El Estado contra Chepe Furia

 

Ésta es la historia de un pandillero veterano de la Mara Salvatrucha, de un hombre que ocupó los códigos de la pandilla para crear su ejército personal. Un veterano de la pandilla incluida en la lista negra del Departamento del Tesoro de Estados Unidos. Un hombre al que las autoridades salvadoreñas, que gustan de utilizar el término despectivo marero, le llaman mafioso, cerebro, intelectual, don José. Pero, sobre todo, éstas son las huellas que dejó un criminal que a paso firme seguía su ruta de penetración del Estado, que muchas veces fue su cómplice más cercano. Para ganarle la batalla a Chepe Furia, el Estado tuvo que luchar contra sí mismo en varias ocasiones.

El inspector jefe de la oficina de investigadores policiales de El Refugio recibió una orden judicial a principios de marzo de 2011: debía capturar a José Antonio Terán, mejor conocido como Chepe Furia. El inspector sintió rabia, y para sus adentros dijo: “No me jodan”.

El inspector había llegado un año antes a Ahuachapán, uno de los departamentos de El Salvador que hacen frontera con Guatemala, y al que pertenece El Refugio. El inspector es un zorro viejo de la policía, con casi 20 años de servicio, un ex agente del Centro de Inteligencia Policial y de la Inteligencia Penitenciaria, a quien le cuesta muy poco crear redes de informantes de calle que le indiquen quién es quién. El inspector tiene un especial interés en los pandilleros de la Mara Salvatrucha (MS). Quizá porque en los casi dos años que pasó indagando el liderazgo de los pandilleros presos, escuchando en secreto sus conversaciones y convenciendo a soplones, se dio cuenta de que esa pandilla era más organizada y con líderes más complejos que su rival, la Barrio 18.

El inspector tiene una fijación con saber cómo son sus perseguidos, verles la cara, tomarles fotografías y hacer cuadros con ellas. Fotografías unidas unas a otras con líneas dibujadas en la vieja computadora de escritorio de la oficina de El Refugio. Rostros encuadrados y alineados en subgrupos, unos bajo otros. Los subgrupos de arriba, con menos fotografías que los demás, van acompañados de palabras como “líder”, “palabrero”, “ranflero”, “fundador”. El inspector no soporta que sus mapas estén incompletos. Odia que a sus rompecabezas les falte una fotografía.

Es justo por eso, por sus rompecabezas de estructuras criminales, que el hombre al que le pedían capturar no le era para nada desconocido. José Antonio Terán, Chepe Furia, un hombre de 46 años con rostro de indio apache, era una de sus fotografías más recurrentes desde que empezó a trazar el rompecabezas más importante para él, el de la estructura de la clica Hollywood Locos Salvatrucha, de la MS. Arriba, en ese gran cuadro, aparecía el rostro de Chepe Furia a la par de las palabras “líder” y “veterano”.

La clica Hollywood es una de las más reputadas dentro de la MS. Fundada en Los Ángeles, cerca del McArthur Park,a principios de los ochenta, es la clica en la que inició el ahora líder nacional de la ms en todo El Salvador, Borromeo Henríquez, el Diablito de Hollywood.

El inspector siempre supo que no lidiaba con un pandillero cualquiera. Chepe Furia no era un gatillero, un soldado ni uno de esos que tanto abundan en sus cuadros: jovencitos aún sin rastro de pelo en la cara que ya llevan más de un homicidio en su cuenta. De hecho, la razón de que el inspector y su equipo estuvieran en El Refugio era justamente el hombre al que le pedían capturar. El inspector creyó que saliendo de la ciudad vecina de Atiquizaya y retirándose hacia el rural municipio de El Refugio lograría librarse de los colaboradores que Chepe Furia tenía dentro de las oficinas policiales de Atiquizaya.

Por eso rabió cuando recibió la orden de capturarlo. “No me jodan.” No entendía cómo era posible que por segunda vez el mismo juez, Tomás Salinas, un hombre pequeño y ordenado que habla con extrema amabilidad y términos jurídicos, hubiera sacado de prisión a Chepe Furia. Cómo era posible que ese juez especializado en crimen organizado creyera de nuevo que Chepe Furia, el rey de espadas de su baraja de fotos, no iba a escapar si le permitían entregar 25 000 dólares de fianza e irse a casa hasta que fuera convocado para continuar con su juicio por asociaciones ilícitas en una organización asesina. El inspector no podía creer que de nuevo le pidieran capturar al pandillero que había matado a un testigo protegido por la fiscalía, infiltrado la policía del departamento, conseguido cartas de buen comportamiento de la alcaldesa de Atiquizaya y que había sido mencionado por el ex ministro de Seguridad y Justicia de este gobierno, Manuel Melgar, como uno de los líderes de la ms que habían trascendido el papel de pandillero, que eran mejor descritos bajo el adjetivo de mafiosos. “No me jodan”, pensó el inspector.

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El Niño de Hollywood

En una colonia pobre de las afueras de Atiquizaya, a principios de 2010, un muchacho de 27 años fuma su quinta piedra de crack de espaldas a la puerta de su casa. La puerta de la casa se cierra con un pasador metálico, pero esta vez no lo tiene puesto. El muchacho inhala una bocanada grande. De repente, escucha el chirrido de la puerta al abrirse. Retiene el humo. Escucha el clac de una pistola. El muchacho encaja cinco dedos en la .40 que tiene en un muslo y cinco dedos en la 0.357 que tiene en el otro.

—Ey, calmate, ya te vi que estás armado.

El muchacho reconoce la voz pausada que le habla. Es el cabo Pozo, de la oficina de investigadores de El Refugio.

—Y estoy bien fumado también —agrega el muchacho.

—Sólo hablar quiero.

—Estoy bien prendido en piedra.

—¡Hijueputa! ¿Y creés que podemos hablar?

El cabo Pozo retiene la respiración y decide jugársela. No dispara cuando ve que el muchacho se levanta de la silla y se voltea hacia él con las dos pistolas en las manos. El muchacho, sin retirar la vista de los ojos del cabo Pozo, camina hacia afuera de la casa. Sin soltar sus armas se sube a la cama del pick up del cabo y le dice: “Vamos”. El cabo guarda su arma y, con el corazón en la mano, conduce por calles poco transitadas con rumbo a la oficina de investigadores, y con un sicario de la clica Hollywood Locos Salvatrucha armado a sus espaldas.

El cabo Pozo acaba de conseguir por fin que un alto mando de la clica formada por Chepe Furia acepte iniciar conversaciones con la policía para convertirse en testigo protegido.

El muchacho es conocido como el Niño, fue un sicario certero de la ms e incluso llegó a tener la tercera palabra de mando en la clica de Atiquizaya. Habrá quien piense que develando su taca o apodo se pone en riesgo al muchacho. Quien crea eso menosprecia la inteligencia de un grupo criminal como la MS, y sobre todo el poder de infiltración de Chepe Furia y la incapacidad de resguardo del Estado. El Niño ha recibido llamadas de los líderes de la pandilla en el penal de Ciudad Barrios, donde sólo hay recluidos pandilleros de la ms, en las que le han asegurado que ahora o después va a terminar muerto. “Con olor a pino vas a salir de ahí”, le dijeron por teléfono en referencia a un ataúd. “Aquí no los hacen de pino, los hacen de conacaste y de mango”, les contestó el Niño.

No era la primera vez que los investigadores del inspector jefe de El Refugio —que pidió no publicar su nombre, por eso de que su familia tiene su mismo apellido y vive cerca de donde él opera— intentaban que el muchacho colaborara. El inspector es experto en sembrar cizaña y recoger testigos protegidos. No pocas veces ha amenazado a pandilleros con dejarlos en territorio enemigo para comprobar que, como dicen, no pertenecen a ninguna pandilla. En alguna ocasión los ha filmado con su teléfono negando su pertenencia a la ms o sollozando en momentos de debilidad durante los interrogatorios.

Gracias a sus habilidades de inteligencia logró en sólo un año completar su rompecabezas de rostros de la clica. Desde entonces, finales de 2009, se dedicó a tocar a uno y otro para conseguir a su traidor. Sin embargo, fue hasta que sospecharon que el Niño tuvo participación en el asesinato de una muchacha de 15 años cuando empezaron a tocar a un pandillero cercano al veterano Chepe Furia. El detective le pidió al cabo Pozo que llegara hasta las últimas con secuencias para conseguir que ese muchacho hablara. La oferta del cabo al Niño fue muy concreta: “O vos hablás sobre ellos o vos cargás con sus muertos”.

Ahora, el Niño habita un pequeño solar cerca de la delegación de investigadores que lo convirtió en delator, y desde hace más de un año es el testigo clave en el caso contra 42 pandilleros de la clica que fundó Chepe Furia. Gracias a más de 20 horas de conversación en cerca de 15 visitas que he realizado a su solar durante dos años, he entendido que más que un testigo, el Niño es la memoria viva de cómo se creó una clica, de cómo unos niños pobres de 13 años que ya guerreaban como miembros de pequeñas pandillas de barrio se convirtieron en los primeros pandilleros de una poderosa clica. La historia de cómo un hombre que bajó de Los Ángeles, California, le cambió la vida a esos niños y a los municipios donde nacieron. Ese hombre es Chepe Furia.

Maras

 

>Adelanto del libro “Una historia de violencia”, de Óscar Martínez (Debate, 2016). Agradecemos a la editorial por las facilidades otorgadas para su publicación.