Por Teodoro Barajas Rodríguez

 

Michoacán es un mosaico policromo en el que se puede contemplar, contener y preservar un legado antiguo, costumbres que alcanzaron el estatus de leyes no escritas.

Por ello, el Día de Muertos es, finalmente, una celebración de vida. Ello sucede sobre todo en las zonas indígenas de nuestra patria, en las que las raíces de cada cultura aún están vigentes y se manifiestan con sacro simbolismo que encierra una enseñanza vital a través de la muerte misma.

En la Meseta Purépecha, la zona lacustre y generalmente en toda nuestra entidad, las raíces de pueblo originario son evidentes en la celebración del Día de Muertos, ya se incluyen ahí elementos de tradiciones y religiones  desde la época precolombina.

Para nuestros antepasados, la vida se medía por instantes de luz y todo lo existente era parte de una dinámica que giraba alrededor de un orden universal. De acuerdo con la filosofía de los pueblos americanos, la muerte no es más que una prolongación de la vida.

Hay registros antiguos de celebraciones en las etnias mexica, maya, purépecha y totonaca. Los rituales que celebran la vida de los ancestros se realizan en estas civilizaciones por lo menos desde hace tres mil años. En la era prehispánica era común la práctica de conservar los cráneos como trofeos y mostrarlos durante los rituales que simbolizaban la muerte y el renacimiento.

De acuerdo con la filosofía de los pueblos americanos, la muerte no es más que una prolongación de la vida. Es un paso natural, la muerte es eternidad. En el pueblo michoacano, para sus habitantes, no hay separación de cuerpos y almas. En esta cultura la muerte se concebía no como una fuerza natural y salvaje, como en la occidental, sino como un elemento de la realidad social.

El universo de los purépechas estaba formado por tres partes: el cielo (auándaro), la tierra (echerendo) y el mundo de los muertos (cumiechúcuaro ó uarichao);  respecto a las ofrendas, generalmente se preparan alimentos tradicionales para esperar a las “ánimas” o difuntos en sus hogares o en el panteón. En el caso de los niños muertos, se monta un altar en su casa, sobre todo el primer año de fallecido el infante, en el altar se colocan alimentos, dulces, frutas y juguetes.

Las flores de cempasúchil (zempoalxóchitl) son clásicas en esta fecha, tanto para adultos como para infantes. En la sierra y la Meseta, aunque no se acostumbra velar en todas las casas, sí se hacen los altares familiares, donde se coloca todo lo que gustaba a los ahora difuntos. Vale la pena consignar que en los altares en casa o panteón, se encuentran representados los clásicos elementos de la antigüedad, lo que muestra el amplio conocimiento de los purépechas que simbolizaban el todo en los arreglos de las tumbas. Tenemos ahí la representación de la tierra mediante sus frutos, del aire con los adornos de papel picado movidos por el viento, el agua con las bebidas colocadas en la tumba y el fuego por las velas y veladoras que iluminan el lugar.

En esta era de una globalización extrema es conveniente mantener el patrimonio fecundo de las tradiciones y no apelar a simbolismos extraños tan distantes de nuestra esencia como pueblo. Michoacán mantiene en lo alto el estandarte de la identidad, el Día de Muertos de acuerdo con el ritual y componentes se mantiene vivo, goza de cabal salud y refleja una esencia cultural indiscutible.

Barajas