Todos quieren agua para su molino

Por Mireille Roccatti

En las últimas semanas a la “rumorología” y “aceleres” de un sector de la comentocracia que hace política, escudados en su supuesta pertenencia a la academia o actuar como politólogos, se ha venido a sumar el tema de los gobiernos de coalición para el 2018, como una necesidad sine qua non —dicen ellos—para que exista gobernabilidad en el país.

Estas opiniones desde luego están muy en su derecho de formularlas y defenderlas, solo que de entrada olvidan convenientemente que antes de la elección presidencial necesita transcurrir 2017 y realizarse las elecciones en el icónico Estado de México, Coahuila y Nayarit y que los resultados de estas impactarán en la elección de 2018. En abono de esa postura podría reconocerse que un año es un mero instante en el devenir del tiempo y que estamos justo a doce meses de estar inmersos en el tradicional e inveterado juego de la especulación sexenal.

3308-roccattiPlantear aquí y ahora la segunda vuelta, el fortalecimiento como panacea de las candidaturas independientes, es decir solo una, como defiende uno de los opinólogos,  y ahora la necesidad de los gobiernos de coalición, es otra vez obviar los tiempos, por más que propongan una especie de chantaje legislativo para lograrlo. Los acuerdos no están consensuados y deben aprobarse un año antes de la elección presidencial.

En el caso de los gobiernos de coalición, están previstos en el texto constitucional en el artículo 89, fracción XVII, y tiene como objetivo que el Ejecutivo pueda lograr acuerdos en torno a un programa de gobierno y asegurar apoyo legislativo para su consecución, acuerdo que debe pasar por aprobación del Senado de la República. En suma, es una variante válida de los gobiernos que se construyen en los regímenes parlamentarios, incrustada recientemente en nuestro sistema político. El muy reciente caso, aún en curso de España, nos muestra las bondades y dificultades de integrar un gobierno de este tipo y no constituye, per se, un ejemplo de gobernabilidad.

El hecho es que para muchos, y en algo les asiste la razón, el sistema político esta agotado. La partidocracia con sus excesos es crecientemente repudiada por amplios sectores de la población. Los ajustes al poder, incluso los más recientes que propiciaron la alternancia, se agotaron rápidamente.

El largo camino de décadas de la transición democrática a la mexicana que sustituyeron de manera paulatina algunas de las viejas prácticas autoritarias o permitieron una mayor participación de actores políticos marginados caducó muy rápidamente. Los diputados de partido, hoy denominados plurinominales cómo práctica de ampliación de la vida democrática, se pervirtieron. La reforma de 1977 cumplió sus fines. Las instituciones ciudadanas como el INE y otras instituciones de ese corte hoy responden a las lógicas político partidistas y sus mezquindades.           

Por estas y otras muchas razones más que el tiránico espacio impide ampliar, el debate y la discusión respecto de la pertinencia de los gobiernos de coalición ha logrado posicionarse en el ánimo de la discusión pública, y qué bueno que así sea, solo que aún no existen las condiciones fácticas para ello. Aunque también es cierto que si hoy fueran las elecciones presidenciales ninguna fuerza política tendría por sí sola los votos necesarios para obtener mayoría parlamentaria, y la que fuera que ganara la presidencia  solo tendría un poco más de 25 por ciento de los votos, y en un escenario de abstencionismo de 50 por ciento estaría deslegitimado.

En tanto trascurre el tiempo, testimoniamos algunos desenlaces electorales y llega el momento, es relativamente conveniente debatir sobre este tema, teniendo presente que casi todos los participantes buscan llevar “agua a su molino”. Y constituye una reforma del poder desde el poder.

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