Hoy el país celebra un aniversario más de la Revolución Mexicana. Tradicionalmente, desde el triunfo del movimiento popular en el terreno de la lucha armada, noviembre es el mes de las exaltaciones, de los balances, de los fervorosas y de las criticas envenenadas.

 

Militares de jóvenes deportistas desfilaron por las avenidas citadinas el pasado día 20, 45º. Aniversario de la Revolución, en una fiesta popular que año con año se va significando más, como festividad de las nuevas generaciones. Entre los veinte mil participantes sobresalieron quienes portaron los colores del Instituto de la Juventud, cuyo contingente, de casi cuatro mil muchachos y jovencitas, acaparó los aplausos del público, por la uniformidad, disciplina y pujanza de que hicieron gala, a lo largo de la hermosa parada deportiva. Es realmente plausible que año con año se supere esta fiesta del 20 de noviembre, convertida, para bien de todos, en fiesta de los jóvenes mexicanos.

>Texto y fotografías extraídas del ejemplar 127 de la Revista Siempre!, 30 de noviembre de 1955.

 

Una tarea pendiente: La Revolución

Un aniversario de la Revolución Mexicana es motivo de cuidadosa meditación, de examen general de las cuestiones nacionales y de un resumen a modo de balance. En estos últimos tiempos abundan quienes, desentendiéndose de las responsabilidades de la hora, prefieren cubrir el expediente y reafirmar su lealtad al movimiento popular de 1910, glorificando a sus mejores caudillos, entonando nuevas loas al ideal iluminando de Zapata, a los pasmosos hechos de Villa, a la reciedumbre y respetabilidad de Carranza, a la espada invicta de Álvaro Obregón, a las dotes de estadista de Calles, a la inmaculada convicción democrática de Madero o a la síntesis óptima que es Lázaro Cárdenas.

La Revolución Mexicana no es todavía, a nuestro juicio, es un fenómeno concluido, sino, en muchos aspectos fundamentales, una tarea nacional pendiente. Forman aún mayoría los jefes de la familia en el campo que carecen de parcelas o que la tienen insuficiente; la falta de crédito, de abonos, de auxilio técnico, mantienen a muchos ejidatarios en la esclavitud y en la miseria; la ausencia de autonomía y de legitimidad en el movimiento obrero ha desnaturalizado la lucha de clases y las nuevas generaciones de mexicanos plantean al país problemas angustiosos en todos los órdenes, que sólo pueden resolverse con fidelidad teórica y práctica a los principios de nuestro movimiento popular.

Con todo esto no pretende afirmarse que la Revolución Mexicana haya sido, como piensan sus detractores o quienes se cansaron de militar en sus filas, un fracaso absoluto, dramático e irreparable. Con todas las deficiencias de sus obra inconclusa, a pesar de las frecuentes desviaciones, olvidos y tradición de sus principios medulares, la Revolución mexicana es el signo de la vida de nuestro país en casi todo lo que va del siglo.

La Revolución ha perdido muchas de sus mejores características por su larga permanencia en el poder, sin enemigo al frente que la obligue a depurar sus procedimientos y sus hombres.

Ser verdaderamente revolucionario hoy, no es escribir elogios a los caudillos de la Revolución, sino estar alerta para que se cumplan los postulados revolucionarios, muchos de ellos consagrados en la Carta Magna. Es así como entendemos, en estos días, la condición revolucionaria. Es así como consideramos que debe honrarse a la Revolución mexicana y manifestar auténtica lealtad a sus principios.

>Fragmento extraído del ejemplar 179 de la Revista Siempre!, 28 de noviembre de 1956.

 

Imagen de una Revolución envejecida

Es en el panorama de este MEXICO 68 en el que la imagen de la Revolución México aparece a los ojos de las nuevas generaciones más desprovista de encantos juveniles. Muy cerca de alcanzar los sesenta años, su influencia sigue dominando el proceso del desarrollo de nuestro país, pero desde que asomaron en ella las preocupaciones de orden público, de tranquilidad para los inversionistas nacionales y extranjeros, de prudencia en una reforma agraria que se niega obstinadamente a la anulación de sus obstáculos legalistas; desde que receta, como muestra de asombrosa madurez política, la renuncia a la iniciativa sindical en la pugna obrero-patronal, concediendo algunas migajas de los beneficios de la estabilidad a los gremios favorecidos, perdió impulsos juveniles, sufre arterioesclerosis, muestra arrugas y canas.

A la Revolución convertida en estabilidad se le hacen, en realidad injustas criticas. Su ideario fundamental, su impulso generoso y justiciero sigue siendo fórmula válida y eficaz para muchos de los problemas del país. Pero se le reprochan, como propios, los desvíos, las traiciones, las deformaciones de quienes con el vocabulario de la Revolución pretenden inútilmente ocultar sus salto a la trinchera contraria, su adopción de actitudes y puntos de vista que –por haber sido revolucionarios- tuvieron que combatir en sus mocedades.

De la Revolución han conocido las fortunas impresionantes, los coches de lujo, los saraos y alardes en las fiestas familiares de muchos apellidos ligados históricamente e íntimamente al movimiento popular y reflejados en gloriosos “technicolor” en las “páginas azules” de nuestra prensa diaria.

Los pueblos necesitan de vez en cuanto transformaciones revolucionarias y el máximo síntoma y demostración de la madurez cívica de los pueblos es realizar esas transformaciones aceleradas por la vía pacífica, lujo de virtuosismo político hasta hoy virtualmente inalcanzado. Pero también necesitan, como el hombre del oxígeno, de períodos de paz que consoliden los experimentos bien logrados en el proceso de esas aceleradas transformaciones. La estabilidad fue un logro de la Revolución; esta larga paz mexicana cuya primera grave fisura descubrieron los sucesos del trimestre agosto-septiembre-octubre fue no sólo necesaria para el desarrollo del país, sino insubstituible.

>Fragmento extraído del ejemplar 805 de la Revista Siempre!, 27 de diciembre de 1968.

 

20 de noviembre