El Estado de México es un verdadero peligro para las mujeres: ocupa el primer lugar de feminicidios a nivel nacional. La entidad donde gobernaron Alfredo Baranda García, Mario Ramón Beteta, Ignacio Pichardo Pegaza, Emilio Chuayffet Chemor y César Camacho encabezó la lista, durante 13 años, en defunciones femeninas con presunción de homicidio. Por otro lado, no es casualidad que Ecatepec sea considerado el peor municipio para vivir: es la ciudad que registra más feminicidios: 60, le sigue Ciudad Juárez, Chihuahua, con 59 y Acapulco, Guerrero con 51. El terrible asesinato de Jessica Lucero Olvera Pérez es una claro ejemplo de que el Estado de México es un estado sin ley.
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Jessica Lucero tenía 14 años cuando desapareció afuera de su casa. Ese día pidió permiso a su madre, Cruz Pérez Moreno, para salir con su novio a comer unos tacos. Siempre lo esperaba en la puerta porque le daba miedo salir sola. Semanas atrás recibió amenazas de muerte por parte de su vecino Carlos San Juan García, alias el Kiko, quien abusó de ella. El Kiko le advirtió: “si denuncias, te trueno”.
Desde que fue violada, Jessica Lucero ya no fue la misma. No quería hablar con nadie, se encerraba en su cuarto, no quería comer, estaba muy irritable, peleaba y dormía mucho. “Cambió su carácter, después de ser la más alegre que hemos conocido, se volvió muy aislada”, cuenta la señora Cruz.
Era viernes por la noche, Cruz y Julio, padres de Jessica Lucero, comenzaron a preocuparse al ver que su hija no se comunicaba con ellos. Su madre salió para ver si la veía, desde ese momento no supieron nada de aquella chica alegre. Le marcaron muchas veces y nada. En un principio entraba la llamada, pero después el teléfono se encontraba apagado. Durante las horas que no localizaron a la jovencita, Cruz pensaba que su violador estaba cumpliendo su amenaza.
Cruz buscó a Jessica Lucero junto con su novio, tomaron un taxi en búsqueda de la menor. El taxista los llevó a recorrer diversos lugares y, al percatarse que buscaban a una joven, comentó que por la mañana se había enterado por medio de una clienta que habían encontrado a una muchachita en un terreno baldío de la colonia El Parque. Cruz estaba tan alterada que descartó que fuera su hija.
A la media noche del sábado, la madre de Jessy, como le decían de cariño, recordó las palabras de aquel taxista y lo ligó con las amenazas de muerte que tenía por parte de el Kiko. Irremediablemente surgió una corazonada de que a su hija le había pasado algo grave. Su esposo Julio y ella se dirigieron al Ministerio Público (MP) para solicitar ayuda.
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En la colonia El Parque se localiza un extenso lote baldío lleno de basura, con ramas que no han sido cortadas por años, lo cual impide la visibilidad para caminar. Al llegar al lugar, un par de perros rabiosos están dispuestos atacar, pero afortunadamente están encadenados. Un camino angosto de tierra y piedras es el inicio de minutos de tensión, el sol pega a lo máximo y se escuchan sonidos de insectos.
Poco a poco el miedo domina el ambiente, cada vez se vuelve más difícil caminar, mirar hacia enfrente. Después de diez minutos de transitar por la maleza, se levanta una cruz de color blanco que está en la parte trasera de una casa y escondida entre la hierba seca. Es el lugar en donde el Salitre y el Maseca, amigos de la infancia de Jessy, abusaron de ella, la golpearon, la intentaron asfixiar y le azotaron un bloque de piedra sobre la nuca. Una vez muerta, la violaron nuevamente.
En la cruz se lee: “Jessy tú te has ido pero nos has dejado recuerdos muy grandes. Nena te tendremos siempre presente con esa sonrisa que en su momento nos diste. Recuerda que las hadas están en el cielo en donde ahorita te encuentras tú y siempre vivirás en nuestros corazones”.
Con una foto del rostro de Jessica entre los brazos, Cruz relata que fue en el MP en donde reconocieron el cuerpo de su hija, el mismo que había visto aquella mujer cuando se dirigía a la lechería. “Mi esposo fue quien entró a identificarla, yo no puede ingresar”.
Al ver el rostro de su marido, Cruz supo que su hija se encontraba en ese lugar frío y tétrico. Por las condiciones físicas y psicológicas le prohibieron el acceso a la señora de 39 años, y únicamente le mostraron, a través de una computadora, la ropa de la joven, así como algunas cicatrices, lunares y señas particulares que tenía la menor.
“La vieron como mujer”, fueron las palabras que la MP, encargada del caso, le dijo a Cruz una vez que comenzaron las investigaciones. A partir de ese momento, Cruz perdió la noción de las horas y los días. “No te puedo decir cómo fue velar a mi hija, cómo fue enterrar a mi hija, cómo fue el primer juicio del asesinato porque mi mente se borró por completo”. Cruz o Patricia, como le gusta que le digan, ha estado con diversos psicólogos y tanatólogos tratando de superar el duelo. Uno de los homicidas se encuentra en el Reclusorio de Chiconautla, cumpliendo una sentencia de 55 años.
Para que el asesino llegara a estar tras las rejas, los familiares de Jessica Lucero tuvieron que cerrar avenidas, realizar marchas y hacer “escándalo” a través de los medios de comunicación para llamar la atención de las autoridades y hacer presión sobre el caso. “La búsqueda siempre ha sido para la justicia de mi hija, las trabas fueron esas, nosotros venimos de un lugar en donde los recursos no son suficientes para pagar un buen licenciado o tener conocidos en el gobierno”.
Las autoridades hicieron llorar a Cruz, le reprocharon no haber cuidado a su hija. Meses antes de ser violada, Jessica Lucero estuvo en rehabilitación, por lo que un Policía Ministerial cuestionó a Cruz si sabía de los antecedentes de droga de la menor y si esa no era la razón por la que su hija se encontraba muerta. “Nada justifica que mi hija haya pasado por una violencia extrema”, replicó.
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Jessy era la menor de la familia Olvera Pérez. Su hermano José, de 20 años, quien sufre de epilepsia, la recuerda como su “mamá chiquita”, ya que lo cuidaba cuando la señora Cruz salía a vender zapatos de catálogo o productos de belleza para ayudar a Julio, quien es checador de una línea de camiones urbanos y su sueldo de mil ochocientos pesos mensuales no alcanza para mantener a la familia.
El pasado 11 de septiembre Jessy hubiera cumplido 15 años, pero no quería fiesta sino una laptop, que le pintaran su cuarto de morado, su color favorito, con estrellitas negras y que la dejaran irse con sus amigos todo un día al cine.
Meses antes de su asesinato, la Nena, como también le decían, había tomado la decisión de dejar la secundaria “Forjadores de la Nación”, ubicada en Almarcingo Sur, Ecatepec de Morelos. Sus padres veían que no le echaba ganas, ya no le llamaba la atención acudir a clases. La jovencita les dijo que los estaba haciendo “gastar de más”. La menor se quedó en segundo grado y se puso a vender ropa, “bien contenta que estaba porque le daban su dinerito”, revela su madre.
No obstante, y a pesar de que no le gustaba la escuela, la Nena se había inscrito en el Instituto Nacional para la Educación de los Adultos (INEA) en modalidad abierta, al que ingresaría al cumplir sus 15 años.
El 13 de julio de 2012, fecha en que Jessica Lucero desapareció, portaba uno tenis blancos, regalo de sus padres. “Mi esposo, me dio para que pasara a comprar sus Converse y se puso muy contenta porque le encantaban esos tenis, de hecho fue con los últimos que se fue”.
El último recuerdo que Cruz tiene de su hija fue cuando Jessy le marcó para decirle que haría mole, el platillo favorito de las dos. Con voz entrecortada menciona que no quería tirar la cazuela en donde su hija había hecho el platillo.
A Jessy le gustaba escuchar a la Sonora Santanera, le encantaba la música de “viejitos”, leía libros de medicina, iba al Deportivo “Siervo de la Nación” a contemplar a los pájaros, a las plantas y observar a la gente; le gustaba estar solita, le decía ella “estar meditando”.
“A veces siento que no vivo, porque me ha tocado caer en depresiones tan fuertes que incluso no quiero salir de casa, ni pararme, ni nada, pero también soy consiente que es algo que ella me dejó de enseñanza, que aunque esté triste, hay cosas por las que tienes que vivir, por las que tienes que seguir adelante”, cuenta la señora Cruz.
Reencarnar en una pantera negra y ser enterrada junto con su osito de peluche -en el cual guardaba sus más grandes cartas de amor-, eran los anhelos de Jessica Lucero. Aquellos que se harían realidad una vez que hubiera cumplido con su ciclo en la tierra, después de haber ido al cine con sus amigos por un día, después de haber viajado a Nueva York y ser maestra de niños. Sin embargo, su gran infortunio fue crecer y ser mujer en la colonia Xalostoc, Tulpetlac, en Ecatepec.
Uno de los peores lugares para la mujer mexicana, en este momento, es el transporte público mexiquense, donde se ha asumido como normal el hecho de que se les hostigue, manosee y ataque. Las mujeres que son atacadas sexualmente y van al MP son revictimizadas, se les trata de una manera indecente.
Humberto Padgett / Periodista
“Lo primero es entender que la violencia contra las mujeres no es natural, tenemos que cambiar una conducta hacia la mujer, pero también las instituciones del Estado deben mirar a las mujeres como sujetas de derecho”.
María de la Luz Estrada / Coordinadora del Observatorio Ciudadano Nacional de Feminicidio: