Castigas miradas lascivas

Por Humberto Musacchio

 

En México, donde el Poder Legislativo se caracteriza por su voracidad, no por su eficacia, se ha hecho costumbre legislar acerca de todo, especialmente de lo que ya está sobradamente legislado. Un buen ejemplo lo ofrece el intento de las senadoras perredistas Dolores Padierna y Angélica de la Peña de penar legalmente el acoso sexual callejero.

Al respecto existen numerosos ordenamientos para castigar a los patanes que se atreven a tocar a las mujeres en partes nobles (así le dicen a las zonas consideradas erógenas), a quienes las agreden verbalmente, a los que las besan contra su voluntad o a los idiotas que se atreven a levantarles la falda o despojarlas de su ropa, como cierto enfermo que hace meses lo hacía en la colonia Condesa.

Lamentablemente, lo común es que las mujeres que son objeto de abusos sexuales prefieran no denunciarlo, porque entonces tienen que pasar por un calvario en donde el agente del ministerio público, para empezar, pone en duda que esté ante un delito. Si acepta el caso, somete a la agredida a un interrogatorio salaz que constituye una nueva agresión. A eso hay que agregar la inevitable revisión médica, que frecuentemente incluye nuevos manoseos del galeno o carnicero encargado del asunto y, por supuesto, debe considerarse que la mujer agraviada debe pasar muchas horas en el penoso trámite, como si no fuera suficiente con ser víctima de una agresión.

No hay duda: los agresores deben ser castigados, porque los tocamientos en la calle, en el metro, el pesero o el autobús son cosa de todos los días y a todas horas. Forman parte de una odiosa subcultura machista que supone a la mujer mero objeto de todo aquello que constituye una estúpida y machista idea de la sexualidad.

El problema está en que la policía no toma en serio las agresiones sexuales, en que los agentes del ministerio público consideran a las agredidas como víctimas propiciatorias de nuevos abusos y en que los jueces suelen ser muy indulgentes con los agresores. Por eso, más que inventar nuevas leyes, hay que aplicar las que existen y no caer, como las senadoras citadas, en el ridículo de intentar que se castiguen las “miradas lascivas”, pues eso implica suponer intenciones, lo que es contrario a derecho y algo que, lejos de propiciar un clima menos agresivo para las mujeres, acabará por ser un incentivo para los acomplejaditos que andan por ahí cometiendo sus canalladas.

Mussachio