Nos negamos firmemente a llamar poesía a la oscuridad

 

En hombre dice palabras tan maravillosamente que las mujeres se le entregan. Recita poemas y cabalga con extravagancia en sus sueños. Convoca los ojos y las bocas ocultas de las piedras, la luz y el agua para que atestigüen en contra de su amante cuando ella dice que no es hermosa. Es el hombre que se une a la noche para morir con el sol, el que creyó que una sola línea de un poema chino podía cambiar para siempre cómo caían las flores. Es Leonard Cohen, el viejo lobo de mar, que habla desde su poesía en sus primeros años de hermandad con la palabra.

Al escuchar su voz, que es más un elegante murmullo, entendemos que en ella está el sonido de la canción universal. No hay frontera entre poeta y músico. Más un mito que un cantautor, la figura de Leonard Cohen es seductora hasta lo terrible y si nos preguntáramos el porqué tendríamos tantas respuestas que otra vez regresaríamos a los terrenos del enigma. Pero una de esas grandes fortalezas que sostienen su obra es la poderosa vena de la poesía que también, por supuesto, tiene sus orígenes en el misterio. Como él dijo al recibir el Premio Príncipe de Asturias de las Letras, “si supiera de dónde vienen las buenas canciones, iría a ese lugar más seguido”.

Doblemente leyenda, música y literatura, Leonard Cohen es el cantor de los amantes, el enloquecido de amor que escribe desde alguna habitación lejana, perdida. Ha publicado una decena de libros de poemas y algunos versos se convierten luego en canción. Y aunque la poesía es tal vez el género literario más puro y menos visible, el que menos oro y más coronas de laurel acuña a sus autores, la palabra de Cohen se abre paso triunfante y no sólo a través de sus míticas composiciones. Los poemas andan por ahí, en algún concierto, en alguna grabación, como un regalo, en las obras literarias.

La poesía de Cohen cruzó las fronteras de su propio idioma. Aunque no nos cansemos de escuchar al poeta tomando el micrófono y revelando su espíritu sobre el escenario, sus seguidores más temerarios en la literatura se han atrevido a traducir su palabra. En español han llegado, a través de la Editorial Visor, algunos poemarios y antologías, como los dos tomos de A mil besos de profundidad que incluyen canciones y poemas. El trabajo de su traductor, Alberto Manzano, es afortunado y logra un profundo encuentro con la esencia del autor original. Quizá lo único que extrañamos en esa obra es que no sea bilingüe, pero es una selección deliciosa de un poeta abanderado por la sensualidad y la melancolía.

Es conocida la relación de Leonard Cohen con el idioma español, un vínculo curioso que lo ha llevado a destinos de altura. Federico García Lorca es el poeta que ayudó al juglar canadiense a encontrar su voz, y los ritmos flamencos, según confesó el propio Cohen, son la base de todas sus canciones. No es de extrañar que leer la obra de nuestro ídolo musical en castellano resulte incluso un acto casi familiar. A pesar de eso, lo verdaderamente fascinante es la madurez poética de Cohen. En el primer tomo de A mil besos… aparecen los versos que escribió en 1956 en su libro Comparemos mitologías y a los 22 años ya era un poeta que entendía las entrañas de la experiencia amatoria y el dolor de la lejanía de una mujer.

Parece que los años se han encargado de expandir el encanto y la seducción de Leonard Cohen, quien siempre supo que el amor era fuego y que a todos nos quema y desfigura, que él es sólo un hombre que navega de cielo en cielo sobre una nave de alas mutiladas, o como dice Alberto Manzano, un “viejo fanfarrón que se ha acostado con todas”. Bien advierten los versos del poema Examen final: “Tengo casi 90 años/ Todos los que conozco están muertos/ menos Leonard/ Aún se le puede ver/ cojeando por su amor”.

Cohen

Tienes los amantes (Fragmento)

La cama, lisa como una oblea de luz,

está en el centro del jardín.

En la cama los amantes, lenta, deliberadamente y en silencio,

realizan el acto de amor.

Sus ojos están cerrados,

tan apretados como si tuvieran pesadas monedas de carne encima.

Los labios magullados con nuevos y viejos magullones,

El pelo y la barba irremediablemente enredados.

Cuando él pone su boca sobre el hombro de ella

ella no está segura si ha sido su hombro

el que ha dado o recibido el beso.

Toda su carne es como una boca.

Él lleva sus dedos por la cintura de ella

y siente su propia cintura acariciada.

Ella lo abraza con fuerza y los brazos de él se ciñen a ella.

Ella besa la mano junto a su boca.

Que sea la mano de él o de ella, apenas importa,

hay muchísimos más besos.

Estás junto a la cama, llorando de felicidad,

con cuidado despegas las sábanas

de los cuerpos en lento movimiento.

Tus ojos están llenos de lágrimas, casi no distingues a los amantes.

Cantas mientras te desnudas, y tu voz es magnífica

porque crees que es la primera voz humana que se oye en la habitación,

La ropa que dejas caer se convierte en viñas.

Subes a la cama y recuperas la carne.

Cierras los ojos como si estuvieran cosidos.

Creas un abrazo y caes dentro de él.

Sólo hay un momento de dolor o duda

cuando te preguntas cuántas multitudes están acostadas junto a tu cuerpo,

pero una boca besa y una mano disipa el momento.

>Poema tomado de La caja de especias de la tierra (1961). Traducción: Alberto Manzano.

 

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Como solíamos abordar El libro de los cambios: 1966

Padre bueno, ya que ahora estoy destrozado, que no soy ningún dirigente del mundo que nace, que no soy ningún santo para los que sufren, ni un cantante, ni un músico, ni el maestro de nada, ni amigo para mis amigos, ni amante para los que me aman
solo me queda la ambición que devora cada
minuto que pasa sin traerme mi insensato triunfo
enséñame ahora, esta noche, a poseer lo que
anhelo, a atrapar, domar, amar y ser amado
por… con la pasión que no puedo ignorar a pesar de tus enseñanzas
concédemela y déjame ser por un momento,
en esta desconcertante y deprimente desgracia, un animal feliz

>Poema tomado deLa energía de los esclavos (1972). Traducción: Alberto Manzano

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*Texto tomado de la página Letras Explícitas