Católicos y luteranos
Por Guillermo Ordorica R.
El 31 de octubre último el Papa visitó Lund, Suecia, para participar en los festejos del 500 aniversario de la reforma protestante, iniciada por el fraile agustino Martín Lutero. Este viaje tuvo como lema “Juntos en la Esperanza” y permitió a Bergoglio enviar al mundo un mensaje sobre la importancia de la reconciliación entre cristianos de diferentes denominaciones.
El gesto, inaudito, no lo es tanto si se valora que, en mayo de 2014 en el Vaticano, Bergoglio afirmó que el Corán y la Biblia son esencialmente lo mismo y que los nombres Jesucristo, Mahoma, Jehová y Alá solo son distintas formas de llamar a la misma entidad sagrada. La lectura es clara: la línea marcada por el Concilio Vaticano II, de tolerancia y diálogo interreligioso, está en el centro del pontificado de Francisco, quien se ha dado a la tarea de tender puentes entre cristianos y de renovar los lazos entre las tres religiones monoteístas, y los de estas últimas con todas las demás confesiones.
En Lund, el papa Francisco recordó que católicos y protestantes se han puesto ya de acuerdo en la teoría de la justificación, según la cual las Iglesias luterana y católica romana han alcanzado consenso sobre los planteamientos básicos del cristianismo, y cuando difieren, sus respectivas explicaciones no se contradicen. Con esta convicción, el sumo pontífice ha dejado ver que su visita a Suecia fue, ante todo, una señal de que ese mismo cristianismo ha sido siempre, más allá de desavenencias teológicas, el factor identitario del continente europeo.
Cierto, visto desde esta perspectiva, el viaje papal habría tenido como objetivo celebrar los cinco siglos pasados desde que Lutero clavó sus 95 tesis en la puerta de la iglesia del Palacio de Wittenberg, al sur de Berlín, pero, de manera muy especial, las cinco décadas de diálogo entre católicos y luteranos, que hoy permiten a las dos confesiones dialogar con espíritu ecuménico y por la paz.
Las reacciones al viaje del pontífice romano no se hicieron esperar y dejan ver no solo el asombro de la gente, sino sobre todo las expectativas que está generando el Papa con un acto tan sugerente, que pone acentos en lo mucho que une a esas dos religiones y no en lo que las hace diferentes, tal y como en el siglo XVI hizo Carlos V, que con visión reconoció el capital político y religioso del cristianismo, como promotor de la unidad europea, en aquel tiempo siempre amenazada por pugnas políticas entre soberanos y por los embates de los turcos Solimán el Magnífico y Barbarroja.
En cualquier caso, el padre Federico Lombardi, vocero papal, comentó a los medios que se trató de algo notable y significativo, en tanto que el director del Instituto de Investigación Ecuménica y experto en teología luterana, pastor Theodor Dieter, indicó que la participación del papa en Lund fue un hecho sensacional.
Las consecuencias profundas de este periplo están por conocerse, pero por ahora católicos y luteranos han expresado ya una misma convicción a favor de la solidaridad con los refugiados y formulado un llamado a la paz en el globo, por cierto tan necesitado de ella en Centroamérica, África Central y Oriente Medio, entre otras regiones convulsas.
De esta forma, Francisco, que además de religioso ha probado ser un talentoso político, ha dado un paso relevante en pro de la reconciliación con los seguidores del padre Lutero, que históricamente han postulado a la fe como eje central de su religión, en tanto que los católicos, sin dejar de reconocer el valor de esa misma fe, estiman que es insuficiente para la salvación si no va acompañada de esperanza y caridad, tal y como postuló el Concilio de Trento, que sesionó entre 1545 y 1563.
En 1520 Lutero fue excomulgado y declarado hereje por haber dicho que el papa era la representación del anti Cristo, siendo que su objetivo era discutir sobre los grandes temas de la Iglesia, no solo su corrupción interna y el abuso de poder que históricamente había ejercido, sino las diferentes interpretaciones de la Biblia que, según el agustino, deformaban el sentido de las Sagradas Escrituras, como habría sido el caso extraordinario de la vulgata de San Jerónimo.
Visto en retrospectiva, el cisma de la Iglesia habría sido el resultado de la ausencia de espacios de diálogo en su interior y de la falta de voluntad de parte importante de la jerarquía eclesiástica de la época, de despojarse de las prebendas y beneficios que les generaba el trono de San Pedro.
Hoy, sin embargo, las cosas son muy distintas y el dogma por el dogma resulta insuficiente para convencer a masas críticas que exigen de la religión, cualquiera que esta sea, un compromiso efectivo con los pobres y con la generación de condiciones propicias para el bienestar de la gente. Este es, probablemente, el mérito del viaje de Francisco a Suecia, un viaje señalado por el deseo del papa de que la gente abra su mente a las diversas formas en que se puede ver el cristianismo; una religión que se precia de ser maestra de occidente y que, no obstante, durante largos periodos de su historia ha sido incapaz de sanar las heridas causadas por las distintas interpretaciones del dogma.
En esta ocasión, Francisco comentó que el acercamiento hace bien a todos y la distancia solo enferma, invocando así tesis humanistas, por ejemplo aquellas de Erasmo de Rotterdam, que postulan el optimismo religioso para un mundo que no siempre tiene rostro humano.
Martín Lutero y Jorge Mario Bergoglio se parecen porque comparten una misma vocación reformadora. El primero luchó por una Iglesia menos mundana y más espiritual. Decía el agustino: “Sepan que están muy equivocados al tildarme de enemigo de la Iglesia romana. No soy su enemigo sino que le profeso el más puro amor, así como también a la Iglesia cristiana entera”. El segundo está trabajando por una Iglesia reconciliada e impulsando una pastoral social comprometida con la suerte de millones de personas, que luchan por sobrevivir en un sistema económico global perverso, que deteriora el medio ambiente, concentra el capital y profundiza la pobreza y la exclusión social. Si hoy estuviera vivo, Lutero estaría del lado de Bergoglio.
Internacionalista