Por Mariana Bernárdez [1]
Somos como un caballo sin memoria,
somos como un caballo
que no se acuerda ya
de la última valla que ha saltado.
León Felipe
Triste tristura tiñendo tanto hasta convertir el corazón en puño de arenisca, puntal de los dardos que se arrecian en su lanzadera cuando se ha hecho sitial a su alrededor para vencerlo y lograr su dislate. Victoria ínfima que enaltece la nadería de quien, confundiendo la letra, esgrime falsamente la razón de la ley, que ni justa ni en justeza, encuentra la benevolencia que debe imperar para hermanar; equívoco de los tiempos que corren hacia ningún lugar, porque enloquecido el latido poco se mira, y sólo encuentra salvedad en la necesidad de huir —aunque lejos sea una tachadura añeja.
Tal desenfreno amarga la boca porque no rompe atadura alguna ni cura herida escarchada, y resguarda entre sus pliegues el deseo por un poco de sosiego y algo de alegría para que el vivir sea lo que debe de ser, pero huele a vetusta tal avidez; y así, tal querer, deviene en melancolía, y a veces, arrecia hasta alcanzar aquella descrita por su humor negro y su enramada notal que trepa hasta obcecar el aliento.
Y cómo no habría de suceder, cómo, cuando en cada ínfimo segundo se acusa el horror, ¿cómo cerrarle la puerta al desquiciamiento?, ¿o se padece un cierto regusto por la miseria y el holocausto?, y eso, bien lo dicta el pensar, no debe ni puede ser una posibilidad, aceptarlo como vena natural sería tanto como afirmar que la condición humana está de antemano sujeta a la condena y a la desesperación.
Repensar la muerte, entonces, como el último acto de libertad ni siquiera tiene cabida cuando el argumento se deshilvana ante un escenario donde la vida ha sido desvencijada hasta desvanecer su valor; y donde la autoridad inherente a la dignidad humana, se ejerce de rodillas y cara al suelo, mirando cómo su valía ha sido reducida a un puñado de monedas que no le habrán de comprar ni un pedazo de eternidad.
Insomnio. Enojo. Y de forma contundente se deja de lado lo cierto, lo pequeño, lo que da la cara, el redoble que anuncia el engalane de la mesura. La consigna de resistir palidece porque el desvelo deja pasar a los demonios, que sueltos de su rienda, galopan en punto de fuga.
Entonces…, entonces se desliza la ira como bálsamo inmisericorde, lengua en latigazo de fuego… Pintada, no vacía:/ pintada está mi casa/ del color de las grandes / pasiones y desgracias.[2]
Entonces, entonces, no quebrar la esperanza con esas palabras que uno calla, con las que no se dicen por miedo a desconocer aquello que habrán de desatar; por miedo a tocar ese dolor obtuso que delata lo que se niega: la puñalada trapera, la involuntaria tragedia, la torpeza que arroja hacia el conflicto desolador…, ésas, las que no se dejan salir de su cautiverio para que no se abra la grieta del abismo.
A.b.i.s.m.o. La pulsión del abismo. La destrucción de la sílaba. El reverberar de un quejido gutural que invita al viaje por la negrura y su contraparte luminiscente, ¿pudiera hacerse esta travesía sujetándose a una realidad que se desarticula por la inminente disparidad entre lo que se piensa y lo que sucede…? Juego solitario que no se confunde con la intimidad y lo privado, ni con el gozo de perder y ganar seso.
J.u.e.g.o. cuyo resonar provoca el recuerdo de otros momentos, donde entonar la primera casa era asidero y refugio afectivo, donde la miríada de la imagen derrochada en el espejo borró su límite para otorgar la certeza de que aún de lo andado, y la lejanía alcanzada, la llave guardada con tan sumo cuidado, abriría por siempre el cerrojo de la puerta que resguardó el interior durante los tantos años de ausencia.
Siempre cabe la duda, no obstante, de si en la repetición, no se dibuja el infierno terrenal tan sobradamente temido y se reconoce en ello el rostro de lo alguna vez amado. Quizá por eso se conserve la llave y se sueñe con la casa, y se besen los labios, y se beba el agua del pozo, en gesto imposible que acaricia, hasta la exacerbación, la orilla del regreso.
[1] Mariana Bernárdez, poeta y ensayista, www.marianabernardez.com, su libro más reciente es Dolores Castro: crecer entre ruinas. México: FOEM & UAM &Ediciones del Lirio. Col. Ensayo, 2015.
[2] Miguel Hernández. “Canción última”, en http://www.poemas-del-alma.com/miguel-hernandez-cancion-ultima.htm#ixzz4ODiJVQgX, consulta realizada el 24 de octubre del 2016.