todavía no advertimos en su dimensión planetaria.

En nuestro continente acaba de suceder lo mismo, en Colombia, el mundo entero esperaba el plebiscito —también innecesario jurídicamente— al que se convocó, que fuera votado mayoritariamente en favor de los acuerdos de paz que se generaron durante largo tiempo en la Habana. Las pugnas internas entre el presidente Juan Manuel Santos y el expresidente Álvaro Uribe, a quien muchos mencionan como el impulsor de los grupos paramilitares que causaron tantas muertes, provocó que Colombia, una vez más, se dividiera. Quienes votaron por el NO tuvieron argumentos probablemente válidos, pues se había otorgado a las FARC facilidades enormes que saldaban cualquier posibilidad de castigo, pero más aún, se les otorgaban escaños y curules asegurados en el Congreso colombiano, sin pasar por una votación directa; finalmente el resultado deja sin salida política viable al gobierno de Santos, quien tendrá que recurrir al Congreso para realizar modificaciones a los acuerdos, a efecto de encausar las posibilidades de un éxito, que se le fue entre las manos.

En Estados Unidos, Trump representa el voto anti establishment, pero su propuesta y actitud lo harán inviables para obtener el triunfo electoral.

En México la crisis de los partidos y candidatos se agudiza, cada día más, porque varios de los aspirantes ya se adelantaron a las normas que rigen el proceso electoral; para nadie es un secreto la inevitable candidatura de López Obrador con Morena, la probable presencia del PRD con Mancera, mientras que en el PAN se disputan la candidatura presidencial Ricardo Anaya, Margarita Zavala de Calderón y Rafael Moreno Valle; en el PRI, Osorio Chong se promueve tímidamente en las redes sociales, con la autorización, o no, del Ejecutivo federal,  que en ese partido es factor fundamental.

Los sorprendentes resultados que hemos venido observando de un electorado que reacciona inesperadamente será, hacia el futuro, una constante, porque esta actitud se finca en la rebeldía de los ciudadanos a un mundo que no satisface, con mucho, sus necesidades fundamentales.

La política y la economía frente a la desigualdad, la acumulación absurda del dinero y la pobreza extrema, cada día se degradan y se pervierte más.

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