En 1968 el mundo corrió de manera extraña

Por Teodoro Barajas Rodríguez

Recién se evocó la trágica noche del 2 de octubre de 1968 en que un ogro no filantrópico masacró estudiantes para definir una ruptura que se inscribe como una de las grandes injusticias en un catálogo amplio de las mismas en nuestro México. La violencia que no acaba.

Hace unos días el narco, poder fáctico de asesina presencia, mató a militares en Sinaloa; Michoacán comenzó octubre con quince ejecutados, los registros cruentos que pintan un panorama desolador sin contar la irrupción violenta en Tamaulipas al inicio del nuevo gobierno estatal.

La violencia cotidiana retrata un escenario plagado por las sombras de la inseguridad que hace mucho tiempo comenzó a llenar los espacios abiertos por la deficiencia de las autoridades para que muchos territorios sean de nadie, ahí cabalga la incertidumbre.

En Michoacán durante días estudiantes normalistas prendieron fuego a diversos autobuses y bloquearon los caminos, decenas de ellos fueron consignados a un centro penitenciario, la mayoría de los detenidos quedaron en libertad en unas horas, Ciudad Universitaria ha sido “tomada” por más de un mes por estudiantes rechazados que no aprobaron exámenes o que, en definitiva, no realizaron los trámites previos.

La inestabilidad ha marcado grietas a la gobernabilidad, los discursos de quienes protestan hoy ostentan una evidente vacuidad, no se comparan con las expresiones de 1968.

Aquel 2 de octubre de 1968 no lo secuestró el olvido en un pueblo acostumbrado a la amnesia. Fueron aquellos días marcados por el autoritarismo que se había globalizado peligrosamente en diversas latitudes del planeta y bajo diferentes signos ideológicos.

No se sabe con exactitud cuántos jóvenes fueron acribillados en Tlatelolco, fueron tiempos de la versión única, no podía ser de otra manera, lo demás que se dijera era alentar el alcance de una conspiración mundial inspirada en motivos inconfesables.

Ese año de 1968 el mundo corrió de manera extraña, el autoritarismo de las derechas y las izquierdas parecían fusionarse en un monstruo que quería tragarse, a la mala, cualquier aire de libertad. En 1967 Ernesto Che Guevara moría asesinado en Bolivia, acto orquestado por el gobierno de Estados Unidos a través de la CIA. En 1968 llegó la Primavera de Praga atascada de tanques soviéticos, en París se desataba la poesía aquel mes de mayo para tomar las calles, los grafiti decían “Seamos realistas, exijamos lo imposible”.

También en 1968 asesinaban a Martin Luther King. En Tlatelolco la muerte aterrizó en forma de balas.

El 2 de octubre de este año murió uno de los dirigentes históricos de aquel movimiento estudiantil, divulgador de la ciencia, poeta, ensayista, académico y periodista, nos referimos a Luis González de Alba.

González de Alba fue un hombre libre, de ello hizo alarde, nunca censuró sus ideas, sus cuestionamientos al poder, a las izquierdas; se podría estar de acuerdo o no con sus expresiones pero lo cierto es que su exposición de ideas siempre fue rematada por el talento.

Sus libros son provocadores, contundentes, en Los días y los años aborda lo sucedido aquel  2 de octubre. En Las mentiras de mis maestros cuestiona la historia oficial que nos han recetado como dogmas de una fe curiosa y que no resistiría un análisis a profundidad. Descanse en paz Luis González de Alba.

Barajas