Reportea Braulio Peralta

Por Roberto García Bonilla

 

Carlos Monsiváis Aceves es una de las figuras centrales de la cultura mexicana del siglo XX. Nació el 4 de mayo de 1938 y murió el 19 de junio de 2010 en la capital del país: México, Distrito Federal.

Fue cronista de la fatalidad nacional y presagió la transición de las sucesivas crisis económico-políticas del priismo, ejemplificado de modo paradigmático por el “regente de hierro” Ernesto P. Uruchurtu (1906-1997).

Fue vigilante de las buenas conciencias en la región más transparente entre 1952 y 1966 a lo largo de los sexenios de Ruiz Cortines, López Mateos y Díaz Ordaz; a pesar de convivir con fresas, con proletarios; con adinerados e indigentes intelectuales, era “pudoroso en la misma medida que inteligente” para decirlo en palabras del incisivo Emmanuel Carballo (1929-1914) al presentar la autobiografía del autor de Amor perdido (1977) en Empresas Editoriales en 1966.

“Atento a lo que pasa en México —dijo Carballo— y en los demás países, ubicuo ya que está en todas partes y en ninguna (porque siempre tiene prisa de ir de un sitio a otro y a todos lados llega tarde)”.

La avidez, la curiosidad, la memoria prodigiosa y la convicción de que las delimitaciones en las disciplinarias son para las academias, los mediocres, los sabios puntillistas, o para los conformistas, Monsiváis reunía en los miles de textos que escribió un suma de historia, crónica, seguimiento de la historia anónima de la ciudad donde nació.

El reproche

¿Por qué se le reprochó a Monsiváis no haber expresado sus predilecciones sexuales? Las respuestas las encontramos en las entrelíneas de El clóset de cristal del periodista y editor Braulio Peralta (1953); lo cierto es que no se reduce que fue para evitar que lo encasillaran como escritor gay, defensor y protector de su comunidad.

Monsiváis tuvo una preclara inteligencia y supo que en un territorio tan machista, clasista y prejuicioso como el mexicano, cuyas cúpulas académicas e intelectuales son tan sectarias, mostrar esa carta de identidad no elevaba en lo absoluto su integridad personal, intelectual ni de género; en cambio, sí habría procurado que se le cerraran espacios políticos, cenáculos intelectuales, cabida en organizaciones políticas a las cuales fue invitado de manera permanente a lo largo de sus vida.

Esta afirmación podría rebatirse de inmediato si se acepta, como señala Sabina Berman, que el autor de Escenas de pudor y liviandad (1988), era el gay más famoso del México culto. No es menos cierto que él quiso preservar su condición de libre pensador, en esa ambivalencia —aun ante las ostensibles evidencias— que sirve como moneda de cambio —dentro de un ritual que nos obsesiona: de guardar las apariencias—, como pasaporte para la zona de confort de lo políticamente correcto.

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Sus compañeros de ruta

Los horizontes de Monsiváis —activista social desde la adolescencia— eran tan amplios, elevados y múltiples que ser explícito al pronunciar su condición y preferencias sexuales era accesorio; sobre todo para alguien que fue más que una figura pública: terminó por ser una institución en sí mismo —con su propio Estado— dentro de las instituciones culturales y políticas de México.

En El clóset de cristal se respira un impetuoso afán por darle un lugar fundacional al movimiento gay que formó parte de las luchas democráticas y la conciencia de la libertad de expresión más elemental que millones de mexicanos necesitaban.

Peralta sitúa a algunos de los más importantes pioneros del movimiento gay en México como Nancy Cárdenas, Juan Jacobo Hernández, Antonio Cué, José María Covarrubias, Jorge Fichtl, Arturo Vázquez Barrón, Alejandro Reza y Gerardo Lizárraga  —excepcional y privilegiado militante artista (que fuera esposo de Remedios Varo) e histórico combatiente, impulsor de “la salida del clóset” de los homosexuales— recuerda su lucha desde el grupo Lambda.

Punto de referencia

Peralta desliza rasgos del escritor, a quien conoció de cerca; enfatiza que cuanto narra en su texto proviene de cuanto vio y vivió. Estamos ante un híbrido de crónica, reportaje, memoria; islotes de biografía y un delineado autorretrato y recuento de lo que ha significado para el periodista su identidad gay. Y marcha entre la autocrítica, la exaltación no exenta de idealización de su comunidad.

La profusa documentación de El clóset de cristal permitirá a futuros estudiosos tenerlo como referencia, aun punto de partida para una revaloración y reubicación de los movimientos homosexuales que como todas las luchas desde la marginación no están exentas de idealización.

Podemos rescatar entrelíneas la figura de un Monsiváis obstinado, lúcido, pragmático, abrumado por sus inquietudes; indeclinable ante sus convicciones.

Anecdóticamente el texto es revelador porque los diálogos, tras la digresión, se dirigen al recorrido de movimiento gay en México a partir de los sesenta y, en paralelo, la trayectoria militante sui géneris de Monsiváis, además —de manera reveladora— del autoexamen de Peralta en la comunidad gay.

Desafortunada es, eso sí, la cuarta de forros que anuncia un libro chismoso y mórbido… muy lejos de lo que es en realidad El clóset de cristal.

Braulio Peralta, El clóset de cristal, México, Ediciones B, 2016.

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