Constitución de la Ciudad de México
Por Alfredo Ríos Camarena
Desde que se estableció el marco de reforma para legislar sobre una Constitución de la Ciudad de México, hemos afirmado, una y otra vez, que dicho marco fue antijurídico, inconstitucional —hasta rayar en lo absurdo—; confunde poder constituyente con poder constituido; otorga iniciativa solo al jefe de Gobierno, rompiendo la tradición constitucional mexicana; da posibilidades a que los diputados constituyentes sean designados por poderes distintos. A pesar de que supuestamente se trata de una nueva Constitución, seguirá en funciones el jefe de Gobierno del Distrito Federal que, desde luego, no fue electo para ser jefe de Gobierno de la Ciudad de México, como tampoco lo fue la Asamblea Legislativa del Distrito Federal, ni los delegados, que no serán presidentes municipales sino alcaldes, en una confusa y grotesca figura que hoy se impone y que se incuba en vacuos artículos transitorios. En fin, la aberración jurídica es inadmisible para cualquier jurista.
Frente a estos garrafales e intencionales errores, se quiso tapar el agujero nombrando a una serie de personajes con prestigio al construir un grupo asesor del jefe de Gobierno y, más tarde, incorporando a la Asamblea Constituyente a personajes valiosos de diferentes signos políticos.
Este órgano carece de legitimidad, no solo por los 40 nombrados por otros poderes, sino también los que dicen ser electos, aunque lo fueron a través del método plurinominal. Es decir, nadie tuvo una legitimidad directa en concordancia con las formas democráticas que nos son propias, quizá sólo haya una excepción, el ciudadano bombero, Ismael Figueroa, que contendió en forma independiente y sí fue votado en elección directa.
Todo el diseño sobre el que se basa esta Asamblea Constituyente es inadmisible. Sin embargo, habrá que reconocer que se incorporaron personajes de reconocida respetabilidad política como Augusto Gómez Villanueva, Enrique Burgos, el ya procurador Raúl Cervantes Andrade, Jaime Cárdenas Gracia, Javier Quijano, Bernardo Bátiz, la distinguida periodista y directora de esta revista, Beatriz Pagés Llergo Rebollar, Santiago Creel; políticos de amplia experiencia como el presidente de la Asamblea, Alejandro Encinas, Enrique Jackson, César Camacho, Ifigenia Martínez, Joel Ayala y el conocido político Porfirio Muñoz Ledo. Esta pléyade puede ayudar a que realmente se produzca un documento que sea útil para la Ciudad de México y sus habitantes.
Se ha criticado en exceso el carácter aspiracional de este documento, sin embargo, debemos recordar que la propia Constitución de 1917 tiene este carácter, al igual que numerosas constituciones en el mundo; esa teleología aspiracional la explica el destacado constitucionalista alemán Karl Loewenstein quien, en una metáfora muy clara, establece tres tipos de Constitución: 1. Las que corresponden a la normalidad institucional de una nación que son aceptadas y que funcionan correctamente, como un traje a la medida. 2. Las cartas magnas aspiracionales a las que le corresponde un traje que le queda grande al pueblo, pero que va creciendo en el logro de sus aspiraciones hasta que, con el tiempo, pueda ser también un traje a la medida. 3. Las constituciones que no tienen nada que ver con la realidad, como las que se dieron en las dictaduras latinoamericanas del siglo XX, como ejemplo la República Dominicana en la época del dictador Rafael Trujillo, en donde el pueblo, al abrir su imaginario guardarropa, no encuentra un traje sino un grosero disfraz.
No nos debe sorprender este carácter esperanzador de los documentos fundamentales. Lo que sí sorprende es el primer párrafo de la iniciativa de marras que señala “… para su discusión, en su caso, modificación o adición, votación y aprobación…” Es decir, en términos objetivos los señores diputados constituyentes no tienen facultad alguna de iniciativa, ni siquiera de abrogación o derogación del proyecto que discuten, por lo tanto, no les queda otro camino que hacer algunas reformas y aprobar la voluntad de su alteza serenísima, el señor Mancera.
Difícil papel que tienen que jugar políticos tan experimentados y avezados para cumplir uno más de los caprichos del poder.