A trompicones Estados Unidos

POR BERNARDO GONZALEZ SOLANO

Allá por 1606, el célebre dramaturgo inglés William Shakespeare presentó una de sus más famosas piezas teatrales escrita en prosa y en verso: La verdadera crónica de la vida y muerte del rey Lear y de sus tres hijas, mejor conocida simplemente como El rey Lear. Como solía hacer el bardo de Stradford-upon-Avon en sus obras, en esta también incluye una frase que es eterna: “La plaga de estos tiempos en los que los locos guían a los ciegos”. Si Shakespeare hubiera vivido en los días que corren, hubiera descrito como nadie la campaña electoral de los candidatos presidenciales de Estados Unidos de América. Como nunca, hubo momentos en esa campaña que parecía una competencia de locos. Los tiempos y la condición humana no han variado mucho. Hace 410 años y ahora.

Por fin, llega el término de la contienda por la titularidad del Poder Ejecutivo de la Unión Americana. En dos días más se despejará la incógnita y todo mundo conocerá al candidato triunfador (demócrata o republicano), que será el cuadragésimo quinto presidente de EUA, que sustituirá a Barack Hussein Obama, el primer afroamericano en ocupar la residencial Casa Blanca en Washington,D.C. No hay de otra: Hillary Rodham Clinton, de 69 años de edad, o Donald Trump, de setenta.

Al momento de escribir este reportaje la ex primera dama, esposa del ex presidente Bill Clinton, empezaba a dar por ganada la presidencia. Las encuestas dixit, por lo que hay que irse con tiento. Nada de celebraciones anticipadas, pues las encuestadoras no tienen palabra de honor y en los últimos tiempos han fracasado miserablemente, en Inglaterra, con el Brexit, y en Colombia con el referéndum por el que se legitimarían los acuerdos de paz con las FARC después de medio siglo de guerra civil. Dos semanas antes del martes 8 de noviembre, Hillary iba a la cabeza en los estados claves de la elección, aunque la duda que ensombrece su posible victoria sería “una sorpresa catastrófica” del estrafalario magnate racista, machista y depravado sexual que ha logrado concitar tanta simpatía entre los sectores menos favorecidos de la sociedad estadounidense, cargados de resentimientos de todo tipo contra el establishment y el sueño americano. Por eso no se descarta a Trump –a veces el voto es impredecible–, pero hay elementos que señalan que Hillary apunta más allá de la Casa Blanca.

Clinton TrumpA pocos días de la fecha límite, el objetivo de la ex senadora por Nueva York es tratar de obtener el máximo poder posible en el Congreso (Representantes y Senadores) para que, en caso dado, poder gobernar sin la oposición del Legislativo. Caso contrario, el gobierno se vuelve muy difícil para el inquilino de la residencia presidencial. Obama podrá contar mucho por esta falta de mayoría parlamentaria.

Así se las gastan del otro lado del Río Bravo, nuestra “border” norteña. Cuestión de pesos y sobrepesos políticos dispuestos por los Padres Fundadores de la Unión. En 48 horas todo el planeta sabrá la verdad. Alea jacta est, dijo Julio César al cruzar el Rubicón. Trump sería la peor maldición, nacional e internacionalmente. En su afán propagandístico, al magnate no le importó tratar de desprestigiar el sistema democrático estadounidense. Habló de un fraude electoral sin presentar una sola prueba, así como acusó a la señora Clinton de delitos y hasta de consumir drogas sin probarlo también.

Para la abanderada demócrata es vital no sólo lograr la presidencia, sino alcanzar la mayoría en el Congreso, especialmente en el Senado. Los demócratas necesitan 4 escaños para recuperar la mayoría. Las 30 curules que les faltan en la Cámara de Representantes  para aprobar leyes y nombramientos no será nada fácil ganarlas, pero sí pueden reducir la diferencia para igualar fuerzas.

Hillary necesita emparejarse en la Cámara Baja, de otra forma su hipotético gobierno sería un suplicio: la reforma migratoria, los problemas de educación y salud, y muchos otros quedarían en el aire. El caso de Barack Obama es ejemplo de lo que sucede cuando  el Partido Republicano con vocación de boicoteador echa abajo las iniciativas presidenciales.

En muchos sentidos la campaña presidencial de 2016 ha sido inédita. Trump la emporcó. Aunque muchos sectores se dejaron atrapar por la música del flautista de Hamelin republicano, otros tantos quedaron asqueados de las “Nasty Women” y los “Bad hombres”. “Nasty” no es una palabra fácil de traducir por sus variados matices. Significa “asquerosa”, “despreciable” o “sucia”, incluso en el original inglés tiene múltiples acepciones, ninguna positiva. Trump la usó para atacar a Hillary en el último debate por TV entre los candidatos y al día siguiente en una gala benéfica en Nueva York. Esa palabra y los “Bad (malos) hombres” se le revertieron a Trump. Miles y miles de mujeres la asumieron. La bandera del “Nasty Women” la ondearon orgullosamente en las redes sociales y hasta en el mundo analógico.

PERFILComo sea, Trump, que ha roto tantas reglas no escritas en la política de EUA, semanas antes de los comicios se aventuró en terreno desconocido. El magnate bocón afirmó que “habrá un fraude electoral masivo para hurtarme la victoria”. El infundio, reprobado por varios líderes republicanos, cuestiona algunos de los más preciados fundamentos de la democracia del Tío Sam: las elecciones libres y el traspaso sin incidentes del poder. Sin embargo, un 41% de votantes republicanos cree que podría haber fraude en favor de la candidata demócrata. Esa mentira, podría empañar la democracia de EUA.

Decir: “reconoceré el resultado de las elecciones siempre y cuando gane yo”, es más que una bravucona bufonada, es una canallada. Las palabras de Trump recuerdan el libro de Lillian Hellman, Tiempo de canallas donde cuenta las mentiras del poder en la era del senador McCarthy, el inquisidor anticomunista que destruyó muchas vidas de gente liberal, como el compañero de la escritora, el también novelista Dashiell Hammet.

La teoría conspirativa de Donald implicaría que los republicanos participarían en un fraude en contra de su candidato y a favor de Clinton. La huída hacia adelante del abanderado “republicano” (a la fuerza) vulnera todos los manuales de la política electoral estadounidense y siembra la desconfianza para futuras elecciones, que es lo peor. Sin duda, Donald Trump es un mal bicho. Así se vio desde que en junio de 2015 presentó su candidatura sin que en aquel momento nadie apostara por él. Lo malo es que sus contrincantes (16), dejaron que los apabullara.

Por fortuna, la historia cuenta otros ejemplos. “Héroes y filósofos, hombres valientes y viles, desde Roma y Atenas han intentado…que el traspaso de poder funcione de forma efectiva. Ningún pueblo ha tenido más éxito en ello…que el americano”, escribió hace más de medio siglo , Theodore White, el gran cronista de la campaña de 1960, que llevó a John Fitzgerald Kennedy al poder. Kennedy venció por poco más de 100,000 votos al republicano Richard Milhous Nixon, que aceptó la derrota.

 ¿Qué sociedad está generando esos discursos?

Ahora, Donald Trump, candidato del Grand Old Party (el Republicano), el partido de Abraham Lincoln, Ronald Reagan y los Bush (el senior y el junior), pone en tela de juicio la idea de EUA como un país excepcional y democracia modélica para todo el mundo. El magnate bocazas convirtió en papel mojado esta tradición secular: ¿por desesperación? Ante su probable derrota, ¿por bravucón impenitente?, o ¿por bromista de pésimo gusto? No es posible saberlo con certeza.

El hecho es que no sabe, a ciencia cierta, qué hará si pierde. Si se resiste a aceptar la derrota esto pondría en jaque toda una tradición, una sana costumbre de más de dos siglos, interrumpida tan solo por la Guerra Civil. De acuerdo a esta tradición, el perdedor de las elecciones acepta la derrota y promete su lealtad al vencedor, y el presidente saliente facilita la transición y la continuidad del Estado en el tiempo de potencial vacío de poder entre una Administración y otra.

Y el impúdico republicano, sin presentar una sola prueba de que se preparara un fraude electoral, dijo al moderador de FOX News, Chris Wallace, en el último debate por televisión con su adversaria demócrata, que le preguntó si aceptaría el resultado: “Cuando llegue el momento lo miraré. Lo veré en su momento. Voy a mantenerlo en suspenso”.

La verdad, así estamos, en suspenso hasta el cierre de los comicios el martes 8 de noviembre.

Otro caso, el senador republicano John McCain, candidato en las elecciones de 2008, al conocer su derrota dijo: “No me gustó el resultado de las elecciones, pero mi deber era admitirlo y lo hice sin reticencias. Una concesión no es solo un ejercicio de cortesía. Es un acto de respeto a la voluntad del pueblo americano, un respeto que es la primera responsabilidad de todo líder americano”. Trump, ni es cortés ni lo cree así.

Por último, hay que recordar el resultado de los comicios del año 2000, cuando el demócrata Al Gore cuestionó el resultado favorable al republicano George W. Bush. La apelación llegó al Tribunal Supremo. Al final, Gore admitió la victoria de Bush hijo.

¿Quién obtendrá los 270 votos de los 583 que conforman el Colegio Electoral que elige al próximo presidente de EUA? El 45º mandatario de la Unión Americana se conocerá por la noche del martes 8 de noviembre próximo.

Alea jacta est. VALE.