169 años después

Por José Fonseca

 

O los mexicanos de hoy somos quejumbrosos

o nos falta lo que les sobró a nuestros ancestros

Anónimo

La patria, posiblemente, es como la familia, sólo sentimos su valor cuando la perdemos, escribió Gustavo Flaubert. La frase es pertinente este septiembre, el mes que la mayoría de los mexicanos llamamos de la patria.

No importa lo que digan los revisionistas de la historia, empeñados en desmontarla, de ajustarla a sus prejuicios ideológicos, a la mayoría de los mexicanos no importa si los Niños Héroes de la batalla del Castillo de Chapultepec son personajes auténticos.

Lo que nos importa es que son el símbolo de la resistencia de los mexicanos del siglo pasado a la invasión norteamericana. Un símbolo que debiera movernos a la reflexión.

Insisto, aquellos días de 1847, fueron días negros para México. Aquellos días en que ondeó la bandera de Estados Unidos sobre Palacio Nacional.

Aquella humillación fue el resultado de que los invasores norteamericanos encontraron a una nación dividida por las querellas políticas e ideológicas.

Tan divididos que aún debaten los historiadores si muchas de las batallas trascendentales se habrían perdido de no privilegiar algunos de los mandos militares sus rencillas políticas sobre la indispensable unidad para defender a la patria.

Conforme uno relee la historia de aquellos años, empieza a entender cómo se debilitó el naciente México y por qué perdió la mitad de su territorio.

Hoy, 169 años después, los mexicanos de la segunda década del siglo XXI parecemos empeñados en debilitar otra vez a la nación con nuestras mezquinas rencillas políticas y nuestros roñosas disputas ideológicas y estamos recreando las condiciones de debilidad que facilitaron la invasión norteamericana del siglo XIX. Quien sabe qué consecuencias tendrá en el mediano plazo.

Las ambiciones de poder parecen llevar a los grupos políticos y económicos a explotar nuestras contradicciones y nuestra diversidad para sacar alguna ventaja.

Con la misma miopía que los mexicanos de hace 169 años se dieron cuenta demasiado tarde del daño provocado por sus divisivas rencillas políticas e ideológicas, parecemos actuar los mexicanos del siglo XXI.

Los mismos que decían desear un Estado fuerte, por sus propias y egoístas razones parecen dispuestos a debilitar tanto a la Nación que, a mediano plazo, podría ser f·cil presa de los intereses extranjeros, m·s fuertes que nunca en este mundo globalizado.

Por algo, Roger Bartra cita al italiano Raffaele Simone y sus escenarios posibles: uno en el que los ciudadanos, al sentirse impotentes, se marginan y dejan las decisiones a una minoría. Otro, tan familiar: “una democracia volátil en la que la fragmentación política, la proliferación de partidos personales y la corrupción general una inestabilidad política crónica”, escribe Bartra.

Tema a reflexionar.

jfonseca@cafepolitico.com

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