Por Roberto García Bonilla

Alfonso Reyes (1889-1959) es la figura tutelar, el patriarca de la república de las letras mexicanas a lo largo de la primera parte del siglo XX. Su presencia, su influencia, su obra, en la que se deben incluir el amplio corpus de correspondencia que mantuvo con diversos amigos y escritores a lo largo de su vida.

El trabajo como placer

El primer intercambio de cartas fue con Ignacio H. Valdés, colega preparatoriano en Monterrey; Reyes le escribe desde México cuando su padre, militar legendario, gobernador de Nuevo León y secretario de Guerra por un breve periodo de Porfirio Díaz.

La presencia del padre de “Don Alfonso”, como se le conocía en el gremio, fue rotunda, y su muerte, entre la paradoja y el drama —que lo convirtió en una víctima, aun en un mártir— fue indeleble.

A lo largo de los pasajes biográficos, escritos ex profeso o de manera incidental, está presente una herida que nunca se cerró, pero Reyes la transfiguró en el trabajo como deber, como placer, creación, como una de las formas más puras para con-tener poder; porque Reyes dejó huella de su tiempo.

Y en esencia, nos atrevemos, a él más que desarrollar los géneros literarios tenía una avidez excepcional por el saber, tan intensa, como su capacidad para transformar cualquier pensamiento el texto, que a su vez ambicionaba, incluso necesitaba imperiosamente publicar.

Reyes hizo de la escritura un arte, más allá de todos los géneros en que incursionó, por su dominio de la lengua; su estilo es transparente, claro y elegante. Su léxico es puntual; con la sustantivación y la adjetivación en Reyes se tiene la convicción de que, en realidad, no existen los sinónimos. Este aserto es relativo; depende de la relación entre texto y autor. En Reyes es incontrovertible.

Alfonso ReyesPor el mundo

Con el título de Autobiografía aparece el volumen más de una veintena de textos en los que la existencia propia se enlazan con la realidad mexicana. El prólogo de Alberto Enríquez Perea deja un itinerario vital, a modo de instantáneas, alrededor de uno de los integrantes del Ateneo de la Juventud, quien se “exiliara” en París (1914), después de negarse a ser secretario particular de Victoriano Huerta, militar que traicionó a Francisco I. Madero.

En París profundizó sus trabajos filológicos presentes en textos como Cuestiones estéticas y, sobre todo, en uno libro fundamental: El deslinde. Prolegómenos a la teoría literaria (1944), ejemplo de su excepcionalidad en el ensayo que el mismo definió así: “el centauro de los géneros, donde hay de todo y cabe de todo, propio hijo caprichoso de una cultura que no puede ya responder al orbe circular y cerrado de los antiguos, sino a la curva abierta, al proceso en marcha…”.

Una variante de su definición de ensayo la encontramos en uno de los estancos de la las literaturas del yo: la correspondencia. Se entiende así como el escritor que funde la enorme economía a través de las cartas a sus amigos —personajes connotados, escritores o humanistas—, abre o continúa varios cauces: temas, hechos y nombres contextuales (relacionados con lo que se denomina historia cultural); el ejercicio de un estilo donde contenido y forma se funden —y en el cual el tono digresivo y especulativo del ensayo se vitaliza.

Reyes fortalece vínculos afectivos con intereses (gremiales) afinidades y complicidades de temperamento y en horizontes de vida; revela su estado de ánimo y las circunstancias de los puestos y empresas que desempeñó a lo largo de su vida.

Deja, finalmente, testimonios sobre momentos y nombres particulares de la vida cultural, sobre todo, hispanoamericana que protagonizó y vivió también desde la lectura y (re)interpretó en la escritura.

Luego de su breve estancia en Francia, Reyes residió una década en Madrid; regresaría París y más tarde viajó a Sudamérica: en Buenos Aires estuvo en dos lapsos y, en medio, en Río de Janeiro. Las últimas dos décadas de su vida se estableció en México.

Título atrevido

Testimonios de una vida irrepetible en las letras españolas están en los epistolarios con el intelectual dominicano Pedro Henríquez Ureña (1884-1946) —amigo entrañable y óptimo interlocutor intelectual—; el periodista y diplomático Genaro Estrada (1887-1937), con quien mantiene una plena confianza personal.

El epistolario más conocido de Reyes es el que mantiene con Octavio Paz entre 1939 y 1959, precisamente durante los años del autor de Visión de Anáhuac en México.

De inmediato salta a la vista y el horizonte testimonial su importancia, se trata de los dos escritores más prolíficos de del siglo XX mexicano, además, y digamos los más poderosos dentro de nuestra república de las letras. Entrelíneas, se lees los proyectos y revisiones de las inquietudes, polémicas, obsesiones y algunas querellas de la cultura mexicana.

Alfonso ReyesEn esta Autobiografía, en cierto sentido un título atrevido porque en rigor no fue escrita como tal; es reveladora y en ese sentido justificable.

Como la selección de textos podemos delinear —con más o menos profundidad, a partir de los antecedentes que como lectores de Reyes se tengan— el pensamiento intelectual, el periplo geográfico, las aspiraciones estéticas, la sensibilidad hacia ciertos temas presencias.

Aquí queremos destacar la figura del padre, miliciano, general, que entregó cerca de medio siglo al servicio público (que luchó en la Intervención Francesa).

Reyes vivió la zozobra de las amenazas de muerte que al final se desencadenaron su muerte por una ametralladora alrededor del episodio conocido como la Decena Trágica.

Alfonso Reyes, Autobiografía (prólogo de Alberto Enríquez Perea), México, FCE-Cátedra Alfonso Reyes, 2016.