Dejemos de compararlos con nosotros
René Anaya
Ahora más que nunca pareciera cierto que no somos ni los reyes de la creación ni mucho menos los seres más inteligentes del planeta, porque si lo fuéramos no hubiese resultado electo Donald Trump como presidente de Estados Unidos.
Pero al margen de los análisis y explicaciones sociopolíticas de esa desafortunada y lamentable elección, la ciencia ha demostrado —por lo menos—, que no es posible comparar nuestra inteligencia con las capacidades y propiedades que tienen otras especies.
Las diferentes inteligencias
En contra de las creencias religiosas, de los dogmatismos fundamentalistas y del trasnochado destino manifiesto (tan amenazantes en estos días de trumpicones), el ser humano no es el más conspicuo miembro del ecosistema terrestre, como ya lo habían demostrado los biólogos evolucionistas desde el siglo pasado.
En las recientes décadas los etólogos, especialistas que estudian el comportamiento de los animales en su medio natural, han confirmado con sus trabajos que otras especies también tienen capacidades y habilidades que se pueden catalogar como propias de un ser inteligente.
Para comparar nuestra inteligencia con la de otros animales se requiere una definición. De una manera general se considera la inteligencia como la capacidad de elegir entre varias posibilidades la más acertada para resolver un problema o, más sencillo: la capacidad de resolver problemas.
De esta forma, se podría observar cómo enfrentan dificultades los perros, gatos, chimpancés, delfines y animales de otras clases del reino animal. Pero aun así, la definición se presta a subjetividades, por lo que Justin Gregg, autor del libro Are Dolphins Really Smart? The mammal behind the myth (¿Los delfines son realmente inteligentes? El mamífero detrás del mito) ha propuesto otros criterios que sí son mensurables.
Gregg estudia los procesos relacionados con la cognición, como percepción, memoria, atención, aprendizaje, razonamiento, comunicación y toma de decisiones, los cuales pueden medirse científicamente. Por ejemplo, se puede estudiar cuáles son los rasgos visuales del rostro de una oveja que se requieren para que otra pueda identificarla.
Estudios semejantes han realizado los etólogos sin partir del criterio antropocentrista de que inteligencia es todo lo que se parezca a nuestro concepto de un ser inteligente. Así, se han abandonado los estudios que descalificaban a los animales que no entienden nuestras órdenes o que no logran salir airosos de pruebas que resuelven satisfactoriamente niños de cinco años.
La inteligencia en el reino animal
A partir de estos planteamientos se comprende que los diferentes animales utilizan su inteligencia para resolver problemas específicos, que no son necesariamente iguales que los nuestros. Debemos dejar de compararlos con nosotros y valorar sus capacidades y habilidades en su medio ambiente, en el que son más capaces o inteligentes que nosotros.
Frans de Waal, etólogo y primatólogo holandés, autor del libro Are We Smart Enough to Know How Smart Animals Are? (“¿Somos lo suficientemente inteligentes para percibir la inteligencia animal?”), editado por W. W. Norton & Company, ha ejemplificado al respecto: “¿Cómo podemos comparar la inteligencia humana con la de un pulpo, que tiene un sistema nervioso distribuido en todo el cuerpo? El pulpo tiene un cerebro grande y también millones de concentraciones de neuronas en todos sus brazos. Probablemente percibe colores a través de células especiales en sus brazos, así que «piensa» y «ve» con todo su cuerpo. ¿De qué sirve compararnos con delfines, murciélagos u otros animales con entornos y necesidades diferentes?”, según declaraciones hechas a la BBC.
Otro tipo de comparación que lleva a conclusiones erróneas es la prueba de permanencia del objeto, que consiste en comprender que las cosas existen aunque estén fuera de nuestra vista, lo cual entiende un niño a los dos años. Si a los perros se les hace una prueba (se les muestra una pelota y luego se tapa con una cobija), aparentemente no se dan cuenta de que está oculta, algo semejante ocurre con los delfines, solo que la pelota se oculta bajo la arena. Por lo tanto se podría decir que su inteligencia es menor a la de un niño de dos años.
Sin embargo, hay otra interpretación, los perros se guían por el olfato, por lo que aunque no la vean saben que allí está; los delfines, por su parte, utilizan la ecolocación por lo que también saben que la pelota está oculta bajo la arena. Como esta prueba hay muchas otras que requieren una interpretación más cuidadosa.
Ahora se conoce que muchos animales construyen herramientas, cooperan, planean, transmiten sus conocimientos, consuelan a sus congéneres, en fin, que algunas especies tienen rasgos incipientes de lo que nosotros conocemos como cultura. Así que la inteligencia, si bien a veces se ausenta del ser humano, siempre está presente en el reino animal.
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f/René Anaya Periodista Científico

