Por Ricardo Muñoz Munguía
Francisco Tario, como salido de entre los muertos, viene a ubicarse frente a su escritorio con paredes de formas barrocas y comienza a dictar lo que en el “otro” mundo ha visto y encontrado, el “otro” mundo que no es otro sino este mismo. La memoria, intacta, igual que se tratara de una película, va cuadro a cuadro. Conforme se avanza en sus relatos, no sólo las imágenes guardamos, como el soldador que fija su mirada en la luz que se emite en su trabajo que queda forzado a continuar viendo esa mancha luminosa por un tiempo más aunque cierre los párpados, lo que traza en sus páginas Tario es una esencia que inquieta por su panorama que se torna insólito, en sus personajes que seguimos escuchando al salir, en las diversas sensaciones que nos traspasa igual que sus fantasmas o su ejército de muerte.
En días pasados, a propósito de la celebración del Día de muertos, visitamos por casualidad un cementerio, es entonces que los pasos de Tario parecían un susurro. Sus relatos ahí, en el panteón, se comprueban en nuestro interior, van más allá del cuadro en el que fueron ubicados.

Francisco Tario
El hacedor de cuentos Francisco Peláez Vega, verdadero nombre de Francisco Tario, nació en la Ciudad de México, en 1911, y falleció en Madrid, España, en 1977, fue un escritor que puso el acento en la fina y perfectamente bien delineada forma de los escenarios y figura de los personajes, por supuesto, sin dejar de lado cada una de sus historias que obligan el gesto del asombro, por decir lo breve. Cierto es que también abordó la novela y el teatro pero en sus relatos cobra mayor presencia, pues su novela Aquí abajo o su volumen de aforismos Equinoccio si bien son parte de su obra, no tienen el sitio que le han dado sus libros de cuentos, entre ellos La noche, Tapioca Inn y Una violeta de más, entre otros. Se dice de Tario que en su juventud fue integrante del equipo Asturias en la posición de portero, que se casó con Carmen Farell, que tocaba excelente el piano y que jamás sus manos se atrevían a sentir metales ni dinero; de su físico: que por ser calvo prefirió afeitarse. También se menciona que nunca recibió premio alguno, beca o reconocimiento; lo que se adjudica a que fue un escritor marginal, por no pertenecer a grupo alguno o corriente literaria. Lo cierto es que Tario es el autor del asombro.


