No admite exigencias ni doble juego

Por José Luis Camacho Acevedo

En el año 1973, después del asesinato del poderoso filántropo empresario regiomontano Eugenio Garza Sada, recordado también por su genuina filantropía, los hombres del capital de aquella próspera región de México intensificaron sus reuniones para criticar al gobierno en las faldas de los cerros de Chipinque, hermosa serranía que cobija a la siempre bella ciudad de Monterrey y su próspera zona conurbada.

Las relaciones, siempre tensas, entre el poder económico y el poder político en México vivieron entonces uno de sus momentos de mayor crisis de confianza.

La inseguridad creciente, que en la actualidad alcanza dimensiones inimaginables comparada con la que se vivía a principios de los años setenta, se convirtió en una de las preocupaciones fundamentales de los hombres del capital en todo el país.

Pero emblemáticamente en Monterrey, las reuniones del empresariado local en Chipinque fueron las que impulsaron protestas políticas en lugares donde dominaba la ultraderecha, como en Guanajuato, algunas regiones de Chihuahua, Querétaro y sus recuerdos cristeros, entre otros que se manifestaron abiertamente contra el gobierno a pesar de ser beneficiarios de privilegios fiscales, de apoyos económicos de la banca oficial y de una gran permisividad en asuntos como la ecología, que afectaban sus empresas y el oportunismo de manejar los precios de sus productos en momentos de escasez con el consecuente incremento en el precio de la canasta básica.

“Los funerales del patriarca regiomontano, Eugenio Garza Sada, marcaron el inicio de un proceso político, en el que ese segmento emprendió la búsqueda de autorrepresentación política, jugando desde entonces en cada elección con las siglas de PRI y PAN, de acuerdo con la conveniencia”.

Al mismo tiempo, esa fracción oligárquica se asumió como vanguardia y conductora del proceso de derechización; en torno a ese objetivo reunió a un puñado de familias poderosas, a la jerarquía eclesiástica, medios de comunicación y todo tipo de agrupaciones conservadoras para transformarlas en fuerza política activa.

Los encapuchados de Chipinque, así conocidos por sus reuniones clandestinas, sin recato manifestaban a toda plana en Tribuna de Monterrey (18/09/73): “¿Hacia dónde nos llevan nuestros políticos demagogos, que cada vez vociferan y alardean de los sistemas comunistas? ¿Por qué aguantarnos asaltos, robos, asesinatos, terrorismo? (…) ¿Cómo esperamos que haya tranquilidad en el país si tan pronto se agarran a dos o tres terroristas o asaltabancos los dejan libres y con puestos en el gobierno?”

En ese documento, representativo de sus exigencias, se pide al gobierno “que mate, que no encarcele a los terroristas, asaltabancos y secuestradores, porque si no al rato salen libres y es cuento de nunca acabar”. (Marco Rascón, La Jornada, agosto de 2002)

Ese fue el detonador de la llamada guerra sucia.

Dice Rascón: “En concesión a los encapuchados de Chipinque, José López Portillo nombra procurador general a Óscar Flores Sánchez en 1976, quien desde 1972 había puesto en práctica la demanda regiomontana de asesinar guerrilleros detenidos más allá del sexenio echeverrista”.

Hace unos días el secretario de gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, tuvo una reunión muy interesante con los dirigentes empresariales más connotados del país.

En dicho evento el presidente del Consejo Coordinador Empresarial, Juan Pablo Castañón, externó al titular de la Secretaría de Gobernación la preocupación del empresariado por la inseguridad creciente que vive el país.

Los empresarios manifestaron al titular de Segob la necesidad de la Clave Única de Identidad.

El titular de la Segob, Miguel Ángel Osorio Chong, expresó que la reunión habría resultado muy productiva, y que se privilegió el diálogo en asuntos de la gobernabilidad y seguridad del país.

La lectura del mensaje de Osorio Chong a los empresarios es clara:

Si todos los mexicanos no contribuimos a superar la condición de inseguridad que vivimos, el esfuerzo del gobierno tendrá resultados episódicos y parciales.

Y gran parte de la responsabilidad de que eso ocurra, será producto de la actitud de empresarios que, con un inadmisible doble discurso, exijan por un lado seguridad, pero por otro alienten, y hasta participen, en connivencias y complicidades con los generadores de la violencia más identificables como son los representantes del crimen organizado en los círculos de la alta sociedad y en algunos sectores de inversionistas de todo tipo.

Las listas de los mexicanos aparecidos en los Panamá Papers y en Bahamas Leaks son una muestra innegable de la existencia de ese doble discurso empresarial.

Por eso Osorio Chong no dejó que la reunión transitara de peticiones legítimas de los empresarios, a protestas y exigencias que hicieran recordar a los “encapuchados de Chipinque”.

camacho