Juan Antonio Rosado

Al ojear viejas teorías, viejos modos de contemplar algún fenómeno cultural, podemos hallar asuntos que siguen embonando, de una forma u otra, en nuestra realidad presente. Para referirme sólo al fenómeno literario, al hurgar en lo que el preceptista español del siglo XVIII José Gómez Hermosilla estableció sobre los conceptos de “bueno” o “bello” aplicados a una obra, ya sea en las ideas o en la forma de ordenarlas o expresarlas, encuentro con que este autor afirma que puede hacerse conforme a tres principios: 1) conforme a la misma naturaleza del habla; 2) conforme a nuestras propias potencias intelectuales, y 3) conforme a las mismas cosas o temas de que trata la obra. Creo que los tres valen para nuestro momento actual.

Interpreto el primer principio como el hecho de que nuestra lengua tiene alcances y limitaciones. No hay lengua perfecta y no debemos salir de los límites de la nuestra tanto como a veces quisiéramos. Tal vez resulte imposible expresar algo por las limitaciones del idioma. Dos ejemplos: en otras lenguas, cada tonalidad del verde es un color distinto, y los inuit tienen decenas de palabras para designar lo que nosotros designamos con una: “nieve”. Cada lengua tiene alcances y limitaciones, y el escritor debe empezar por adentrarse en su idioma, que constituye la auténtica materia prima que moldeará. Conocer los alcances y límites de nuestra lengua nos da mayor libertad de acción y herramientas para resolver con facilidad los problemas de expresión.

El segundo principio es conforme a nuestras propias potencias intelectuales. Se refiere a las capacidades individuales, a nuestra propia competencia cultural. Así como nuestra lengua tiene sus límites, cada escritor también tiene los suyos. No hay lengua perfecta, pero tampoco escritor “perfecto”. Es importante conocer nuestros límites y experimentar hasta lograr lo deseado. Por ello se debe escribir de aquello que se sabe, si se desea hacerlo bien. El verdadero sabio es quien conoce sus límites y no quien sabe “más”. Estoy convencido de que los temas nos persiguen, y no nosotros a ellos. También es posible investigar mucho sobre algo que ignoramos, pero si lo hacemos es porque ese algo nos persigue y nos interesa por cualquier motivo.

escritura

El tercer principio es conforme a las mismas cosas o temas de que trata la obra. Aquí ya no hablamos de límites y posibilidades de nuestra lengua, ni de los nuestros, sino de los límites y posibilidades del mismo tema o asunto que deseamos tratar y de cómo hacerlo. No puede decirse todo sobre un asunto. Esa una ingenuidad de novatos. Se debe seleccionar adecuadamente los elementos que interferirán en la obra, a la que hay que darle lo que necesita: ni más ni menos.

Acatar estos principios es también saber que la forma, el estilo como técnica o procedimiento (y no como reflejo del temperamento) debe acatar el tema que tratemos. No es al revés. No debe intentarse adecuar el tema a la forma. Se debe adecuar la forma al tema porque la forma es el vehículo para transmitirlo y nunca un fin en sí mismo. La forma es un medio. Los malos escritores, los que nada tienen que decir suelen ser pura forma; producen un lenguaje vacío de emoción, contenido, imagen, intensidad… Puro experimento hueco y ornamentación tediosa. Así la escritura se torna amanerada, efectista, hipertrofiada, inverosímil, afectada o caricaturesca sin querer serlo deliberadamente. Se debe tener conciencia de la forma, pero no someterlo todo a ella. Una forma adecuada producirá mayor efecto, intensidad y profundidad en todos los sentidos.