Por Boris Berenzon Gorn

 

La violencia sexual, racial, de género y otras formas de discriminación

en la cultura no pueden ser eliminadas sin cambiar la cultura.

Charlotte Bunch

Todos los días, en las redes sociales y en los medios tradicionales de comunicación, es común encontrarnos con una marea de violencia que nos arrastra a todos cuyas escenas muestran una compleja realidad nacional de una sociedad violentada de manera estructural. Los asesinatos y asaltos cotidianos en Morelos, el linchamiento de un presunto grupo de secuestradores en Santiago Atlatongo, Teotihuacán, Estado de México; la masacre en el bar LGBTTI “Madame” de Xalapa en Veracruz y de la escalada de violencia en Acapulco con sus noches de pánico y su deshonroso reconocimiento internacional como “la ciudad más peligrosa del mundo”, son los síntomas de un país asediado por violencias cotidianas.

El Sistema Nacional de Seguridad Pública (SNSP), reporta que en abril de este año se registraron mil 683 víctimas de homicidio doloso en el país, un promedio de 56.1 víctimas de asesinato al día; dato ligeramente superior al récord de marzo (55.8), de febrero (55.5) y enero (50). Lo cierto es que nos hemos acostumbrado a los operativos, a las balaceras, a los embolsados -un país que secuestra y mata a sus ciudadanos para tirarlos como basura-, a los toques de queda que se vuelven el grito de una sociedad que agoniza dolorosamente, a la presencia de militares y marinos, al silencio de los políticos, a los índices de la inseguridad y violencia, a la impunidad, a la negligencia de las autoridades, a la impunidad como el cáncer que cercena a nuestra sociedad. Poblaciones enteras permanecen secuestradas por el crimen organizado en un país de leyes, con instituciones y recursos que se destinan para combatir esta fiesta nacional de la barbarie, en donde la nota es roja, pintada de amarillo, con una sociedad que se fascina en la violencia y se regodea en un país de muerte. Vivimos en la normalización de lo anormal.

Feminicidios y acoso

La violencia contra las mujeres es un fenómeno social cada vez más identificado en sus diversos ámbitos y variantes: de género, social, familiar, de pareja, feminicidios, homicidios, derecho a la salud, etcétera. Entre 2013 y 2014, de acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), se estima que diariamente fueron asesinadas siete mujeres en México. En 2011, la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDRH), identificó que los agresores se encuentran en el entorno inmediato de las víctimas. El Hashtag #MiPrimerAcoso visibilizó lo que diversas agrupaciones, colectivos, asociaciones civiles, dependencias nacionales y organismos internacionales han venido señalando en una abrumadora y vergonzosa numeralia para cualquier país que se precie de tener una democracia cuya base debe ser una sociedad de derechos.

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La violencia contra los niños

En 2014 el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia o Unicef colocó a México en el sexto lugar en América Latina, con mayor número de homicidios de menores de 14 años. En promedio todos los días murieron asesinados dos niños o adolescentes. A esto hay que sumar diversas problemáticas por las que atraviesa la infancia mexicana: inequidad a causa de género y origen étnico, falta de oportunidades, explotación laboral, abuso infantil, prostitución, mortalidad infantil en comunidades marginadas y falta de servicios por situación de pobreza extrema.

Violencia contra migrantes

Cada año cerca de 400 mil migrantes, principalmente de Nicaragua, El Salvador, Honduras y Guatemala, atraviesan experiencias de muerte en México de camino a Estados Unidos. De acuerdo con datos proporcionados por la XI Caravana de Madres Centroamericanas y la Comisión Nacional de Derechos Humanos de México, hay más de 20 mil desapariciones al año. La violencia viene de todos lados, de las autoridades migratorias y sus detenciones irregulares; del narcotráfico que levanta y recluta para control de territorios; de la sociedad mexicana que, coherente con su clasismo cultural, recurre a sus prácticas de xenofobia para señalar y discriminar. En medio de todo esto, sólo un 18.3% logrará cruzar. ¿Qué sucede con ese otro 81.7%? ¿Imaginamos siquiera el desastre social que significa para las comunidades de donde salen estos hombres en busca de mejores oportunidades, con la esperanza de hacerse un lugar en la periferia del sistema económico mundial como trabajadores ilegales en busca del sueño americano?

Violencia y diversidad sexual

De acuerdo con la Encuesta Nacional sobre Discriminación en México (Enadis) 2010, realizada por el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred), siete de cada 10 personas homosexuales consideran que en este país no se respetan los derechos de la comunidad Lésbico, Gay, Bisexual, Travesti, Transgénero e Intersexual (LGBTTI). Aun en el contexto del activismo de los últimos años que pone énfasis en el reconocimiento a las minorías sexuales, cuatro de cada 10 mexicanos y mexicanas no permitirían que en su casa vivieran personas homosexuales. Entre 1995 y 2013, según datos de la Comisión Ciudadana contra los Crímenes de Odio por Homofobia de la Organización Civil Letra S, se cometieron  mil 218 homicidios. La mayor cantidad de los crímenes (976) fueron contra hombres, seguido por transexuales y travestis, con 226 casos reportados, y 16 contra mujeres lesbianas.

La intolerancia manifiesta de grupos neoconservadores y extremistas dentro y fuera de la iglesia católica y otras asociaciones religiosas, ponen de manifiesto la violencia que ejerce el modelo hegemónico heteropatriarcal y homonormativo en México, el machismo cultural en un país que se desvanece y reafirma cada vez que surge alguna propuesta de avanzada como la reciente iniciativa del matrimonio igualitario presentada por el ejecutivo. Nuestro país, de acuerdo con datos de la Organización Mundial de la Salud, ocupa el segundo lugar de crímenes por homofobia y transfobia en el mundo.

Violencia y adultos mayores

El 15 de junio se conmemora el Día mundial de la toma de conciencia contra el abuso y maltrato en la vejez. Las proyecciones del Consejo Nacional de Población (Conapo) estiman que México será el país de América Latina con 33.8 millones de personas con mayor número de personas mayores de 60 años. De los 10.9 millones de adultos mayores que hay en México, 1.7 millones son víctimas de violencia física y psicológica, sumado a que la mayoría, un 40% padece violencia intrafamiliar de acuerdo con la Fundación para el Bienestar del Adulto Mayor. En nuestro país contamos con 350 geriatras para 10.6 millones de adultos mayores. Así de generosos nos comportamos con los pilares de nuestra sociedad.

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Hay que atreverse a cambiar

Podría extenderme ad infinitum en la desgracia que atraviesa el país de la suave patria, pero no hay papel ni tinta que alcance, ni lector que permanezca indolente. Las cifras provienen de diferentes años, de distintas encuestas e indicadores de organismos nacionales e internacionales, oficiales e independientes, con el propósito de abordar un panorama amplio temáticamente y que se sostiene y agudiza en el macabro espectáculo de los últimos años.

He leído en diversas columnas lo que politólogos, periodistas, y algunos intelectuales, a falta de imaginación, conjeturan para explicar lo que sucede en México y el mundo: el desprestigio y desgaste de la democracia como modo de gobierno capaz de conciliar los intereses de las mayorías. La fórmula como único modelo responde de manera reduccionista ante el contexto histórico de la sociedad y de los días en qué vivimos esta fiesta de la barbarie: ¿Qué nos duele hoy a los mexicanos?, ¿Qué sistema político desaparece a sus desaparecidos en sus propias fosas clandestinas?, ¿Qué proyecto de país se puede construir en medio de todo esto?, ¿Dónde están los científicos sociales para darnos cuentas sobre cómo es que llegamos a esto?, ¿Cómo fue que llegamos a esto?, ¿Por qué no hay un pronunciamiento efectivo por parte de la clase política sobre los hechos de violencia en México?, ¿Cuándo tocaremos fondo? No soy optimista: lo peor siempre está por venir.

Hoy los políticos deben reivindicar la política, la ciudadanía, desde su escepticismo y proactividad, está creando sus propias respuestas. No es extraña la premonición que hiciera Carlos Fuentes unos años antes de morir: El siglo XXI es el siglo de la sociedad civil.” Estamos en el umbral de su arribo. 2018 nos dará sorpresas.

Sin perspectiva filosófica, la fatalidad nos arrebata y nos consume, nos ahoga en el espacio de la no respuesta. El tema de fondo es el hombre, la sociedad, los ciudadanos de este país. Se trata de quitarnos el velo complaciente del autoengaño. Lo demás son fórmulas, métodos, sistemas, procesos, coyunturas, somos en el todo y en la parte, en la diversidad de nuestra interculturalidad y en las minorías que fragmentan la otrora mayoría. Lo que falta es imaginación en el poder. Hay, eso sí, un desgaste en las formas de hacer política; los políticos se quedaron atrás de la sociedad, sin respuestas, apostados en espacios de privilegio, desprestigiados por la corrupción ante la desmesura de su ambición. Los partidos no tienen plataformas ideológicas, no hay programas de gobierno serios porque el sistema dejó de atender lo importante para vivir capitalizando lo urgente, mediatizando de manera utilitaria la necesidad y la respuesta como capital político de la industria de la democracia.

Tenemos que volver a pensarnos, no en abstracto, sino desde la realidad para poder imaginarnos de manera diferente. La violencia recorre las calles, transita de la alcoba, el patio de la casa, la escuela, la oficina, los recintos oficiales, se anida en los cajones de los escritorios de burócratas, se asoma clandestina, consciente, y cínicamente nos dice que está instalada, nos recorre con el miedo de reconocerla y asumir que su presencia es real, que nos está matando en plural, a todos, entre todos y contra todos. Es necesario que nos atrevamos a cambiar.

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