Perdón que insista, pero en el Proyecto de Constitución de la Ciudad de México subyace un propósito separatista.
Se escucha con frecuencia interpelar a los diputados que fueron cerebros y redactores del documento: “la Constitución General de la República me vale madres”, “Vamos por más”, “Vamos por todo”.
¿Qué significa esto? Que la izquierda más radical de la Asamblea Constituyente trabaja en un intento que puede resultar jurídicamente imposible, pero políticamente rentable: aprobar un documento que supere y avasalle a la Carta Magna de 1917 por considerarla “vieja” y “caduca,” que atenta contra los nuevos paradigmas de la democracia.
Se intenta decir que es autoritaria. Para decirlo en su propio idioma: “Al diablo con las instituciones”.
Al diablo también con seguir insistiendo en que esta es la sede federal de los poderes. Quienes dicen abanderar las ideas más vanguardistas buscan hacer creer —contrario a lo que dice la reforma política del Distrito Federal— que la Ciudad de México no es autónoma, sino soberana.
Soberana no en el sentido plasmado en el artículo 41º de la Constitución. No para indicar que el “pueblo ejerce su soberanía por medio de los Poderes de la Unión” sino para ir construyendo en el imaginario que la capital del país es, y puede llegar a ser, algo totalmente aparte: un ente emancipado del pacto federal.
Se trata de una estrategia que busca dar inicio a una revolución pacífica a través de un golpe constitucional. Negar, descalificar, convertir el precepto en causa y origen de la injusticia es el primer paso para trasladar al resto de la república un movimiento destinado a romper —desde el texto fundamental— con el orden establecido.
Claro, el escenario tiene varias pistas. Están los que con toda buena fe y sentido progresista incorporaron las aspiraciones más nobles en materia de derechos humanos.
Quienes exigen una ciudad sin discriminación, con derecho a la integridad y a la vida digna. Quienes proponen por primera vez derechos trasversales para las personas mayores y con discapacidad. Hay, en toda esa madeja de intereses cruzados y contradictorios, auténticos luchadores sociales. Pero, también están los otros.
Los que utilizan los derechos humanos y ciudadanos como parafernalia, como atractivo ropaje para esconder sus verdaderas intenciones políticas.
El Proyecto de Constitución de la CDMX tiene, por descuido o exceso de vanguardismo, sus propias debilidades jurídicas.
Hay, por el afán, de dar gusto a todos, puertas que pueden conducir al vacío. Puertas como la revocación de mandato, que se pretende llevar al extremo para preparar y facilitar el ascenso a los mesías.
Sabemos, claro, que los “demócratas” de hoy serán los verdugos de mañana.